CAPÍTULO 10

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-Siempre está ese potente dicho, de no hagas lo que no quieres que te hagan a ti...
-Anónimo

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Mammón quito de manera brusca la pierna de la mujer desnuda que yacía sobre él. Estaba fastidioso, no pudo satisfacer sus deseos carnales, ni acostandose con una mujer sucubu. Los sucubu se caracterizaban por ser demonios lujuriosos, solo los demonios suficientemente fuerte podían soportar su lujuria, ya que si un humano se relacionaba sexualmente con alguno moría, en el sentido que solamente los sucubus podrían aplacar su deseo carnal y no otro cualquier humano como habitualmente es. Y los sucubus una vez que obtenian el placer con el humano que eligieron, no se volvían acostar dos veces con el mismo, siendo letal para la victima.
Mammón creyó que pasar un buen rato con este tipo de demonio lo haría olvidar un rato sus problemas, pero no, hasta ni siquiera había podido acabar. Todas sus ganas se esfumaron.

Gruño y se levantó de la cama.

-Mi señor ¿No desea continuar?- La mujer sucubu imito su acto y se acerco tocando su espalda seductoramente.

Mammón la aparto bruscamente.

-Tienes cinco segundos para marcharte. Sabes muy bien que debes tener mi permiso para tocarme.- Gruño fastidioso con la situación- Márchate antes de que mi benevolencia se acabe.

La mujer temerosa retrocedio y trato de cambiarse lo mas rápido posible y huir por su vida.

Mammón no tomando en cuenta su propia desnudez, saco un abano de una pequeña caja de cristal que aguardaba en su cómoda y se dirigió al enorme ventanal de la habitación con una impresionante vista, se trataba de un pequeño acantilado rocoso que desprendía agua y caía a un enorme jardín de rosas del desierto.

Una pequeña risa sarcástica se desprendió de sus labios pues "agua" precisamente no era, sino un mezcla espantosa de azufre y veneno. Y las rosas vivían porque así él mismo lo disponía. Se podría decir que era lo único que Mammón amaba en verdad, el cariño que le tenia era tal que de niño solía incluso solía recordar entre risas traviesas decirle a Lucifer que de tener una madre le regalaría un ramo hecho de ese tipo de rosas. El mismo diablo solamente respondía con una mueca y decía...

"Tú Mammón no tienes madre. Eres una poderosa creación hecha de mí propio ser, y por ti hijo, heredero mío, quemaría la tierra entera, el cielo y hasta el mismo infierno".

Hasta podía recordar como Lucifer apretó su cabeza con su mano, como un gesto de cariño.

Mammón negó y trato de desvanecer de sus pensamientos ese absurdo recuerdo. Él no sentía nada por nadie, y por Lucifer nada más lo veía como su creador ¿Daría la vida por él? Nunca. Pues corría por sus venas la propia traición, incluso hasta los mismo pergaminos escritos por los humanos en relación a la religión se estipula que un día el hijo del mal traicionaría al mismo Lucifer adueñándose del infierno y la tierra. El anticristo se presentaría al mundo humano desobedeciendo las reglas.

Mammón soltó una graciosa carcajada. Esa sin duda era una profecía que hasta él mismo lo divertía pues era real. Ahora no sentía deseos de desobedecer a su padre pero un día si lo haría y allí terminaría el respeto que profesa a Lucifer.

Mammón procedió a predar el abono para dar una primera calada, en ese momento se encontraba en su enorme castillo, el cual se situaba entre los limites del primer y segundo infierno. Era el castillo más alejado de los demás príncipes para su confort y ahora más que nunca necesitaba paciencia para pensar pues de apoco se agotaba y se perdia cada vez más, cuando los problemas iban en aumento. Obligado a permanecer en su castillo por éste tiempo, lo tenía odioso, insoportable, incapaz de soportarse ni el mismo.

Mi perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora