Epílogo

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αlαѕ de lιвerтαd

Cuando Hange miró el cielo azulado del medio día, tenía los labios levemente despegados y daba la impresión de no haber estado allí unos segundos antes de que los Colosales pasaran sobre ella. Todo por un momento le era desconocido. Parecía hallarse sobresaltada, como si hubiese olvidado por un instante: lo qué había pasado, sobre quién era ella y sobre qué hacía en aquella tierra árida y llena de escombros, donde antes era una ciudad ubicada al sur de Hizuru.

—¿Dónde estoy? —se había preguntado cuando sus pulmones volvieron a ejercer su labor y su memoria por igual.

Con la paciencia que empleaba una tortuga para caminar, la antigua comandante del Cuerpo de Exploración empezó a recordar y a percibir como el pánico se apoderó de ella al no sentir el frío metal pegado a su seno izquierdo. No estaba. No estaba la pequeña caja de acero inoxidable que usaba para guardar la carta de su amada. La carta que había releído y guardado con mucho esmero desde el día en que la tuvo entre sus manos.

«Te veo del otro lado», fueron las últimas palabras que le habían transmitido aquellos ojos (color) antes de morir entre los brazos de Zoë.

—¡No puede ser! —exclamó desesperada al chequear con torpeza el interior de su camisa. No había rastro de aquella caja ni del sobre. Hange trató de controlar su respiración e intentó regresar a la paz que ese lugar le estaba otorgando, como premio a lo que había sacrificado por la humanidad.

Al pronunciar el nombre de aquella veterana de la Legión, sintió como si una fracción de su alma se había separado de su cuerpo.

—Es... es imposible —dijo Hange con dificultad al posar sus manos en la tierra.

Como en todas las mañanas antes de realizar su labor, la comandante se disponía del tiempo y del amor para hacer que la carta quedará unido a su piel. A su ser. Le era imposible creer que se hubiese perdido, cuando era tan aplicada en vendar las tiras de cuero negro sobre su pecho, con tal de que la cajita no se moviera de su sitio sin importar a donde ella fuese. Sin falta, cada día lo hacía, y cada vez, con más dedicación al saber que en cualquier momento cumpliría su promesa de verte del otro lado, en un mejor lugar.

—Hiciste tu trabajo —dijo la voz que tanto añoraba escuchar cuando pedía consejos en la soledad de su oficina.

Sorprendida por ello, se dispuso a levantar su cabeza para mirar a su al rededor y luego, con la misma calma que le envolvía el cálido viento de aquellas montañas despobladas; observó con una grata confusión y alegría a todos los miembros de la Legión. Todos los que había conocido desde su ingreso, hasta caras desconocidas que estaban en el Cuerpo mucho antes de que ella naciera.

¿A caso ese lugar era el tal mencionando paraíso? ¿Era el sitio donde iban a parar las almas buenas? ¿El cielo que tanto mencionaban los creyentes de la seta? A pesar de que Hange no creía en esas fantasías, quería creer que era cierto.

Erwin la miraba. Estaba orgulloso, de eso no había duda por cómo sus ojos azules brillaban al fijarse en el de ella. El décimo tercer comandante de la Legión le sonrió y la llamaba y le decía que había hecho un excelente trabajo. En realidad, él estaba muy feliz de verla. Y Moblit, su gran colega y fiel amigo, la miraba con tanto cariño que el corazón de ella por un milisegundo se detuvo y volvió a renacer de las cenizas de la tristeza.

Algunos la miraban y le sonreían como si la hubiesen esperado por mucho tiempo, y otros, a quienes distinguió a lo lejos como a Sasha Blause y a Keith Shadis miraban con emoción la avioneta que volaba en el cielo, mientras los demás aplaudían y daban la mejor de la suerte a los miembros de la Alianza que iban tras el Fundador, Eren Jeager.

A ғrαcтιoи || Hange Zoë x TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora