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- ¿Con quién estuviste? -preguntó curiosa.
- Con un amigo, ya te lo dije.
- Y... ¿Qué hicisteis? -dijo esta vez con un tono provocativo.
- Pues... Un trabajo -rió nerviosa Deva-, ya te dije... que quedaba con un amigo para hacer un trabajo -diciéndolo así ni ella se lo creía, ¿por qué miento tan mal? Se preguntó a ella misma.
- Vale, vale... entonces explícame porque la camiseta que llevas no es tuya.

Se quedó en blanco... ¿Qué le debería decir? No le contaría la verdad; no podría. ¿Por qué razón podría llevar una camiseta que no es suya? A ver que clase de excusa le intentaría colar.

- ¿Y bien?
- Pues... -venga piensa- Estábamos descansando del trabajo bebiendo zumo de naranja y sin querer se me cayó en la camisa... por eso él tuvo que dejarme una de las suyas, porque no quería que me fuera con la ropa sucia.

Se pegó mentalmente por esa explicación. Nadie, absolutamente nadie se tragaría esa mentira. Era imposible que alguien se comiera esa estúpida excusa y se quedara tan pancho.

- Está bien.
- ¿Qué? -no se lo podía creer, su cara de pescado cocinado la delataba.
- Que está bien. No te creo para nada, pero si no me quieres contar lo que pasó de verdad te entenderé. Pero que sepas, Debora Sánchez, que tú siempre terminas contándome la verdad, ahora mismo solo estás retrasando lo inevitable.

Deva tragó saliva ante aquella clase de discurso que dio su amiga, pero porque sabía que era verdad. Nunca le había mentido y nunca lo haría, Ale sabía todo sobre ella... todo menos su fetiche.

Después de la extraña e incómoda conversación que tuvieron delante de la habitación de Ale partieron a cenar. Irían a un restaurante pizzería que solían frecuentar los viernes.
Partieron las dos juntas con el coche de Alejandra. Era una noche con abundante tráfico así que tardaron un poco más de lo usual en llegar al restaurante pero ninguna de las dos le dio importancia a eso.

Una vez allí las dos tomaron asiento en la misma mesa en la que se sentaban cada viernes y fueron atendidas por el mismo camarero de siempre. Ale pidió una pizza cuatro quesos con gaseosa y Deva un plato de macarrones a la carbonara con agua, pues seguía llena. Se maldecía a si misma por la comilona de unas horas antes porque si no se comía todo su amiga sospecharía y le daría la lata con innumerables preguntas.

- ¡Me muero de hambre! -se quejó Ale.
- Sí... yo tambien -respondió un poco desanimada Deva.
- ¿Qué pasa? -preguntó incrédula la primera- ¿No tienes hambre?
- ¿Qué? -y de nuevo ese tono nervioso- Claro que tengo hambre amiga, ¿acaso no me conoces? Yo siempre tengo hambre -rió Deva.
- Claro, tranquila eh -dijo Ale riendo-. Pero desde que ya no entrenas has empezado a coger peso, -siguió bromeando- mírate, debes pesar trescientos kilos -terminó con una carcajada.
- Sí claro, pues entonces espera a que me siente sobre ti... ya veremos quién ríe después.

Las dos amigas empezaron a reir a carcajadas provocando que las demás personas las miraran como si vieran dos horribles monstruos.

- Ah, amiga -empezó Deva secándose una lágrima de la mejilla-, harás que nos tomen por locas.
- Es que estamos locas.
- Tú estás loca, yo soy totalmente normal.
- Ya, ya, lo que tú digas señora "yo soy normal" -dijo Ale haciendo las comillas con los dedos.
- Oye... -habló esta vez seria.
- ¿Qué pasa?
- ¿Tanto peso he ganado?
- No, tranquila, solo exageraba. Igualmente si lo hicieras seguirías siendo mi mejor amiga y te seguiría queriendo igual.

Deva sonrió calmada ante aquella confesión. Realmente le alegraba oir eso.

La comida tardó poco en llegar y las chicas tardaron poco en empezar a comer.
Ale ya se había comido media pizza y seguía como si nada, en cambio Deva tenía más dificultades; seguía llena pero sabía que si no se terminaba toda la comida su amiga sospecharía, así que se armó de valor y empezó a comer más rápido para no pensar en que estaba llena.
Al terminar la chica recostó la espalda en la silla y empezó a respirar de manera pesada pero sutil. Acercó la silla un poco más a la mesa para poner las manos sobre su dolorida barriga y que su amiga no se diera cuenta. Empezó a acariciarla suavemente y en pequeños movimientos cuando un ruido llamó su atención y el de Ale... el botón de su pantalón había salido volando. Ale no le dio mucha importancia así que siguió comiendo.

No me lo puedo creer, ¡no me lo puedo creer! Pensaba Deva. El botón de su pantalón había cedido ante la presión que ejercía su barriga. Nunca antes le había pasado, pero le encantó. Una sensación de satisfacción recorrió su cuerpo y puso sus pelos de punta. Ahora su barriga era libre por fin y eso le gustaba.
Lamentablemente ése no era lugar para sobar su panza de la manera que ella quería.

- ¿Quieres postre? -preguntó su compañera al terminar con su pizza.

¿Debería? Se preguntó. Realmemte me apetece... Además, así engordaré más rápido.

- ¡Claro que quiero postre!¿Qué clase de pregunta es esa?
- Vaya, se ve que no cambias nunca -rió Ale-, ¿qué te apetece?

Lo más calórico de la carta. Aunque no podía responder eso. Tras un rato analizando diferentes platos se decantó por el crepe de chocolate blanco con plátano y helado de vainilla.

Realmente le costó terminar con el postre pero cuando lo hizo quedó satisfecha. Chema estaría orgulloso de mí... Espera, ¿por qué estoy pensando en él ahora mismo?

Al final pagaron y regresaron a la universidad. Ale acompañó a su amiga hasta su habitación y después se marchó a la suya.

Deva estaba confundida y despistada, ¿por qué había pensado en Chema? Alomejor sí le gustaba... bueno, es que le gustaba, pero quizás más de lo que ella creía.
Estaba tan distraída pensando que tardó más de la cuenta en darse cuenta que no encontraba la llave de la habitación.
Mierda, ¡mierda! ¿Y ahora que coño hago? Piensa, venga... Ya sabía dónde la había dejado... en la habitación de Chema.

No sabía que hacer, ¿iría a pedirle la llave? Pero quizás estaba durmiendo y entonces tendría que esperar en el pasillo. También podría ir a dormir con Ale, pero siendo sinceros, prefería mucho más la versión en la que iba con Chema. Dudó durante un rato, bien largo cabe añadir, hasta que se decidió con ir a la habitación de Chema.

Al estar delante de la puerta las dudas volvieron, pero se armó de valor y tocó la puerta.
Al principio no hubo respuesta del otro lado, pero cuando se decidía a irse oyó como se abría la puerta.

- ¿Deva?

Entonces miró hacia atrás y vio a Chema en calzoncillos y con la comisura de los labios llena de helado.

- Deva, ¿qué haces aquí a estas horas? Es la una de la noche. ¿Ha pasado algo?
- No, no tranquilo -rió nerviosa-, bueno sí... es que hoy, pues... mis llaves... en tu habitación...
- Te has dejado las llaves de tu habitación en la mía... ¿es eso? -la chica asintió- Bueno pasa y las buscamos juntos.

Deva no se sorprendió mucho al ver la tarrina de helado encima de la cama con una cuchara dentro. Chema ha estado comiendo mirando la tele... debió haberse visto lindo. Deva sonrió. Chema era un glotón.
Tras estar un rato buscando las llaves sin parar Chema se paró y empezó a pensar en algún lugar donde las llaves podrían haberse escondido.
Deva en cambio se quedó empanada mirando el cuerpo de su amigo. Tenía la barriga un poco hinchada por haber estado comiendo. Parece tan suave, seguro que no le importa si... y entonces colocó sus manos sobre la panza de su compañero y empezó a acariciarla y sentirla. Chema al darse cuenta de lo que estaba pasando se puso rojo como un tomate, debía admitir que le encantaba que Deva hiciera eso.

Al volver en si misma Deva se levantó de golpe riendo nerviosa.

- Perdón, ha sido un impulso.
- No... no pasa nada -la tranquilizó Chema-, a mi me gusta.
- No hemos encontrado las llaves -suspiró ella rendida.
- Puedes pasar la noche aquí -sugirió el chico-, si quieres.
- Me encantaría.

Aunque hacía mucho calor y tendría que quitarse la ropa. En realidad no le daba vergüenza ya que sabía que a Chema le gustaba su cuerpo. Así que se quitó la camiseta cuando recordó lo que había pasado en el restaurante.

- Vaya vaya... ¿Qué tenemos aquí? Parece que alguien no se ha cortado ni un pelo en la cena -dijo Chema con un tono lascivo.
- Pues... Necesito que alguien me ayude con este dolor -le siguió el juego Debora.

Se tiraron los dos a la cama y empezaron a acariciarse mutuamente. De tanto en tanto se daban algún beso.

Quizás no lo querían admitir, o sí... Pero estaban hechos el uno para el otro.



El secreto de DeboraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora