Capítulo IV: Alexandra

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Idris, Alacante; 31 de agosto; 1:00

Tras un chasquido, las esposas cayeron al suelo y golpearon la baldosa, rompiendo así, el silencio que embargaba la estancia.

La luz de luna era el único elemento que le permitía a Alexandra saber cómo era su nueva cárcel.

La cama bastante pequeña con sábanas impolutas, el armario de madera que necesitaba una capa de barniz urgente, el pequeño escritorio donde alguien habría escrito sus secretos, sus cartas de amor o su testamento hacía tiempo, dado que las gotas de tinta que cayeron sobre ella fueron absorbidas por la madera, haciendo que este tuviera manchas por todo el tablón. De la ventana colgaban largas y pesadas cortinas que estaban echadas a los lados. Eran de tono marfil con finos hilos dorados que creaban hojas y plantas por toda la extensión de la tela. Se podía ver que algunas, de manera "inconsciente", formaban runas entrelazadas.

El ambiente era cálido, sin ser apabullante, y fuera de esas paredes, la luna resplandecía en toda su gloria sin ser tapada por ninguna clase de nube. Las estrellas del firmamento brillaban en conjunto con Selene*, compartiendo con los de abajo sus formas y constelaciones.

Desde que la habían encerrado en esa habitación, hacía ya dos horas, nadie había vuelto aparecer por allí, ni si quiera se oían ruidos provenientes de fuera. Pensó que la habrían metido en alguna zona del Gard poco concurrida. Y debido a esto, su entretenimiento fue ver cuánto tardaba en quitarse las esposas. Dos minutos y quince segundos. "Estoy perdiendo facultades", se dijo mientras de una patada echaba las esposas a un lado de la pared. Su mayor récord habían sido veinticinco segundos.

Alexandra suspiró y se estiró. Sus huesos chascaron y sus músculos se destensaron. Permitió que la luz la golpeara en el rostro y en su cuerpo. Desde que el Inquisidor había aparecido en su guarida la habían interrogado otro par de veces y de ahí, la enviaron como prisionera provisional a la Ciudad Silenciosa. Y si que era silenciosa, se dijo Alexandra. Y oscura. Y húmeda. Y extraña.

Los Hermanos Silenciosos se pasaban por allí para repartir las comidas y ver que ninguno estuviera intentando escapar o hacer cualquier otra majadería. "Esos tipos sí que dan repelús", pensó Alexandra mientras un escalofrío la recorría por la espalda. No quería pensar en los tipos que estarían encarcelados allí toda la vida, de verdad no lo quería pensar. Ella casi se vuelve loca, ese silencio constante y lo sonidos extraños que lo rompían, la penumbra de la celda... Y solo fueron dieciocho días los que estuvo allí. Aunque se entretuvo pensando en cómo mataría a los mestizos que la traicionaron.

-Esos mamones me las pagarán. Si ya lo dijo mi padre: "nunca confíes en las hadas hija, no pueden mentir y por eso son aún más peligrosas". Pero estas encima, pueden mentir y llevan nuestra sangre de ángel. —se dijo a sí misma. Aunque bueno, ella tampoco podía hablar mucho de su padre, que con el paso de los años perdió la cordura. Y así acabó. Con un puñal atravesándole el cráneo.

Sin entrar en mucho detalle en una historia de la que conoceremos más en el futuro, los padres de Alexandra eran unos fanáticos de Valentine Morgenstern y de sus ideales sobre la destrucción de los "impuros", es decir, los subterráneos. Durante años y años experimentaron con todo tipo de sangres, con todo tipo de seres, llegando a experimentar incluso, sobre ellos mismos; y cuando tuvieron la oportunidad, robaron la Copa Mortal, sin pensar en las consecuencias que podría acarrear esto a su hija de cinco años y a ellos mismos. Todo se vino abajo cuando su madre, que no se había vuelto tan radical como su esposo, decidió denunciar a su marido y devolver la copa. Su padre fue apresado cuando Alexandra tenía ocho años y su madre, pensando que por haber devuelto la copa y denunciar se libraría del castigo, fue despojada de sus marcas y exiliada a algún lugar que solo Raziel sabe. Ambos murieron dos años después: su padre fue consumido por su locura, provocando que se clavara un cuchillo en la cabeza (según los informes de los Hermanos Silenciosos, decía oír "voces" en su cabeza. "Oigo su voz... Esa voz oscura y dulce como la miel", dijo en una ocasión. Debido a esto, utilizó un cuchillo (que no se sabe de dónde salió ya que no se entregaban cubiertos con la comida) y acabó con su sufrimiento) y su madre fue atacada por dos demonios Raum y debido a su falta de marcas y armas, no pudo defenderse.

La Revolución entre MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora