Hermano, Somos Eternos

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El día aún no existía, el lugar sin duda, era uno el cual estaba fuera del alcance de la imaginación de un Edain o de un Eldar, pero hubo un tiempo, en que ni estos dos, ni Arda, aún existían, sino que eran aún una simple visión

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El día aún no existía, el lugar sin duda, era uno el cual estaba fuera del alcance de la imaginación de un Edain o de un Eldar, pero hubo un tiempo, en que ni estos dos, ni Arda, aún existían, sino que eran aún una simple visión.

Los Valar y algún que otro Maia, o ser de una estirpe, vagaban por toda su existencia dentro de, quizá, unas paredes o tal vez en completa libertad. Lo importante de este relato es que, después de que terminaban de entonar una de las mejores y magníficas melodías, Ilúvatar en su trono, les daba cada cierto tiempo unos momentos para descansar y a la vez, conocerse a ellos mismos; algunos jugaban y los más conscientes, practicaban con sus instrumentos, o bien, sus voces.

Más temprano que tarde un par de Valar se hicieron conocidos entre la mayoría; el primero era Manwë; de hermosa y magnífica voz, suave pero fiera como el viento. De una personalidad encantadora pero tímida, era de cabellos blancos, así como la misma piel, pero de ojos tan azules como el mar, así uno podría perderse con facilidad. Manwë era de los dos, el menor, y los rumores dicen, también el favorito no solo de muchos Valar, sino también del mismo Ilúvatar.

El otro era un tanto más diferente y menos apreciado; su nombre era Melkor, de voz gruesa y tosca, desentonada. En cuanto a su personalidad, era bastante molesto, tenía un sentido del humor muy agrio y pesado. No conocía el respeto, y a cuál más lo deseaba usar como sirviente, diciendo que su título de hermano mayor le daba todo el derecho. De los dos hermanos, era quien más regaños se llevaba y ni uno sólo en la cabeza se le quedaba.

Con el tiempo Manwë se volvió más tierno, atrayente para las féminas y, sobre todo, tenía una luz propia, la cual relucía cuando sus delgados labios se curvaban. Pero Melkor, él se volvió más triste, rencoroso y un tanto cruel. Rara era la vez que sonreía y cuando lo hacía nada bueno podía salir de sus palabras tan afiladas.

Eran como el día y la noche, lo bueno y lo malo, la bondad y crueldad, pero aun así había una relación un tanto extraña entre los dos. Cuantas más maldades u ofensas aparecían del negro corazón de Melkor, Manwë lo amaba más, lo respetaba como su mayor y, sobre todo, lo perdonaba.

Las voces se alzaron, al principio en unísono, pero como era costumbre, Melkor tomó su camino distinto al de sus compañeros. Y al lado de Manwë, emitió una melodía desagradable, sin forma y totalmente sucia. Varda y las demás femeninas, le echaron unas miradas de reprobación. Los varones simplemente lo ignoraron.

Pero con sólo elevar la mano, Ilúvatar hizo que la música se apagara. Los Valar se vieron un tanto confundidos, pero Melkor parecía satisfecho con esa sonrisa socarrona en su rostro.

Ilúvatar emitió lo que parecía ser un suspiro. Aunque no lo pareciera, las cosas iban tal y como él las había concebido, y contrario a lo que Melkor esperaba, sonrió complacido.

—No ha estado mal en esta ocasión —se escuchó la solemne voz de Eru—. Tomen otro descanso y vuelvan cuando se sientan listos.

Las filas se rompieron, algunos instrumentos descansaron y Manwë intentó invitar a su hermano mayor y a Oromë a jugar, pero el cazador lo rechazó de la manera más amable y divertida, diciendo que debía ir a encontrarse con cierta Valier de pecas hermosas.

¿Quién es mi hermanito?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora