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Cualquiera de los presentes jamás pudo pensar en la posibilidad de que estuvieran en un mismo camino, o en este caso, en un mismo auto. Max mira por el retrovisor como Acacia y Leo se remueven incómodos con Vacco sentado en el medio de ambos, sin mostrar emoción alguna. Aunque se siente atacado por las palabras de la semidiosa, no puede evitar sentir curiosidad por ella y por su compañero. Este último predominando en la escala. Tiene la sospecha que aprendieron lo que saben en aquel "Campamento Omega".

—Entonces... ¿Viven en un campamento? —preguntó Max con cautela, tratando de romper el silencio.

Acacia rodó los ojos, Leo suspiró viéndola y luego volteó a verlo:

—Así es, es un campamento para mestizos; donde pueden encontrar apoyo contra los monstruos que buscan atacarlos. Y aparte de eso, convivimos, aprendemos unos de otros; es como tener un tipo extraño de familia.

—Estoy seguro que leí eso en un libro —dijo Max sonriente— ¿También tienen una barrera en sus fronteras?

—No, no la tenemos —agregó Acacia de mala gana— tampoco tenemos el vellocino de oro, nos falta presupuesto.

Max trató de ocultar su sonrojo.

—No quería... No quería insultar su campamento, solo trataba de aligerar el ambiente —trató de sonar más serio.

—No me importa, realmente —dice ella como si nada— tampoco es mentira lo del bajo presupuesto, así que no esperes un baño caliente en una tina llena de sales y diamantes, principito.

—Voy a destruirte semidiosa, estás colmando mi paciencia —dijo Vacco sin siquiera verla, aun con su acento neutro.

—Deberías intentarlo. A ver qué tienes de bueno, hechicero.

— ¡Ya basta! —exclamó Altea sintiéndose muy irritada con la situación— tenemos unas cuantas horas de viaje antes de llegar al dichoso campamento. Ahora, o se mantienen en silencio y cooperan para una buena convivencia o juro que los haré perderse por un siglo en los bosques. ¿Está claro?

Nadie más habló en un gran rato.

Max aprovechó aquel silencio para analizar su actitud con aquel chico, no es como si jamás hubiese interactuado con un chico, pero al parecer Leo lo hace sentir extraño y nervioso, más  de lo que es en realidad. Y como si su mente encajara todas las piezas, recordó la flecha de Eros y esa voz en su cabeza: "Te tengo".

—Me maldijo —murmuró para sí mismo.

Y en un parpadeo, ya no estaba dentro de la pequeña camioneta de su amiga hada, se encuentra en un jardín tan precioso que piensa que no puede ser real. Rosas, girasoles, tulipanes y tantas especies distintas que no pudo reconocer la mayoría. Incluso puede decir que algunas ni siquiera deberían de poder crecer allí. Alguien carraspeo detrás de él y se dio la vuelta, encontrándose a quien esperaba.

—Pensé que no ibas a deducirlo jamás —dijo Eros sentado en un pilar caído en el suelo.

Se encuentra impecable frente a él, luciendo una simple túnica blanca con un cinturón de oro y varios brazaletes. Su cabello rizado cae como una cascada oscura hasta casi tocar sus cejas. Sus ojos cafés con motas verdosas lo miran con diversión junto a esa sonrisa socarrona. Max no lo puede negar, Eros es muy atractivo.

—No creas que adulándome cambiará algo, Maxell —añadió tratando de contener una risa.

— ¿Qué me hiciste, Eros? —preguntó apretando los puños.

— Eso es sencillo, soy el principal de los erotes, solo te fleche con alguien —se encogió de hombros— aunque... Más bien te maldije.

—Deja los rodeos y termina de dar tu punto, por favor —Max bufó fastidiado.

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