Las acelgas, mi peor enemigo

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- Adam, cielo, ¿Has acabado ya las clases? - Preguntó Judith, que acababa de cerrar la recepción con un largo bostezo.
- Sí, y también he terminado de llenar los depósitos.
- ¿Ah si? ¿En serio? No tenías por qué haberlo hecho. Se supone que tenían que llenarse mañana. - Comentó la mujer, quitándose las gafas y poniéndolas sobre su cabeza.
- Bueno, estaban casi vacíos y no tenía tampoco mucho que hacer, así que... - Adam se frotó las manos, y miró a su tía, que lo observaba con ternura.
- Gracias cielo. - Le dió un beso en la mejilla, y con una sonrisa, le colocó el cuello de la camisa. - Sabes, siempre me he preguntado por que vistes tan elegante, incluso aquí, en el centro.
- ¿Qué tiene de malo ser elegante? - Respondió él con una gran sonrisa.
- Nada. Quien sabe, quizás así eres capaz de conquistar a cierta chica de pelo azul... - Comentó su tía no tan sutilmente, mientras le lanzaba una mirada maliciosa a su sobrino, que se encontraba rojo como un tomate mientras se tapaba la boca con las manos.
- S- Solo es una compañera de clase... Tía Judith, n-no te montes historias raras. - Farfulló Adam mientras miraba a su alrededor y gesticulaba, avergonzado. Su tía se rió y le miró de manera dulce, mientras volvía a recordar la "pequeña batallita" que había tenido su sobrino horas antes con aquella chica y su hermano.
- Ya, claro - bromeó Judith - "solo" una compañera de clase. - Y antes de que Adam pudiera argumentar algo, se dirigió hacia su casa, situada en el mismo recinto.
Mientras caminaba a paso ligero, Judith podía oír a todos los animales que se encontraban en la granja. Alguna gallina rezagada que, por alguna razón, era incapaz de dormirse; los cerdos
que tenían en un pequeño recinto cerca del abono, dos vietnamitas llamados Pepa y Jamón, que eran los más queridos (además de los caballos) del lugar, hasta que alguien se acercaba.
También tenían, para sorpresa de muchos, un avestruz apodado Manzana, debido a su obsesión por ellas. Tampoco nos podíamos olvidar de Ronnie, un Pitbull marrón y bastante
fuerte, que a pesar de su tamaño, era bastante juguetón y con cara de no haber roto un plato en su vida, eso sí, de vez en cuando te duchaba con sus babas. Luego estaba Lusy, una mastín
bastante holgazana y que a menudo era encontrada cerca del carromato de las flores; siempre a la sombra. Y por último estaba Cookie, un Yorkshire que le encantaba irse de paseo
junto a los caballos; ya fuera a su lado o encima de ellos.
Judith exhaló un gran suspiro, mientras miraba a su alrededor con cierto orgullo lo que había conseguido. Desde niñas, su hermana Amelia y ella siempre habían querido tener su propia granja, y siempre bromeaban acerca de todos los animales exóticos que tendrían; desde rinocerontes hasta jirafas. Judith sonrió para si al recordarlo, sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de Adam, que había tenido que correr para alcanzarla. Se
situó a su lado, y frotándose los brazos para entrar en calor, la siguió hasta la casa, sin perder de vista el anochecer mientras Cookie correteaba entre sus piernas como loca y Ronnie los
seguía tranquilamente.
Al llegar a casa, Adam se dirigió a su cuarto, perdido en sus pensamientos.
- Tía, voy a ducharme. - Dijo, mientras acariciaba a Ronnie, que no paraba de lamerle la mano.
- Vale, pero date prisa, las acelgas están casi listas. - Adam arrugó la nariz al oír lo que había de cena. No le gustaban nada las acelgas, sin embargo, por mucho que se lo dijera a su tía ella seguía empeñada en que tenía que comer "más sano". Adam todavía no comprendía que tenía su tía en contra de la comida precocinada.
Subió las escaleras, y al entrar a su habitación, se dejó caer en la cama, exhausto.
"Menudo día" pensó. No solo se había reencontrado con Sue, la chica que le ayudó cuando él fue un cobarde, si no también había tenido por primera vez una batalla de mierda (y eso es
algo que no muchos pueden darse e llujo de decir), pero lo más importante, se había divertido como no lo hacía en mucho tiempo. Resopló en su almohada, aún más confuso. Esa chica... Sue... Tenía algo que le hacía ser el Adam de hace 13 años. El Adam que tanto anhelaba volver a ser. Se levantó de la cama a duras penas, y con gesto desganado, cogió el pijama de
cuadros que tenía debajo de la almohada, y comenzó a llenar la bañera.
- Primero un pie... Y después otro. - Musitó, mientras metía los pies en el agua caliente.
Dejó escapar un suspiro relajado al meterse por completo, y colocándose lo mejor que pudo, cogió el champú y empezó a enjabonarse, intentando eliminar cualquier olor relacionado con los caballos.
- ¡Adam! - Le gritó Judith desde la cocina. Tenía medio pijama puesto, y rápidamente, cogió el móvil y bajó las escaleras a saltos. - La cena ya está lista. Adam le lanzó una mirada de asco a las acelgas, lo que provocó un suspiro resignado de su tía.
- Parece que lo haces a propósito. - Balbuceó Adam, tomando asiento mientras se abrochaba los botones del pijama.
- No, lo hago por tu salud, que es diferente. - Replicó ella, mientras se sentaba frente a él y le servía un plato bien lleno.
La cena transcurrió tranquila, con pequeñas pausas entre conversación y conversación y varias miradas de asco por parte de Adam a su "delicioso" plato de verduras. Una vez acabada
la cena, (y tras darles las sobras a Ronnie, Cookie y Lusy, que la ignoraron por completo) Judith y Adam recogieron la mesa.
- Hoy te toca a ti fregar los platos. - Dijo ella, mientras sacudía el mantel en el patio, situado al lado de la cocina.
- Maldito el día en el que distribuimos las tareas... - Susurró Adam, mientras se remangaba las mangas del pijama y dejaba escapar un suspiro cansado.
- No pensarías que lo iba a hacer yo todo, ¿verdad? - Le preguntó su tía, mientras le sonreía de manera desafiante.
- No señora. - Contestó él casi al instante con un tono militar pero sonriendo al mismo
tiempo.

Nunca olvideis comeros vuestras verduras, niños

Hasta la próxima

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2019 ⏰

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