Muerta en vida

345 25 8
                                    


Dolor.

 Sangre.

Muertos.

Era la mismísima definición de tragedia todo lo que observaba a su alrededor.

Muchas vidas perdidas, vidas de personas inocentes. 

Todo era caos ocasionado por la avaricia de la nobleza.

Y entre tanta desgracia, ella no pudo más y sucumbió.

Como una pequeña margarita en medio del invierno; frágil y con pocas esperanzas de sobrevivir.

Estaba muerta en vida.

 Sus padres habían sido asesinados, y sólo ella había sobrevivido a lo que fue una purga masiva en su humilde y pequeño pueblo.

Pasaba noches sin poder pegar el ojo recordando todos los gritos desgarradores e incesantes de su madre mientras la torturaban.

Eran noches en las que soñaba con la espesa y rojiza sangre de su padre brotar de sus delgados labios al ser golpeado brutalmente.

Sólo eran noches en las que lloraba  al saber que ellos no volverían nunca.

 Madrugadas interminables en las que deseaba haber muerto junto con sus adorados padres. 

La vida del ser humano a veces podía ser una mismísima mierda. Una causada por otro ser humano.

Viéndolo desde la perspectiva de los Dioses; los seres humanos sólo eran criaturas sumamente destructivas y egoístas, capaces de acabar con una preciada vida sólo para conseguir lo que quisieran, pensando sólo en sí mismos.

 Simples plagas que infestaban todo a su paso.

¿Conoces la suerte? ¿Es posible qué te abandone? ¿Seguirás creyendo en ella luego de vivir algo así?

 Mil preguntas de ese tipo abordaban la cabeza de Ochako. Estaba arrodillada en el duro y frío pavimento, mientras era presa de una terrible tormenta, que caía con furia sobre ella.

— Todo iba bien, no entiendo ¿Qué hicieron mis padres para merecer eso?— sollozaba quedamente—. Me dejaron sola, ¡PROMETIERON NO HACERLO! ¡ME MINTIERON! ¿POR QUÉ?- Gritó hasta que su garganta sangró, sus ojos se encontraban rojos de tanto llorar, y sus lágrimas se fundían con las frívolas gotas de lluvia que descendían por su rostro.

Ardió.

Tanto como el  inminente odio que crecía en ella, aquel que era dirigido a los responsables de la muerte de su familia, sentía que era lava lo que corría por su torrente sanguíneo. No era normal que una pequeña pudiese sentir tanto rencor como para sentenciar a todos los bastardos malhechores, y menos ella, que una vez fue tan risueña,simpática,alegre y tierna. Pero una cosa era segura, esos bastardos pagarían caro lo que ocasionaron.

— Haré que paguen con sus vidas lo que hicieron.— En sus hermosos ojos color avellana se apreciaba una determinación innata, junto con una imprescindible ira que iba en aumento—. Se arrepentirán de todo el daño que causaron, de todas las vidas que se extinguieron por su avaricia y egoísmo,  y ahí, sólo en ese entonces, llorarán lágrimas de sangre, arrodillados ante mi, suplicando y rogando. Perdón y clemencia serán las únicas palabras que no conoceré ante ellos— Susurró al viento apretando los puños antes de caer desmayada.

En ese momento, Ochako, selló su destino. 



FragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora