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Recuerdos sobre el tejado

¿Desde cuándo su mundo había perdido el equilibrio? Era lo que más se preguntaba en los últimos años tras la caída de la Muralla María. Pero en realidad, lo que vivió en ese momento fue una completa locura. Superior a todas las que había vivido.

Hange Zoë sabía que se estaría mintiendo si llegara a pensar que sólo sujetaba a Mikasa Ackerman para calmarla, cuando en realidad, lo hacía para controlarse a sí misma y no enloquecer por lo que acontecía frente a sus ojos.

El peso de la responsabilidad lentamente comenzó a pesar sobre sus hombros, haciéndole entender que no podía hacer nada para quitársela y que ella era la única capaz de llevar la carga.

—También habría querido revivir gente —le dijo a Mikasa al sujetarla con más fuerza—, a cientos de ellos... —confesó y por alguna razón aquella oración detuvo el forcejeo de la chica—. Todos tenemos que despedirnos tarde o temprano. Y sé que no podemos aceptarlo, que cuesta mantener la cordura. Es duro...

Su voz se fue apagando por cada palabra, recordándole con ello la cantidad de veces que tuvo que despedirse desde que entró a la legión.

Los últimos minutos que pasó con Moblit le llegaron de golpe, y el recuerdo resultó ser mucho más doloroso que la pérdida de su ojo izquierdo y la lluvia de escombros que la envolvió en el poso.

Su consuelo, fue la serenidad que emanaba Levi en esa situación; hasta casi le pareció admirable, a pesar de que, a ella, el llanto y las disputas de los demás le eran agobiantes. No obstante, por más que disimulara, sintió cómo una antigua herida se volvía a abrir, una que había creído cerrada desde hace tiempo. Hange no quería dejar que esas emociones emergieran, no en ese momento; por lo que luchó por contenerlas pese a sus pocas fuerzas.

El cabo Ackerman no entendía por qué dudaba, si ya sabía la respuesta. Quizá se debía por las súplicas irritantes y los sollozos de dos soldados que pedían el suero para el joven que siempre soñó con el mar, por unos segundos sintió que la voz de la razón era la del otro cadete, un pelirrojo de nombre Floch, que argumentaba que Erwin merecía el suero, ya que sin él no hubiesen llegado hasta ese punto.

Tenía toda la razón.

Y mientras Levi tomaba la decisión de quien viviría un poca más en el infierno. Hange se hundía cada vez más en sus recuerdos, hasta poder encontrar aquella mujer que tanto extrañaba.

* * *

Desde la rama más alta del árbol, observaste como de nuevo Zoë se arriesgaba a sí misma por obtener más información sobre los titanes. Y al igual que el comándate del Cuerpo de Exploración, esperaste pacientemente al ver hasta dónde podría llegar. Pero por más esfuerzo que daba a sus extrañas investigaciones como decían la mayoría del Cuerpo, no tenía excelentes resultados. Y esta ocasión, no sería lo contrario.

Y a pesar de que te era interesante ver cómo tu superior mostraba tanta valentía para arriesgarse ante aquellas criaturas que solo han hecho sufrir y llevar a la humanidad al punto de la extinción. No terminabas de comprender el porqué de su interés.

—Al parecer te diviertes —te dijo Nanaba al mirarte esbozar una sonrisa.

—Creo que sí. —confesaste sin apartar la vista de aquel escenario que creó tu superior—. Aunque, aun no entiendo por qué ella lo hace.

El titán de cuatro metros que perseguía Hange desde hace un rato, se alejaba cada vez más. Parecía que huía del mayor depredador con el que pudo toparse en el bosque. Ella.

Y al contrario tuyo, que disfrutabas la escena como en cualquier otra expedición. El cabo Ackerman miraba a su compañera, aguardando el momento preciso para culminar con aquel juego que, como era de suponer, no era de su agrado.

Hasta que su paciencia terminó.

—Cuatro ojos —le llamó Levi de la manera más agradable en esa semana—, te hemos dicho que tengas más cuidado. Deja de ser tan ruidosa, que hasta ellos mismo huyen de ti.

Ella no le prestó atención. Sólo gritaba porque Levi cortó el cuello del titán que hace minutos estaba persiguiendo. Lloraba la caída de aquel extraño ser como si de un humano se tratase, una persona que recién empezaba a conocer amigablemente. Y aquello, junto a las manchas difíciles de quitar, eran una de las cosas que odiaba el Ackerman en la vida. Por lo que no hubo objeción de nadie, ni siquiera de ti, cuando la tomó con fuerza por la capa verde e hizo que el rostro de ella estuviera a la altura de él. El cual portaba un semblante serio que la hizo callar y mirarlo en silencio mientras escuchaba las quejas del hombre de pelo oscuro y de vez en cuando, ella miraba por el rabillo del ojo como Moblit se acercaba a ellos, apenas moviendo sus piernas por el ataque de pánico que le dio minutos atrás.

—Es suficiente, capitán —dijo por fin el subalterno de Zoë, al acercarse lo suficiente a ellos.

Decepción.

Eso era lo único que podía sentir en ese instante.

Por no serle útil a la humanidad; Por seguir siendo tan torpe y arriesgada.

—Si quieres ser excremento de titán —dijo, ya cansado de verle la cara—, por mí no hay problema. Pero, no vuelvas a poner en riesgo la vida de otro soldado, retrasada.

—Los titanes no tienen aparatos digestivos, enano —le corrigió con una calma agraciada mientras se ajustaba sus anteojos—, por lo que es muy improbable que puedan digerirnos.

—¿Crees que es un juego? —hubo una advertencia.

—Levi —le llamó Erwin—, basta.

A ғrαcтιoи || Hange Zoë x TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora