Capítulo III: Freya

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Londres; 31 de agosto; 00:00

Freya daba vueltas en su cama, la cual con cada movimiento chirriaba.

Si la joven tuviera que describir el Instituto de Londres diría que es romántico (no en el aspecto sentimental) y si las paredes hablaran, contarían grandes historias. Parecía que el tiempo no pasaba por él, como si la época victoriana se hubiera instalado en él para siempre. Había cosas que desde la llegada de los Skyhell se habían modernizado, como la cocina y la sala de entrenamiento. Pero el resto parecía atemporal, ajeno a todo lo demás; había salas que ya no se utilizaban, como el salón del baile, que se encontraban cerradas y ocultaban bajo sábanas blancas los muebles que alguna vez fueron utilizados para contar historias, chismorrear o simplemente encontrar a alguien especial. Eso era algo que, en parte, agradaba a Freya. Según la habían dicho, su habitación había pertenecido a Tessa Gray, bastante famosa en el Mundo de las Sombras. Freya había tenido el honor de conocerla una vez. No sintió en su mirada rechazo ni odio por ser medio seelie, solo sintió amor y cariño. Cosa que hizo que, tras marcharse, Freya empezara a llorar (por aquel entonces tenía nueve años) y Will corriera a abrazarla (que tenía doce).

Su mente siempre tenía el placer de molestar con recuerdos y pensamientos en los momentos más inoportunos, como las noches; de ahí sus paseos nocturnos.

Debemos mencionar que tras el último que dio fue castigada sin salir del Instituto a no ser que fuera por alguna misión o cacería. Y mejor seguir las ordenes de Robert, padre de William y director del Instituto, dado que su carácter no era de los más agradables del mundo mágico.

Freya dio un suspiro a modo de queja y se sentó en la cama. Su pantalón largo de pijama se la había remangado hasta la rodilla. Se lo bajó mientras estiraba las piernas y los brazos.

Se levantó y encaminó a la única ventana de la habitación. Con el tan habitual chirrido de bisagras, la ventana se abrió y dejó entrar el viento que soplaba aquella noche en Londres. La niebla era menos densa que de costumbre y gracias a esto, Freya pudo observar el río Támesis fluir tranquilamente por el canal. La joven cerró los ojos y permitió que la brisa le rozara la cara y le revolviera el pelo. Siempre había sentido cierta calma y atracción por la naturaleza. Se decía que sería por su parte hada, pero el sentir las briznas de hierba bajo sus pies desnudos, la brisa golpeándola en la cara y escuchar la melodía de los árboles, era algo que la llenaba de paz.

Su estomago rugió en ese momento.

La cena no había sido muy cuantiosa ya que recibieron un aviso y habían tenido que ir a checar un nido de vampiros, que según dijeron los hijos de la noche, algún hombre lobo había ido a robarles (dado que encontraron pelo de lobo y el inconfundible olor). La manada de Londres negaba aquellas acusaciones y tras un largo debate una joven mujer lobo y un vampiro hablaron, diciendo que ellos habían sido los que habían estado en el nido, ya que mantenían una relación secreta. Para sorpresa de Freya y Will, ambos grupos no se lo tomaron tan mal, incluso se fueron a celebrar todos, aunque los jóvenes nefilims declinaron la oferta de acompañarlos.

Freya decidió ir a la cocina y prepararse algo sencillo que la calmara el hambre y la ayudara a dormir mejor. Se puso unos leggins de deporte y se dejó la camiseta de manga corta del pijama. Tiró sobre la cama el pantalón de pijama gris y se ató el pelo en un moño alto; la luz de luna hacía aparecer los reflejos morados de su pelo. "Tengo que retocarme el color", se dijo Freya cuando pasó delante del espejo, el cual tenía ornamentos de color plateado, hallado a la salida de su habitación.

Salió de la habitación descalza y comenzó a caminar por los pasillos, los cuales tenían cuadros y tapices que adornaban las paredes.

Freya notó como una brisa la pasaba cerca del brazo, como si alguien la diera un ligero apretón. Tessa la había hablado de Jessamine y de su historia. Freya sonrió; "Buenas noches a ti también", dijo mientras empezaba a bajar por las escaleras, las cuales estaban cubiertas por una larga alfombra roja de terciopelo que amortiguaba sus pisadas y ponía una capa protectora entre el suelo de mármol y los pies de la joven.

La Revolución entre MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora