Capítulo 2. Luchando por terminar la velada

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****+18. Lo único en al menos casi todo el libro. Nada más aviso. Gracias****


Reíamos casi en sincronía, no recordaba cuando había sido la última vez que eso sucedía, pero me hizo olvidar por un momento todos mis temores, todos esos pensamientos que solían amontonarse en mi cerebro y me hundían más en la depresión.

—Así que me levanté del suelo, con todas mis cosas llenas de lodo y caminé hasta mi casa con toda la dignidad que pude juntar de entre la tierra— decía él con la risa aun entre las palabras, provocando que inhalara con dificultad.

Sentía que su mera existencia era poesía y que estaba ahí en ese momento en medio de una presentación de esa obra de arte. Suspiré cuando al fin la risa menguó.

—¿Y no te dijo algo tu madre cuando llegaste así? — le pregunté mientras intentaba pasar un bocado de pasta, esa deliciosa pasta que me había invitado él diciendo que era de sus favoritas.

—No, solo me dijo que me lavara y que ya estaba lista la comida— meneó la cabeza y un pequeño mechón de cabello cayó frente a su rostro.

No me pude detener, o no lo quise hacer, así que puse detrás de su oreja ese mechón de cabello rebelde que lo hacía lucir tan descuidadamente arreglado, mechón de cabello que se sentía como seda entre mis dedos y que mandó un ligero cosquilleo a mis extremidades.

—Gracias— su sonrisa se ensanchó y meneó la cabeza un poco para que un par de mechones más revolotearan por su rostro— ¿me ayudas? — preguntó poniendo una cara que me decía que no rompía ni un solo plato.

Parecía un niño pequeño pidiendo un trozo extra de pastel con la cara más tierna de su repertorio de caras, por lo cual no tuve de otra que acceder. Me incliné un poco sobre la mesa y guardé el equilibrio poniendo el codo izquierdo sobre la superficie plana con todo mi peso y usando la mano derecha para acomodar los mechones rebeldes que parecían hechos de la seda más fina, no es que la hubiera tocado jamás porque no lo había hecho, pero seguramente se debía sentir como una caricia entre las yemas de mis dedos.

—Debes de atarte mejor el cabello, se te escapa— me reí un poco y él acercó su rostro mientras sonreía victorioso.

—Entonces no tendría ninguna excusa para armarme de valor y hacer esto— se acercó aún más a mi y eso provocó que se me escaparan sus cabellos de entre los dedos.

Me besó, primero juntando ligeramente sus labios con los míos en un toque que se sentía delicado y precario, y después forzándome a abrir los míos para darle entrada a su lengua, que exploraba juguetona un poco más en cada intrusión. Para el momento en que se separó de mi sentía la cabeza dar vueltas y mi respiración era dispareja. Escuché un golpe en la puerta e instintivamente me caí de sentón en mi asiento, rebotando ligeramente y dejando escapar una ligera risita nerviosa.

—Aquí está su postre— dijo la señorita dejando en la mesa un par de platitos divinamente pintados con trozos de pay de limón en ellos.

Y se retiró igual que como llegó, en silencio y sin mediar palabra alguna, dejándonos en la habitación tenuemente iluminada a nosotros solos. Yo seguía con la respiración agitada, y era extraño porque rara vez me sucedía eso por algo bueno o involuntariamente, normalmente lo fingía o era debido a la falta de aire al ser casi ingerida por clientes muy poco expertos en el ámbito carnal, pero esa vez era de gusto y debido a un corazón acelerado por fantásticas razones.

—Disculpa si te incomodé, Luna— dijo él, sentándose a mi lado. ¿Cuándo se había levantado y acercado tanto?

—No fue incomodo, me gustó... mucho — intenté aminorar el sonrojo de mis mejillas mediante un par de toques con las yemas de mis dedos, pero ni el frío de mis congelados dedos evitó que el calor de mi rostro creciera de a poco.

DepressedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora