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Gisele

Ya casi era hora de irme, pero no quería.

—Gisele, ya puedes irte. —Me dijo Rommel con una pequeña sonrisa.

Me levanté de la silla y agarré mi libro de partituras. Lo agarré y lo metí en mi bolsa lentamente. Quería ganar tiempo, no me quería ir. Cuando me puse la bolsa en el hombro levanté la vista y Beck estaba recargado en el marco de la puerta. Avancé hacia la puerta y la abrí.

—Hasta… el… sábado —Dije sin ganas de pronunciar aquellas palabras.

Cuando puse un pie fuera del salón, Beck me agarró por el hombro y me dió la vuelta suavemente. Otro escalofrío me recorrió la espalda.

—Me preguntaba… —dijo con voz firme y, extrañamente, eso me encantaba —ya terminé aquí. Y tú también. ¿Quisieras ir a la librería?

Me miró con ojos oscuros y penetrantes, sin expresión, esperando mi respuesta. ¿Podía ir? Supuse que a mis padres no les importará; nunca les importa. Al diablo, pensé.

—Claro. ¿Vas a trabajar ya?

Me miró con ceño fruncido.

—Eh, claro.

Caminamos fuera  de la casona de la cultura, como yo le decía. Sentía a Beck atrás de mí y eso me incomodaba y me gustaba al mismo tiempo.

Cuando por fin llegamos al sitio donde aparqué el coche, saqué las llaves de mi bolso y le indiqué a Beck que abriera la puerta y se sentara en el copiloto. Antes de que me sentara sentí una pulsación en la cabeza. No le hice caso y me metí en el coche.

Busqué una estación de radio más o menos agradable y prendí la calefacción.

—Lindo coche. ¿Es tuyo o de tus padres?

—Es mío. Y gracias. Entonces… ¿a la librería?

Me miró y asintió lentamente. Idiota, acaba de decir hace 5 minutos que iríamos a la librería.

Puse marcha y la única cosa que salvaba el silencio incómodo era la radio. Observé de reojo que Beck miraba por la ventana, y me era imposible no voltear un poco a verlo bien. La ventana estaba abierta y el aire le sacudía el cabello. Observé con atención que un cabello se le fue al ojo y él se lo apartó. Miré la calle de nuevo y divisé la librería.

Aparqué el coche y lo apagué.

—Y bien… ya podemos bajar. —Dije en voz baja.

Beck me miró y apartó sus dedos de sus labios. Abrió la puerta del copiloto y yo me comencé a quitar el cinturón. Cuando alcé la vista Beck estaba afuera y me abrió la puerta. Lo miré y sentí que mi rostro estaba a 50 grados Celsius. Agaché la mirada y bajé del coche. Beck cerró la puerta a mis espaldas.

Busqué monedas en mi bolsillo para el parquímetro, pero no traía cambio. Tragué saliva y avergonzada dije:

— ¿Traes cambio?

Beck metió su mano al bolsillo delantero de su pantalón y sacó monedas. Las cogí y las metí al parquímetro.

—Te parece bien… ¿una hora? Quiero decir, tengo pensado comprar algo y tardo... mucho en escoger.

Beck asintió mientras miraba el parquímetro con atención, como si nunca hubiese  visto uno en su vida. Después de un rato me di cuenta de que en realidad estaba mirando mis manos meter las monedas. La idea me ruborizó.

Llegamos a la librería y Beck me abrió la puerta principal.

Una vez dentro, un hombre de mayor edad con gafas enormes y un bigote abundante nos sonrió. Primero a mí, y luego a Beck.

QuinesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora