Los niños del cementerio quieren jugar

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Todos los días Dana tomaba el camino del cementerio como una ruta para llegar más rápido a su casa. No importaba si era de noche, Dana pasaba entre las tumbas sin ningún temor y en pocos minutos estaba en su casa.

Los amigos de Dana no podían creer cómo la joven era tan valiente para entrar sola por las noches al cementerio más antiguo de la ciudad. Es que el cementerio era tan antiguo que incluso algunas tumbas se habían abierto con el tiempo, dejando ver un hoyo oscuro y algo escalofriante.

Dana conocía el camino de memoria, por lo que, aunque el cementerio era grande, podía tomar un atajo y llegar a su destino sin inconvenientes. Al menos hasta ese día en que la joven jamás volvería a ver el cementerio sin temor.

Una noche tras haber salido del trabajo, Dana saludó al cuidador del cementerio y emprendió su camino, pero antes de hacerlo, el anciano quien llevaba cuidando el cementerio desde hace 30 años le dijo que tuviese cuidado con los niños, que hoy era su salida.

Dana no supo a qué se refería y lo tomó como una broma, una de muy mal gusto. Comenzó a caminar y cuando se dio cuenta estaba perdida, había llegado a las tumbas de los niños.

De repente empezó a ver cómo emergían de las tumbas los niños que hace años habían sido sepultados. Dana corrió pero habían niños en todos lados y solo le pedían una cosa: jugar con ellos.

Dana se cansó de huir sin encontrar salida y de repente golpeó su cabeza con una lápida, cayendo desmayada.

Cuando abrió los ojos, unos niños la rodeaban y le decían que ahora solo querían jugar, mientras arrastraban a Dana a una cueva del cementerio de la que la joven jamás logró salir.

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