Capítulo IV

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Llegué finalmente a la Granja Forrest. El terreno que abarcaba era verdaderamente inmenso a mis ojos. Era todo un paraíso, así lo contemplaba yo. El señor paró la camioneta y yo todavía no salía de mi asombro así que seguía pegado a la ventana de aquel vehículo como niño próximo a entrar en juguetería. Él bajó de inmediato y abrió la puerta para que yo saliera. Pero yo todavía no había recuperado la razón.

—Anda Caleb, puedes bajar — Expresó con un tono por demás amigable.

De modo que así lo hice, bajé de la camioneta y los dos empezamos a caminar hacia la casa que quedaba al fondo de a simple vista se admiraba como un gran campo de cultivo. Ahí se encontraba la granja junto a un enorme granero. Atrás de la misma estaba todo el ganado. Ese lugar era impresionante. Al entrar, me quedé parado frente a la puerta por un momento, por un momento dudé entrar. No sabía lo que estaba próximo a experimentar.

— ¡No lo puedo creer! ¡Han llegado! — Exclamó la señora de la casa.

Su expresión fue de total alegría. Me abrazó fuertemente como si yo fuera el hijo que regresó del campo de batalla. En el fondo yo estaba nervioso y me sentía raro, pero de una cosa sí estaba seguro, esas personas en verdad me mostraban su afecto.

Después los dos me llevaron hacia arriba, al segundo nivel de la casa. Estaban ansiosos por mostrarme algo. Al subir, el señor Forrest abrió la puerta de una habitación.

—¡Esta será tu cuarto! ¿Qué opinas? — Expresó el señor Glen.

Inmediatamente yo los vi a los dos con motivo de que me lo afirmaran nuevamente. Parecía increíble que esa gran habitación iba a ser solo para mí. La señora me lo mostró con todo y detalles, empecé a sospechar que quizá en el fondo sabían de mi decisión, ya que el armario estaba repleto de ropa para mí. Pero yo seguía siendo tan callado como antes y ninguna pregunta salió de mi boca.

Todo era alegría ese día en la casa de los Forrest. Por la tarde, ya cuando el sol estaba por ocultarse los tres cenábamos en la mesa. Me enseñaron unos cuantos modales a tomar en cuenta al estar en frente de una mesa. Sin duda eso no era nada desconocido para mí. Pero obviamente los modales sí. La vajilla estaba reluciente y la comida por demás deliciosa. Nunca en mi vida había saciado mi hambre de una manera tan agradable. Ese día en la mesa quise ser más dialogador, la conciencia me hacía ver que a veces el silencio puede resultar siendo grosero y yo no quería hacer que esas dos personas se decepcionaran de mi.

Con el pasar de los días el señor Glen empezó a mostrarme toda la granja. Dábamos recorridos matutinos por cada rincón del lugar. Él me enseñaba el funcionamiento de cada herramienta y máquina de trabajo. Me enseñaba a alimentar al ganado, a limpiar sus recipientes de comida, etc. Todas esas actividades empezaban a ser de mi absoluto agrado. Todas las mañanas al despertar ya yo sabía lo que me esperaba incluso en ocasiones era yo quien incitaba al señor Glen a ir a realizar todas las actividades rutinarias.

El granero se convirtió en mi lugar favorito de estadía en la granja. Me sentía muy cómodo en él. Cada cierto tiempo yo lo limpiaba y ordenaba. Por las tardes hasta me quedaba dormido acostado en la paja. Todos los domingos íbamos a la iglesia los tres. Era la única ocasión en la cual yo salía al pueblo, ya que el resto de la semana nadie me sacaba de la granja, en especial del granero; pero no porque nadie lo hiciera, sino porque no era de mi agrado salir. No estaba acostumbrado a lidiar con otra gente. Está por demás decir que le empecé a tomar un gran cariño a esas dos personas que actuaban como mis padres. Definitivamente ellos lo eran ahora, pero yo aún no me sentía en modo de llamarlos como tal, es más, nunca me refería a ellos, simplemente las conversaciones llegaban solas y sin que yo les tuviera que pedir algo. Todo era muy grato. Por las noches siempre pensaba en cómo estarían mis hermanos. Sinceramente los extrañaba demasiado, pero en mi cabeza únicamente llegaba la idea de que tarde o temprano ellos tendrían la misma suerte que yo. Eso era lo único que podía imaginarme.

Cuando cumplí dos semanas de estar con los Forrest, ambos tuvieron una seria conversación conmigo en la cena.

— Bueno Caleb... Ha llegado la hora. Sabías que puedes actuar como un niño normal, y como sabrás, todo niño normal debe ir a la escuela... — Palabras pronunciadas por el señor Glen y afirmadas con un gesto de aprobación por la señora Betty.

Yo me quedé un poco extrañado y pensativo inmediatamente. ¿La escuela? ¿Qué era eso? Mis cejas se fruncieron haciendo notar que no estaba convencido de lo que se me había dicho.

— ¿Y bien? ¿Qué tienes que decir? — Reiteró

— ¿Qué es eso? — Pregunté.

— Vamos... La escuela es un lugar muy bonito en donde los niños como tú van a aprender. Será divertido, conocerás muchos niños y harás amiguitos además de aprender. Además, si quieres ser alguien profesional cuando seas grande y no alguien que únicamente cuida una granja como yo, debes ir a la escuela...

Yo seguía sin estar convencido. No estaba interesado en ver a más niños ni siquiera en hacer amigos. Mis cejas se fruncieron nuevamente y no daba crédito a lo dicho por él.

— ¡No quiero! – Respondí — No quiero conocer más niños, quiero quedarme aquí y ayudarte en la granja – Agregué con voz de mando.

A ellos les cayó en gracia mi expresión y mis palabras. En el fondo yo era un poco testarudo.

— Pero podrás seguir ayudándome después de la escuela — Expresó él.

— ¡No quiero ir a la escuela! ¡Me da miedo! — Exclamé.

— Mira hijo — Dijo posando su mano en mi cabeza — No hay por qué temer. La escuela es un bonito lugar, de niño yo también fui. Te propongo algo... Irás a la escuela por la mañana y al regresar puedes estar conmigo en la granja todo el tiempo que tú quieras hasta que caiga la noche ¿Qué opinas?

Parecía una propuesta justa, sin embargo seguía sin ser de mi agrado. Lo pensé por unos segundos hasta que finalmente accedí. Tomé en cuenta que si esas personas me habían abierto las puertas de su hogar yo debía acatar las reglas.

—¡Está bien! — Respondí

Accedí finalmente a ir a la escuela. Para nada tenía idea de lo que era ese lugar, ni lo que haría. Al siguiente día la señora Betty regresó del pueblo con unos trapos que según ella serían mi uniforme para ir a dicho lugar. No entendía por qué tenía que ponerme una ropa específica para acudir a la escuela, pero sentía entusiasmo al vestirme así, de una forma u otra eso se había convertido en una motivación para mí.

Luego de un par de semanas la hora de ir a la escuela llegó. La señora Betty me llevó. Yo iba reluciente con mi traje, ella me impregnó un líquido en la ropa el cual tenía un olor agradable y mientras caminábamos, yo sujetando su mano, no paraba de topar mi nariz al suéter para seguir percibiendo ese agradable olor a colonia, según me enteré que se llamaba dicho líquido.

Al llegar, me despedí de ella y entré. El interior del establecimiento era un poco similar al lugar a donde estuve junto con mis hermanos tiempo atrás. Sin duda ya estaba un poco familiarizado con ese ambiente. Cuando entré a un enorme salón, el cual se me había indicado que sería mi sitio en donde estaría todo el tiempo, me sorprendí al ver a tantos niños como yo, bueno, al menos superficialmente como yo. Lamentablemente mi característica principal era la de no ser para nada sociable, nunca hice amistad con nadie a mi alrededor, ni siquiera en los recesos. Prefería estar solo y en el fondo solo quería salir ya de ese lugar y regresar a la granja con el señor Glen, mi padre.

Al llegar exactamente el medio día, todos los niños salíamos ya de nuestra rutina. Cuando cruzaba la puerta de salida veía hacia todos lados buscando a la señora Betty quien llegaría a recogerme. Al verla mi rostro se iluminaba, yo no había pronunciado palabra alguna desde que ella misma me dejara ahí en la mañana. Cuando regresábamos a casa, yo veía siempre al señor Glen en sus respectivas labores con la granja. Ese era mi mejor momento para dejar todo en la casa, mi mochila y mi uniforme e inmediatamente irme con él a ayudarle. Todos los días aprendía a hacer algo nuevo con el señor Glen.

De esta manera fui viviendo mi niñez; de la casa a la escuela y de la escuela a la granja. Nada me hacía más feliz que eso, sin duda no tenía nada más que pedirle a la vida o al menos no tenía idea de lo que un niño normal podía hacer o tener...

Alusión: Sangre jovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora