Capitulo 11.

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Era la noche del día siguiente, estaba mirando una película cuando recibió una llamada de Alissya, preguntaba si podía ir a su casa para pasar el rato, y como tan solo eran las ocho de la noche, dijo que sí. 
Su padre no estaría hasta la media noche, y hasta entonces podría hacer lo que quisiera. Le avisó que Nicholas quería ir, y Anna aceptó con gusto el hecho de que él apareciera. 
Aparecerían en una hora, en ese tiempo… Anna se daría un baño, y arreglaría un poco su habitación. 
Quince minutos después, salió con una toalla alrededor de su cuerpo, y con el pelo suelto chocando contra su espalda. 
Entró a su pieza tarareando una canción, y fue hacia el ropero para tomar su ropa interior, y una blusa con un pantalón de mezquilla. 
Tiró todo en la cama sin mirar hacia esta, y al darse media vuelta, levantó la vista y soltó un grito ahogado. Llevó la mano a su corazón que inició a palpitar con rapidez al saber que no solo Anna permanecía en el cuarto. 
Alzó una ceja, y luego, respiró profundamente intentando entender que sucedía. 
Él estaba ahí sentado en la cama con todo la ropa de Anna en su regazo, y con una sonrisa estúpida en medio de su cara. 
—Vale, esto se te ha vuelto una costumbre… 
Él miró hacia los lados, y su sonrisa se amplió. 
— ¿Qué cosa? 
—Entrar sin preguntar a mi casa, Bieber. 
Soltó una risa leve, y dejó la vestimenta de Anna sobre su cama, y separó de la misma caminando a por la castaña. La acorraló contra el armario y su mirada bajó a todo su cuerpo que estaba cubierto por una toalla. 
Anna, incomodada, bajó la cabeza. 
— ¿Podrías irte? No puedes estar aquí. —Pidió Anna en un susurro. 
Michael la tomó del mentón. 
—No soy como Sandy, no te haré daño. 
—Nunca me has tocado un pelo, y lo sé pero, el daño psicólogo es mayor. —Dijo mirándole directamente a los ojos. Anna, estaba teniendo un valor extremo para hablar con él. 
Al saber que Michael no la golpearía, era más valiente. Cuando Sandy le insultaba, no había palabras para que ella pudiera defenderse, de una u otra manera le golpearía, y la podrían dejar tan mal que, capaz nunca pudiera recuperarse. 
Se acomodó la toalla, esta se estaba desatando del pequeño nudo que le había hecho. 
Michael se acercó más a ella, juntando sus anatomías.
Anna quería alejarlo lo más rápido posible. 
No soportaba tanta cercanía. 
No soportaba que se mezclaran sus respiraciones. 
No soportaba a la persona que tenía enfrente. Y tal vez, nunca lo haría.
— ¿Sandy te mando a qué vinieras aquí a humillarme? —Anna resopló molesta sabiendo que eso seguro era verdad. 
—No, vine por mi cuenta… Sandy no me manda, perrito. —Lo digo en tono de burla, el ánimo de Anna explotó. 
« Maldito imbécil. »
— ¡¿Por qué no te vas al diablo?! —Le empujó en el pecho, y trató de tirarlo al piso pero no pudo hacerlo. — ¡Eres un estúpido! ¡Vete con tu maldita novia! 
Michael la sostuvo por los hombros para que se calmara pero eso no funcionó. Tiró de ella hasta dejarla sobre la cama, Anna estaba debajo de su cuerpo, moviendo con cuidado con tal manera de que no se le viera nada, estaba desnuda y una tela de felpa solo cubría su cuerpo. 
Michael tenía los codos en el colchón para mantener su peso en los mismos, y no aplastarla a ella. 
Miró su cara detenidamente, y una sonrisa apareció en su rostro. Anna, estaba furiosa, molesta y totalmente loca, en cualquier momento lo ahorcaría hasta que se pusiera violeta. No podía seguir él ahí. 
Soltó una carcajada. 
— ¿Qué? 
—Me gusta tu cara de pensar, es… rara. 
Anna se sintió aún más furiosa, y aún más molesta. 
Sus ganas de ahorcarlo, se multiplicaron el triple.
Michael salió de encima de ella, y caminó alrededor de la habitación observándola. Las dos veces que había ido, nunca se había detenido a mirarla. Se detuvo en cuadro que colgaba de un gancho, que tenía una foto dentro de tres personas: Lynn, Anna y Robert. 
La sacó de su lugar, y la tomó entre sus dos manos, miró a Anna, y vio que estaba totalmente igual. Nunca había cambiado su cara, tampoco su sonrisa, y menos su, pelo. 
Pero sus ojos sí, en la foto estaban verdes, subió la cabeza observándola, y sus ojos eran marrones. 
— ¿Tienes lentes de contacto? —Preguntó alzando una ceja. Anna asintió. — ¿Por qué? 
Anna bufó. 
— ¿Te importa? 
—No, solo me pareció raro. ¿Debo repetirlo? No me importas Anna. —Dejó el cuadro donde estaba. 
Anna hizo una mueca con su labio, y se levantó de la cama, tomó su ropa, y la acomodó. 
— ¿Entonces por qué estás aquí? —Mordió su labio al ver que Michael no respondía. 
No era que quería que se preocupara, solo le irritaba el hecho de que entrara cuando quisiese a la casa, y que le insultara ahí, primero actuaba normal como si nunca en su vida le hubiera lastimado, y luego… le daba con lo que más le dolía: Las palabras. 
Las palabras nunca desaparecen, quedan en la mente de la persona hasta que se queda dormido, pero al despertar a la otra mañana, todo se repite en el día. Las palabras parecen un eco, porque van y vuelven repetidas veces pero, nunca desaparecen para siempre. 
Y siempre tendría todos esos insultos, y recuerdos en imágenes en movimiento pegados en su cabeza como si fuera algo que no quisiera olvidar pero, era lo que más deseaba antes de dormir; que todo desapareciera, que nada sea como lo era… pero, eso nunca pasaba, y capaz, nunca llegaría el día que todo acabara para ella…

Dejame morir. | Michael CliffordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora