Capítulo 70: Amargas sensaciones.

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Fue la mano de Lasha la que me despertó, el vientre bajo ardía y mis ojos estaban demasiado cansados. Ese molesto pitido, que se instalaba en nuestros oídos cuando cambia la presión de nuestro entorno, resonaba en los míos.

Su rostro algo borroso, su boca se movía, pero no escuchaba lo que quería decirme. Sus mejillas rosadas y humedecidas.

Lasha—salió a media voz—el bebé, ¿Dónde se encuentra?
Lasha, llevando su vista hacia su otra extremidad superior, descubrió un manto que tapaba su otra mano, allí, cubierto, un orbe de luz, que tenía tonalidades celestes y magentas. Me puse en pie, y coloqué mi mano derecha sobre el orbe. Se sentía vivo, una mota de luz danzando entre tulipanes y rosas, así le vi.

—Danny—escuché pronunciar a Lasha.

—Estoy bien, o por lo menos lo estaré—el gruñido de Cliff me hizo prestarle atención. Me dirigí hacia él, inmovilizado, pero tan arrogante como de costumbre.

Lasha, átame—noté a Cliff tensarse y callar ante mi pedido. Estoy totalmente consciente que al encadenarle a mi cuerpo dejaré a su disposición mis ojos, pero no podrá si quiera saborear su poder.

Le di la espalda a Cliff, esté se encontraba arrodillado. Mi aprendiz empezó a conjurar, pero no preste atención; observé a Edwin gritarle a Ezequiel, le pedía a gritos romper la barrera, pero el mago negó.

—No puedo deshacer esta magia—escuché decir a Ezequiel—solo el vidente y ese bruja podrán. Lo lamento, lobo.

Lo vi quebrarse y en mi pecho se instalo de igual manera ese dolor, dejarlo. Pasaría lo mismo que paso con mi madre, desaparecería de su vida, dejándolo solo con la responsabilidad de un hijo; no estaría para él o ella, quizás su corazón empiece a pudrirse en resentimiento al no tenerme cerca. ¿Qué si me estoy arrepintiendo? Por supuesto, pero lamentablemente ya no hay retorno a partir de aquí.

Un agudo dolor sobre mis muñecas me hizo volver, de ellas salías cadenas que se extendieron hasta tomar las de Cliff y clavarse en él, aprisionando su poder.
Mi cuerpo vibro, estábamos conectados.

que el amor que sentí, este para ti hoy y hasta que la estrella más brillante se apague. Que mi maldición se vuelva tu bendición—pronuncié extendiendo mi mano hacia la orbe que está en custodia de la bruja.

— ¡Sí!—escuché la satisfacción del mago. Sonreí—ahora poseo tus ojos y tu poder, es hora de...—sus rodillas tocaron el suelo bruscamente, su expresión de felicidad se disipo—pero, ¿qué demonios sucede?

—Estas unido a mi, y he cedido nuestros poderes. Que nuestra maldición.

se vuelva tu bendición—concluyó aún en el suelo.

—Ahora, esa criatura tendrá nuestra habilidad para crecer con sabiduría y en protección.

— ¡No! ¡No permitiré esto!—corrió hacia Lasha, ale de las cadenas haciendo que cayera y lo arrastre hasta que quedo a mis pies.

—Recuerda que estas atado a mí, no puedes hacer nada si yo no quiero—los lazos nuevamente lo ataron. Le di una mirada certera a Lasha, era momento de culminar. Me hubiese gustado que todo terminara así, pero mientras Cliff siga en este plano, no dejará de buscar poder. Mi deber es proteger a mi pueblo, y eso haré.

Edwin se encontraba mirándome, sus ojos rojos del llanto y su corazón tan roto como el mío. No evite quebrarme, lo hice, me quebré mientras el encantamiento era musitado.

Dos figuras de negras con largas túnicas y una delgadez extrema, y una capota cubriendo su cabeza tomaron a Cliff, una por cada brazo.

— ¡No, por favor!—suplicó en llanto. Frágil. — ¡Aún no debo irme!

Las figuras me observaron y a las cadenas; el suelo bajo de nosotros se cuarteo, y Cliff consumido por las figuras fue descendiendo.

Pido un sol para despedirme de él que me acompaño—asintieron de forma lenta.

Pasé aun lado de Lasha, camine hacia la barrera donde Edwin yacía roto. Arrodillado con su frente apoyada en la cristalina pared. Besé la barrera justo donde su frente estaba apoyada, esta desapareció y permitió el contacto entre nuestras pieles, sacándolo de su dolor.

Sus ojos analizaron mi ser, mi cuerpo se disipaba, pero logro abrazar lo poco de existencia que aún yacía en este mundo.

—Yo...

—Aunque quisiera explicarte todo, y consolar tu afligido corazón, no podré hacerlo, no por ahora. Solo te pido una cosa, cuida de él. Tu hijo te necesita, debe crecer a tu lado y tú con él. Ser padre no será fácil, lo tengo claro, pero será muy divertido y valdrá la pena—besé su frente transmitiendo conocimiento—esto te será de ayuda—tapó su rostro y nuevamente se quebró. Tomé sus manos e hice que elevara sus orbes—será hermoso y será igual de fuerte a su padre, pero todo dependerá de ti.

—No podre continuar sin ti—musitó—no sin tus besos. No sin tu voz—sollozó.

Sonreí, de verdad es un hombre magnifico que no tuve el tiempo de conocer a fondo.

—No te preocupes, volveré—musité a su oído, él alzo su vista—claro que no será pronto, pero prometo hacerlo—Me incorporé siendo seguido por él—mientras tanto, cuida de Claro de Luna, de Lasha y, en especial, de ti y tu hijo. Nunca estarás solo, ten eso claro, siempre estaré aquí—con mi dedo índice pinche su pectoral izquierdo—así que se fuerte, Edwin, eres un ser increíble con el que compartí muy poco tiempo y quien me hizo el hombre mas feliz en esos segundos de convivencia—sus ojos se llenaron de salinidad—mi amor, no quiero que sufras por pensar que me perdiste, porque no lo has hecho, esta bien. Dale mis buenos días y buenas noches, al bebe, de mi parte, que jamás piense que lo abandone—un dolor me hizo erguir. Mi tiempo culminó, abracé a Edwin tan fuerte como puede, besando sus labios lo aleje y me abalance sobre Jack, que esta perplejo a unos metros.

Lo abrace y lloré mientras mi humanidad se desvanecía.

—Y tú, termina tus estudios o te juro que vendré y pateare tu trasero—sonreí entre el llanto, Jack imitó mis gestos. —Cuida de los chicos y de papá.

Todo se oscurecía y se sentía demasiado frió.

—Por cierto, no será ella, si no él. A tres cuartos de helado sobre un ocaso de verano—musité rogando porque lograra entenderme.

Cerré los ojos, sintiendo paz absoluta, esa que tanto reiteran y explican en la clase de filosofía, ética e incluso matemáticas. Sí, la sentí. Una tranquilidad tan total, que me fue fácil conciliar el sueño en ese eterno vació. Con la viva imagen de un pequeño corriendo hacia los fuertes brazos de un hombre que le sonríe como si fuese su mundo.

—Con cuidado, mi pequeñoTaddeo. 

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