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Aristóteles

Los créditos de la película comienzan a salir y tomo el control remoto para apagar el televisor, volteo mi mirada al cuerpo echado a mi lado con la esperanza de comenzar otra de nuestras charlas sobre cine de culto pero lo que veo me da un vuelco al corazón.

Cuauhtémoc se ha quedado profunda y plácidamente dormido a mi lado.

Comienzo a sobre analizar la situación y por unos minutos no sé muy bien qué hacer, así que casi sin tener control sobre mis propias acciones me acurruco frente a él y cierro los ojos para intentar dormir, pero simplemente no puedo.

Los abro de nuevo y me doy cuenta de que estamos muy cerca, más de lo que hemos estado alguna vez, pero no me siento intimidado, no se siente extraño; se siente bien.

Mi mirada se pasea por su rostro, como tratando de memorizar cada facción, cada rincón y también cada imperfección de su cara, la bolita de su nariz, sus pestañas largas y gruesas, su cabello que usualmente estaba liso y que para este punto ya había perdido su forma.

Me doy cuenta de que todos mis sentidos están enfocados en su existencia y que llevo un rato conteniendo la respiración, así que suelto el aire que tenía retenido en mis pulmones y el suspiro le hace removerse un poco en su lugar, pero sin despertarse.

Sonrío de la misma manera en la que he estado sonriendo desde que Cuauhtémoc se acercó a mi ese día en la sala de la biblioteca, pareciera que ya me estoy acostumbrando a estar alegre siempre que le tengo conmigo pero todos los días es una experiencia más nueva, más feliz.

Desde que Constanza creo un muro invisible entre mis compañeros y yo no he compartido ningún lazo afectuoso hacía ninguna persona en el mundo, mamapola es medio robot así que supongo que no cuenta. Me reprehendo a mí mismo por haber desperdiciado tanto tiempo sin conocerle de verdad y mis propios pensamientos son interrumpidos por un hilo de voz que sale de los labios del chico frente a mí

-Te quiero- dice muy bajito, como si fuera un secreto que ha estado guardando por mucho tiempo.

Abre los ojos y nos quedamos en silencio unos segundos, no sé muy bien lo que significa, pero el calor en mi pecho y la sonrisa en mi cara que pareciera no desaparecerán ni aunque se termine el mundo en este preciso momento me dicen que es algo bueno.

Cuauhtémoc parece darse cuenta de mi mirada desconcertada y agrega:

-La semana pasada leí la teoría aristotélica sobre la amistad- dice, y estamos tan cerca que su aliento tibio con aroma a chocolate con menta choca contra mi rostro y mi sonrisa no hace más que ensancharse –Resulta que la etimología de esta palabra viene verbo phileîn, que significa "querer"- vuelve a cerrar sus ojos y se le escapa una risita -Y ahora que eres mi amigo, te quiero- concluye.

Justo ahora el sentimiento en mi pecho que a este punto ya no se siente tan impropio se expande por cada célula de mi cuerpo dando cabida a una mezcla de varias emociones que van danzando desde la perplejidad al asombro, la esperanza y felicidad, he estado solo por tanto tiempo que no me imaginé que algo así existiera, no imaginé que se sintiera tan bien tener compañía, su compañía.

Quiero decirle que también le quiero, que agradezco al destino, al universo o a cualquier ente que exista más allá de nosotros, por conocerle, por las tardes viendo películas extrañas que creemos entender, por las noches en las que nos escabullimos a la cocina a robar helado y chucherías, por las miradas entre clases que parecen ser nuestro nuevo lenguaje, todos los días, quiero decirle que desde que se adentró en mi vida y se convirtió en mi amigo, esta mansión que se había convertido en una especie de prisión para mí ha logrado transformarse en la mejor aventura que he vivido hasta ahora, quiero decirle que me transmite mucha luz, quiero decirle...

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Narra Temo

Abro los ojos y lo primero que veo es a "siete" durmiendo frente a mí, sus rizos se ven alborotados y su cara refleja mucha paz, podría apostar que está soñando con música. Me levanto con mucho cuidado de no despertarlo, me desperezo mientras veo el enorme reloj que tiene en su mesita de noche, marca las tres de la mañana, el encanto debe terminar.

La voz que habita en mi cabeza amenaza con aparecer, he estado en constante lucha con ella por mucho tiempo, más específicamente desde que los poderes de "siete" se comenzaron a desarrollar, ella nunca gana a pesar de que sé que tiene razón, aun después de tanto tiempo y tantas guerras internas hay una parte de mí que sigue peleando por hacerme ver que es lo correcto y que no, sin embargo nunca he llegado a deducirlo de verdad.

Me pongo de rodillas frente al muchacho de cabello rizado que sigue profundamente dormido, paso mi mano sobre su hombro y le doy un pequeño apretón.

- Hey- Le digo con voz bajita y él sólo atina a producir un sonido extraño, sonrío para mis adentros y vuelvo a hablar- Siete, despierta por favor.

-Yo también te quiero- dice entre sueños y cambia de posición para acurrucarse y volver a dormir.

Estoy a punto de perder la concentración y por un momento quiero obligarme a mí mismo a salir de aquí, sin importar las consecuencias.

Cierro los ojos y trato de concentrarme en mi propia respiración, intento despertar a "siete" de nuevo esta vez con más suerte, la poca luz de luna que invade la habitación es suficiente para que pueda mirarlo bien, me subo a su cama y me siento frente a él.

-Escucha- digo antes de que pueda ganarme la palabra- Eres la primera persona en el mundo que me ve más allá de lo que quiero mostrar- noto su cara de incertidumbre y un nudo comienza a formarse en mi garganta, no puedo mantener su mirada así que sólo se me ocurre abrazarle- Gracias por eso- le digo mientras entierro mi cara en su cuello y sus manos de pronto rodean mi espalda.

-Oye, escuché el rumor  de que te llamas "Siete", tienes dieciséis años, te gusta tocar el piano, lo adoras, te gusta tanto que mañana vas a tocar todo el día hasta que te salgan ampollas en los dedos- mis lágrimas comienzan a humedecer mis mejillas, doy un suspiro fuerte y continúo- No importa que tan cansado estés o cuánta hambre tengas, no dejarás de tocar. No tienes ningún poder, no tienes nada especial, no tienes amigos- esto último hace que se me rompa la voz y se me revuelva el estómago, así que antes de concluir agrego:

-No tienes amigos, excepto a mí, ahora duerme.

Siento como el peso de "siete" cae sobre mí y lo acuesto con mucho cuidado para después poner una manta sobre él, seco mis propias lágrimas y me dirijo a la puerta de su habitación. Antes de salir digo "te quiero" en un rumor  apenas audible para mí.

La posibilidad de ser lluvia - ARISTEMOWhere stories live. Discover now