CANTO XIII

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Batalla junto a las naves

Zeus, cuya voluntad dirigía los acontecimientos, abandona de momento sus planes, y Posidón aprovecha la circunstancia para organizar la resistencia en el bando aqueo. Al sufrir la presión de los troyanos por la izquierda y por el centro, inician el contraataque por la derecha.

Cuando Zeus hubo acercado a Héctor y los troyanos a las naves, dejó que sostuvieran el trabajo y la fatiga de la batalla, y, volviendo a otra parte sus ojos refulgentes, miraba a lo lejos la tierra de los tracios, diestros jinetes; de los misios, que combaten de cerca; de los ilustres hipomolgos, que se alimentan con leche; y de los abios, los más justos de los hombres. Y ya no volvió a poner los brillantes ojos en Troya, porque su corazón no temía que inmortal alguno fuera a socorrer ni a los troyanos ni a los dánaos.

Pero no en vano el poderoso Posidón, que bate la tierra, estaba al acecho en la cumbre más alta de la selvosa Samotracia contemplando la lucha y la pelea. Desde allí se divisaba todo el Ida, la ciudad de Príamo y las naves aqueas. En aquel sitio habíase sentado Posidón al salir del mar; y compadecía a los aqueos, vencidos por los troyanos, a la vez que cobraba gran indignación contra Zeus.

Pronto Posidón bajó del escarpado monte con ligera planta; las altas colinas y las selvas temblaban debajo de los pies inmortales, mientras el dios iba andando. Dio tres pasos, y al cuarto arribó al término de su viaje, a Egas; allí, en las profundidades del mar, tenía palacios magníficos, de oro, resplandecientes a indestructibles. Luego que hubo llegado, unció al carro un par de corceles de cascos de bronce y áureas crines que volaban ligeros; y seguidamente envolvió su cuerpo en dorada túnica, tomó el látigo de oro hecho con arte, subió al carro y lo guió por cima de las olas. Debajo saltaban los cetáceos, que salían de sus escondrijos, reconociendo al rey; el mar abría, gozoso, sus aguas, y los ágiles caballos con apresurado vuelo y sin dejar que el eje de bronce se mojara conducían a Posidón hacia las naves de los aqueos.

Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo mar entre Ténedos y la escabrosa Imbros; y, al llegar a ella, Posidón, que bate la tierra, detuvo los corceles, desunciólos del carro, dioles a comer un pasto divino, púsoles en los pies trabas de oro indestructibles a indisolubles, para que sin moverse de aquel sitio aguardaran su regreso, y se fue al ejército de los aqueos.

Los troyanos, enardecidos y semejantes a una llama o a una tempestad, seguían apiñados a Héctor Priámida con alboroto y vocerío; y tenían esperanzas de tomar las naves de los aqueos y matar entre ellas a todos sus caudillos.

Mas Posidón, que ciñe y bate la tierra, asemejándose a Calcante en el cuerpo y en la voz infatigable, incitaba a los argivos desde que salió del profundo mar, y dijo a los Ayantes, que ya estaban deseosos de combatir:

-¡Ayantes! Vosotros salvaréis a los aqueos si os acordáis de vuestro valor y no de la fuga horrenda. No me ponen en cuidado las audaces manos de los troyanos que asaltaron en tropel la gran muralla, pues a todos resistirán los aqueos, de hermosas grebas; pero es de temer, y mucho, que padezcamos algún daño en esta parte donde aparece a la cabeza de los suyos el rabioso Héctor, semejante a una llama, el cual blasona de ser hijo del prepotente Zeus. Una deidad levante el ánimo en vuestro pecho para resistir firmemente y exhortar a los demás; con esto podríais rechazar a Héctor de las naves, de ligero andar, por furioso que estuviera y aunque fuese el mismo Olímpico quien to instigara.

Dijo así Posidón, que ciñe y bate la tierra; y, tocando a entrambos con el cetro, llenólos de fuerte vigor y agilitóles todos los miembros y especialmente los pies y las manos. Y como el gavilán de ligeras alas se arroja, después de elevarse a una altísima y abrupta peña, enderezando el vuelo a la llanura para perseguir a un ave, de aquel modo apartóse de ellos Posidón, que bate la tierra. El primero que le reconoció fue el ágil Ayante de Oileo, quien dijo al momento a Ayante, hijo de Telamón:

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