La posibilidad de ser lluvia - ARISTEMO

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No existe día en el que Aristóteles no se sienta desplazado. El lunes se olvidan de llamarlo a cenar, el martes no fue requerido para la fotografía familiar, el miércoles nadie nota su ausencia en clase de gramática, el jueves ya podría jurar que es invisible y entonces llega el viernes y comienza a cuestionarse su propia existencia.

Desde que tiene memoria forma parte de una de las academias más exclusivas de la ciudad, tan exclusivas que para cualquiera podría parecer demencial que sólo tuviera matrícula para siete estudiantes que fueron aceptados desde su nacimiento, y que nunca más se les hubiese ocurrido convocar a más. Pero lo cierto es que a la gente de afuera, más allá de lo absurdo, le causaba un montón de curiosidad, expectativa y hasta admiración.

Aris a veces no les entendía, ya que desde que tuvo algún uso de razón para él era de lo más normal. Era normal tomar clase con un mono parlanchín, era normal ser alimentado por un robot automatizado y, con el tiempo, comenzó a ser normal el ver a "uno" romper una pared de un solo puñetazo, como si de pronto al concreto le hubiera dado por irse de vacaciones y su lugar hubiera sido desplazado por simples hojas de papel, dejando por todo el suelo un pequeño desastre, todo porque el mencionado había perdido en Súper Mario y al parecer era muy berrinchudo para no obtener lo que quería.

También comenzó a mirar de lo más común a "cinco" tele transportándose tras la puerta de la antesala para molestar al asustadizo de "cuatro" que venía entrando con un sándwich en la mano, sin hacerle daño a nadie.

Incluso podría hablar sin una pizca de titubeo en su voz de esas noches en las que bajaba a la cocina por leche con chocolate, galletas o cualquier otra chuchería, para de pronto percatarse del ruido proveniente de la sala de combate, y de cómo siempre tuvo una guerra interna sobre si aprovechar la puerta entre abierta para ir a echar un vistazo contaba cómo chismosear.

Al decidir que simplemente era sana curiosidad, se acercaba sigilosamente y comenzaba a asomar su pequeña cabeza con sumo cuidado para que no notaran su presencia, expectante a lo que sus ojos mirarían, aunque ya lo había visto varias veces.

Casi a la misma hora era habitual ver a "dos" y a "seis" encerrarse para entrenar, y Aris les admiraba, porque eso estaba terminantemente prohibido y según él, lo prohibido estaba mal, pero ellas parecían disfrutarlo.

Podía admirar a "seis" convirtiéndose en un enorme kraken, veía como uno de sus tentáculos atacaba a "dos" por enfrente, mientras llevaba otro silenciosamente por la derecha para poder atacar por detrás. Sin embargo "dos" era increíblemente hábil con las armas, y solía usar su cuerpo cómo una, así que no le fue difícil esquivar a sus extraños enemigos.

Así era la niñez de Aristóteles, vivió rodeado de lo inverosímil y entonces lo inverosímil pasó a ser parte de su cotidianidad, porque parecía que en esa casa todos tenían algo especial.

Bueno, todos menos él.

Aris nació un 12 de febrero de 2002 y su nacimiento fue un acontecimiento mundial sin precedentes. Otros cuarenta y tres niños nacieron el mismo día, pero no era sólo eso lo que los unía, si no que de las cuarenta y tres madres que los dieron a luz, ninguna estaba embarazada apenas unos segundos antes de comenzar el parto. De hecho muchas de ellas ni si quiera tenían una vida sexual activa, no se conocían entre sí y no parecía existir ningún patrón que las uniera.

Fue un suceso impresionante, científicos, teólogos, historiadores, filósofos y básicamente cualquiera con una mente curiosa, se dedicaron a hablar e investigar sobre el tema por años, pero nunca llegaron a algo concreto.

Hubo una mente brillante en especial, Constanza Anderson. Una mujer que imponía su carácter en cualquier lugar que fuera afortunado por su presencia, una mujer culta, llena de conocimiento, inteligencia y mucho, muchísimo dinero.