Litzma era suficientemente perspicaz, con mucha maña para conseguir lo que quería y aunque su nieta siguiera sin entenderlo, era vieja, no tonta. Además, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Si los rumores de que ella era la culpable de la tormenta, no la afectaría en su reputación. Pues al final todos acababan volviendo a su casa, ya sea por un dolor de muelas o un mal de corazones, pero con Jaz se cebarían. No es que fuera una mujer supersticiosa, era una anciana supersticiosa, que es mucho peor. Cuando Jazmeline le dijo lo del rumor el corazón le empezó a latir cada vez más rápido, luego el cosquilleo detrás de la oreja y el nudo en la garganta.
¡Malditos hipócritas! Acaban con su paciencia.
Se cubrió como pudo la cabeza. El viento y la nieve le estaban dificultando mucho la tarea de llegar a la casa de Greger. No tenía muy claro para qué iba si no iba a solucionar nada. Lo que sí sabía es que no se iba a quedar con los brazos cruzados.
- Greger. Quiero que convoques una asamblea.
Ni si quiera saludó. En cuanto el hombre abrió la puerta y vio su mueca de espanto, supo que tenía que sacudir su mundo antes de que la mandara a casa con algún pretexto.
- Litz... ¡Qué? ¡No! ¡Ni hablar!
Se echó a un lado antes de que Litzma lo empujara para pasar. Asomó su cabeza fuera de la casa para comprobar que el tiempo era tan terrible como hacía media hora. No se lo podía creer.
- ¿Se puede saber como has llegado hasta aquí?
- Algunos dirían que con magia oscura.
Ahora entendía el mal carácter de la anciana. Suspiró y cerró la puerta. Le esperaba una conversación larga y tendida sobre las idioteces de algunos, y cómo remendarlas. Adoraba a su pueblo, pero algunos días estrangularía a más de uno.
Dentro de la casa se estaba bastante calentito, los abrigos de pieles sobraban en aquella visita inesperada. Aún así, Litzma no se había quitado el suyo, la hacía parecer más grande y escondía el temblor de su cuerpo. Y nada más verla entrar Greger se puso el suyo, una ostentosa piel de oso, porque aunque no necesitaba aumentar sus dos metros de alto y casi uno de ancho, le recordaba que esa piel le hacía Jefe de Gantipor. Y no solo se lo recordaba a él mismo, sino también a Litzma.
Greger no era un mal tipo, era Jefe desde hacía mucho. Solucionaba los problemas con mano dura y era comprensivo cuando la ocasión lo merecía. Había aprendido a base de caídas y golpes, cometido muchos errores, pero ya nadie lo cuestionaba. Nadie excepto Litz, que tenía la mala costumbre de sacarlo de quicio. Y en ese momento estaba temiéndose uno de sus famosos enfrentamientos.
- A si que ahora te dejas llevar por los rumores.
- No es eso y lo sabes. Esta tormenta nos lo está quitando todo. Si me vais a echar la culpa salpicará a Jazmeline.
El ceño fruncido y los puños sobre la mesa se relajaron notablemente. Greger tenía un hijo, Zacarías. La simple mención de algún joven era como un bálsamo para el duro Jefe.
- Por mucho que queramos hacer algo, la tormenta nos lo impide. No voy a convocar al consejo. Ni siquiera sé cómo demonios has llegado hasta aquí.
Esa no era la respuesta correcta según Litz. Estaba apunto de contestar cuando Greger la interrumpió.
-No es discutible.
-Greger...
-¿Te quedas hasta que la tormenta te deje volver a casa o vas a poner en peligro tu vida de nuevo?
El nudo en su estómago parecía retorcerse, el cosquilleo detrás de las orejas y el extraño dolor de cabeza que empezaba a tener. No, no se podían quedar las cosas así, algo malo iba a pasar y estaba relacionado con los rumores y el pueblo.
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Emperatrices: Destino.
FantasyEn un mundo mágico como lo era Targot, es difícil ser especial. Y Jaz lo sabía bien. En su pueblo destacaba por ser la nieta de la Gran Curandera y la futura mujer de Jefe, pero no por ser ella misma. Las cosas estaban a punto de cambiar, aunque Jaz...