Un inesperado invasor

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A través de la ventana logró observar como una multitud se reunía fuera de la cabaña aun sin hacer ningún movimiento.
Realmente había sido una idiota al pensar que todo estaría bien y jamás serian descubiertos. Una completa idiota.
Sus piernas y manos no dejaban de temblar, no solo temía por ella, sino también por Jack. A esas alturas, el líder de la aldea debía saberlo todo y eso solo haría el problema más grande.

Huir era una buena idea, buscar algún atajo por el bosque y esconderse hasta que Jack la encontrara, sin embargo, su madre e incluso la manada estarían en peligro mientras ellos huían de todos. No era tan egoísta como para hacerlo.
Se le agotaban las opciones, en realidad jamás hubo una. En su pecho había una opresión de preocupación y dolor, ¿Qué había de malo en que estuvieran juntos? No dañaban a nadie.

Solo podía culparse a sí misma por permitir que Jack entrara a su vida, ahora no solo la lastimarían a ella, sino también a él. Estaba convencida de que él asumiría toda la culpa con tal de mantenerla a salvo y no lo soportaría, si algo le sucediera no lo soportaría.
Lo amaba demasiado y los separarían si las cosas iban bien, pero si no llegaban a ningún acuerdo, lo más probable era la ejecución para ambos.
Por faltar y desobedecer las leyes que mantenían la paz entre los tratados, la muerte era la mejor manera de erradicar las impurezas que se habían presentado.

Se limpió las gotas que se derramaban por sus mejillas con demasiada dificultad, sus manos temblaron con mayor intensidad en cuanto observo como una multitud más grande se acercaba a la cabaña.
Suprimió un sollozo y se alejó por completo para no seguir mirando, todo eso la estaba destrozando. Un castigo grave o la muerte era lo único que la esperaba y en cualquiera de los dos la separarían por completo de Jack.

— Mamá.- rodeó a su madre con los brazos, abrazándola fuertemente y buscando protección en ella como si fuera una niña pequeña, deseaba serlo y así no tener que lidiar con ese problema. — El líder está aquí, él va a…

— No permitiré que te haga nada, cariño. Nadie te lastimará, estoy aquí contigo.- la apretó en su agarre e intento tranquilizarla, aunque también tenía miedo. Su hija era lo único que le quedaba y no iban a arrebatársela.

Continuaron así unos minutos: apoyándose, confortándose. Desde que su padre murió, solo habían sido ellas dos. No se tenían más que una a la otra y perderse, sería devastador.

— Se que están allí, ¡Salgan!

Las voces y golpes en la puerta resonaron en sus huesos y en el horrible silencio en el lugar. Temblaban, pero no se soltaron en ningún segundo.
Los golpes se intensificaron causando que ambas sobresaltaran en temor, sabían que en cualquier momento derrumbarían la puerta.

El corazón de Elsa latía con fuerza, el aire abandonaba sus pulmones y se desmayaría si continuaba y aun así, se mantuvo fuerte…hasta que la cabaña dejo de ser un lugar seguro y la puerta cedió después de los fuertes impactos.

Se aferró a su madre e Iduna hizo lo mismo con Elsa, la sujetó con toda la firmeza de sus brazos, nadie se la arrebataría. Los aldeanos entraron e intentaron separarlas, lastimando mayormente a la rubia.

— ¡Déjenla tranquila!- gritó su madre y después fue silenciada por dos hombres que la tomaron con fuerza, dejando a Elsa completamente desprotegida.

— ¡No hice nada malo! ¡Deténganse! – imploraba la chica.

Varias mujeres tiraban de sus rubios cabellos y rasguñaban con sus manos, mientras algunos hombres la llevaban fuera de la cabaña lastimando su delicado cuerpo y la arrojaban con ferocidad al suelo con el propósito de hacerle daño.

Todos los aldeanos la miraban con completo asco y repulsión, fue ahí donde entendió que no había manera de salir ilesa de eso y aunque sabía muy bien lo que pasaría con ella, su única preocupación era Jack.

El lobo que se enamoró de caperucita roja (Adaptación jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora