Navidad

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Era una de esas noches oscuras, llenas de susurros y compras por la proximidad de la navidad, la ciudad cubierta de nieve y yo como los anteriores 348 días sentado en el mismo bar, bebiendo una copa del vodka más barato, observando a la gente sonreír y divertirse por las cuestiones efímeras que les sucedían, festejos, encuentros y hasta amoríos de esos que duran tan solo unos meses, mientras caduca el deseo de un nuevo cuerpo. 

Allí estaba, sentado, perdido y hundido en mi miseria, intentando encajar en un mundo donde el estigma y el prejuicio son el diario vivir, luchando con la soledad que llegaba a mi mientras daba vueltas en la cama intentando no expulsar todo el alcohol ingerido. Ciertamente creía que mis días estaban contados, que no debí nacer en esta época, sus estilos y forma de ser me repudiaban, no entendía cómo podían divertirse y darse regalos como la mejor familia del mundo y al otro día odiarse como los peores enemigos. 

Pero ese día era diferente, en medio de la clandestinidad alguien se embriagaba gritando que la vida no importaba, que lo mejor era morir cuanto antes y yo pensaba que lo haga pero sin tanto escándalo, que no perturbe las lamentaciones de los demás, pensé darle el consejo, pero logré detenerme a tiempo. 

La observé era una joven de cabello oscuro, piel morena y rasgos hispanos, de inmediato algo ocurrió en mi, su miraba no se apartaba de la mía y como un idiota inmóvil intenté ofrecerle un beso, por dentro decía que idiota, ella aceptó y dijo si es eso lo que me matará hazlo, el  mundo me cambió para siempre, decidí irme del lugar sin siquiera despedirme, con la incertidumbre de saber si murió o no por un beso que no fue el mio. 

Es navidad, aún sigo aquí tomando botellas de vodka y pensando qué sucedería  si la hubiera besado. 

Antología de las incomprensiones del ser Donde viven las historias. Descúbrelo ahora