Las noches suelen ser un momento de calma. Jazmeline solía utilizarlas para soñar despierta antes de quedarse dormida. Solía fantasear con irse lejos, dejar Gantipor atrás y vivir aventuras, conocer algo más que el bosque. Al principio se sentía mal, porque ella tenía una vida relativamente perfecta en el pueblo, luego comprendió que todos soñaban con irse y solo se sentía mal a medias.
Ahora esas fantasías se le hacían muy lejanas en el tiempo. Se pasó las horas mirando el fuego crepitar en la chimenea. Viendo cómo su madre moría una y otra vez en su cabeza. Nada tenía sentido. Se le habían acabado las lágrimas y los ojos le escocían queriendo cerrarse y descansar. Pero si lo hacía solo veía monstruos y sombras.
No se había hecho aún ni una sola pregunta. Y había tantas que hacerse.
Siempre supo que algo raro pasaba con su padre. Le habían dicho que se marchó cuando su madre murió y la dejó a ella allí. Que la abandonó y era lo peor. Pero de eso a lo que pasó en realidad había un trecho muy grande. ¿Cómo es que nadie le había dicho nada?
Miró el grimorio en el suelo. A unos pasos de ella. No sabía si el libro le daba miedo o asco. Pero tenía claro que no traía nada bueno.
Escuchó unos pasos provenientes del cuarto de su abuela. El corazón se le aceleró y las llamas de la chimenea se reavivaron. ¿Desde cuando podía hacer eso?
- ¿Jaz? -Litz estaba intentando ser lo más dulce posible- ¿No has podido dormir?
La joven no contestó, ni tampoco se dio la vuelta. La mujer que la había criado, que había perdido una hija, que trataba de no perder a su pueblo, estaba intentando hablar con ella y en lo único que podía pensar era en cuánto la había mentido.
Las llamas volvieron a avivarse en la chimenea, hasta casi lamer el suelo de la casa, como una pequeña explosión. La anciana dudó entre acercarse más o retroceder. Pero su intuición le decía que no podía dejarla sola.
- Cariño. ¿Por qué no descansas un poco?
- Abuela. ¿Por qué no me cuentas la verdad sobre mamá?
Litzma no se esperaba esa pregunta. No tenía nada que ver con lo que le preocupaba a su nieta. Se supone que le preguntaría cosas de la magia, el grimorio, le volvería a gritar sobre por qué tenía que hacer de hechicera, y sobre lo del Ónice. Pero ni de broma estaba preparada para que le preguntara sobre Melina.
-¿Qué-é quieres saber?
Ahora sí que Jazmeline se dio la vuelta y Litz pudo ver como su nieta tenía los ojos hinchados de llorar, los ante brazos rojos de arañarse así misma por la ansiedad. Y supo que todo se había vuelto mucho más complicado.
- ¿Cómo murió mi madre? -lo dijo despacio, como si estuviera luchando para mantener su ira encerrada.
- Jaz, el fuego -la anciana no le quitaba ojo ni a Jazmeline ni a a la chimenea-. Tienes que calmarte.
No sabía cuánto poder tenía su nieta, pero estaba claro que no quería averiguarlo de aquella manera. Hablar del pasado la descontrolaría y no iba a morir chamuscada.
Al ver el reflejo del miedo en el rostro de su abuela, Jazmeline trató de respirar y volver a encerrar sus sentimientos. No conseguiría nada por la fuerza, y tampoco sabía cuánta fuerza era capaz de utilizar. Ordenaría sus pensamientos primero. No podía pasar nada por alto. Todo estaba cambiando demasiado deprisa y necesitaba parar.
- Apunta esto en tu estúpido libro. Los Ónice pueden ver el pasado.
Saldría dando un portazo pero la estúpida tormenta había vuelto. Aquello era un infierno, solo quería escapar.
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Emperatrices: Destino.
FantasyEn un mundo mágico como lo era Targot, es difícil ser especial. Y Jaz lo sabía bien. En su pueblo destacaba por ser la nieta de la Gran Curandera y la futura mujer de Jefe, pero no por ser ella misma. Las cosas estaban a punto de cambiar, aunque Jaz...