3ª Parte (Introducción)

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Tercera parte:

Introducción

Con once años conocí a Eva. Mi corazón latía desbocado cuando ella estaba cerca, se aceleraba cuando creía que iba a verla, cuando confundía a otra persona con ella, cuando rememoraba sus palabras del día anterior, cuando me imaginaba las cosas que podía haberle dicho... Las manos me temblaban cuando la rozaban, mi lengua se enredaba al hablarle y mi mente se colapsaba en su presencia.

Por las noches imaginaba mil aventuras románticas con nosotros como protagonistas, en ellas yo no era un torpe bocazas y enano, era el príncipe de sus sueños; y ella me deseaba y amaba porque todo en mi era perfecto para ella.

Me adoptó con doce años, y mis sueños no cesaron, sino que se volvieron cada vez más realistas. Ya no tenía que inventarme a mi mismo en sueños, sino que podía adaptar la realidad para parecerme a esa fantasía. La conocía a ella, la tenía a mi alcance, sabía lo que quería y lo que le gustaba.

Con trece observé, calculé y planifiqué. Un canijo como yo nunca merecería una mujer como esa, pensaba. Ella es preciosa, buena, cariñosa, amable, sexy... ¿Cómo demonios haría que ella sintiese la mitad de lo que siento yo? ¿Cómo hacer que su corazón brinque de deseo cuando yo me acerque a ella?

Decidí que el tiempo sería mi baza, porque sabía que lo que sentía por ella nunca se marchitaría. Nunca dejaría de quererla, por más cosas que pasaran. Mis sentimientos nunca disminuirían, sino que irían aumentando como habían hecho hasta el momento.

A los catorce empecé a salir con otras chicas. Al principio lo hacía por simples instintos, pero luego lo convertí en algo más practico, "entrenamientos".

A los quince... A los quince empecé a cagarla un poco. Había muchos problemas en casa, casi siempre por culpa de Ramón, su marido. No era una simple piedra en mi camino, sino más bien un afilado alambre de espinos que nos rodeaba y oprimía a cada uno de los miembros de la familia, desgarraba y destruía todo.

Con dieciséis el problema desapareció, y Eva quedó libre. Sin embargo sus demonios y temores seguían estando ahí. Me convertí en su compañero fiel, en su paño de lágrimas. Pero seguía siendo un inútil incapaz de cuidar de ella. Un niñato.
-¿Cuándo deja uno de ser considerado un niño?- le pregunté una vez. Y "cinco años" fue la respuesta que obtuve. Cinco años más de espera, de los otros otros cinco que ya había pasado desde que la conocí. Me pareció un término aceptable y razonable. Podía esperar hasta los veintiuno.

Ese fue el tiempo que pasé tratando de ser el hombre que ella quería y necesitaba. Convirtiéndome en una persona indispensable en su vida, instruyéndome en el sagrado arte de la complacencia; que algún día llegaría, a ser no solo a nivel emocional, sino también física.

De los diecisiete a los veinte conocí a muchas mujeres, de las cuales, la mayoría de ellas me mostraron los complicados recovecos de sus mentes. Me enseñaron a manejarlas, a satisfacerlas y a colmarlas de placer.

A los veintiuno me lancé al vacío. No lo hice todo de la forma en que lo había planeado, pues mis miedos y mi impaciencia quisieron tomar el control en más de una ocasión. Sin embargo, gracias a cielo y a mi inesperada "nueva ayuda", Laura, volvía tomar las riendas.

Desde el principio sabía que tras decirle lo que sentía por ella, debía marcharme. No quería aceptarlo pero lo sabía. ¿Cómo mostrarle que las cosas pueden cambiar si no? Si todo hubiera seguido igual, ¿cómo le habría hecho entender que ella siente por mi algo más que un simple instinto fraterno-filial? Debía alejarme y dejarla pensar, para que cuando vuelva a verme, sepa lo que siente, y lo entienda.

Sé que ella me ama, y también que me desea. Me lo demostró aquel último día en la playa, en nuestra roca en medio del mar, rodeados de nada y envueltos por nuestros sentimientos.

En ese momento la sentí y la quise... Tan cerca que casi no pude contenerme. Pero finalmente la detuve. No era así como debía suceder, así no funcionaría. Mientras ella se dejaba llevar por un repentino e instintivo impulso, del que más tarde, seguramente se arrepentiría, yo tuve que frenarla para redirigirla.

-Voy a irme a Barcelona con Laura, y viviré en casa de mi abuela -le dije más tarde-. Haré allí la carrera y solo bajaré en las fiestas.

Fue razonable y estuvo de acuerdo. Ella pensaba que sus ideas se aclararían en una dirección, pero yo sabía que lo harían en la mía.

CONTINUARÁ...

El hijo de Eva (So Deep)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora