Capítulo VII: Alexandra

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El trueno embotó los oídos. El rayo cortó el aire. El viento arrancaba las hojas de los árboles sin ningún tipo de piedad. La luz de luna abrazaba a los pocos transeúntes de las calles y los protegía de las sombras.

Robert miró por la ventana mientras acababa de narrar la aparición de los demonios. Se frotaba las manos contra los muslos para quitar el sudor del nerviosismo. Su garganta estaba seca cuando pronunció sus últimas palabras.

-Por el ángel... ­—susurró Joseph mientras ponía la mano derecha sobre el hombro de Robert.

-Lo importante es que está bien... Que estáis bien. —inquirió Axalle mientras, notando el carraspeo de Robert, le entregaba un vaso lleno de agua.

El hombre agradeció en voz baja y bebió el contenido sin pestañear.

-Vosotros también habéis tenido día moviditos. —dijo echando una ojeada a las dos jóvenes. La llamada Ava había permanecido muy atenta al relato, en cambio, Phantom había estado jugueteando con lo que parecía una horquilla.

-Ava y Alexandra también han pasado por muchas cosas...—afirmó Axalle mientras acariciaba el pelo de la primera.

- ¿Aún te cuesta comprender el mundo al que realmente perteneces? —le preguntó directamente, cosa que provocó un nerviosismo en la joven e hizo que sus manos comenzaran a moverse con mayor rapidez. Alexandra la echó una ojeada de medio lado.

-Aún tiene que acostumbrarse a muchas cosas y conocer otras tantas. ¿Verdad? —contestó Axalle por ella, haciendo que la joven soltara el aire y se relajara ligeramente.

El viento azotaba las ventanas de tal manera que parecía que en cualquier momento se fueran a romper en mil y un pedazos.

-Esos demonios... ¿De dónde vendrán? ¿Seguirán órdenes de alguien? Es tan raro... —Joseph empezaba a pensar mientras se levantaba y daba vueltas por la sala.

Robert rio ligeramente al ver que las costumbres de su amigo no habían desaparecido en tantos años. Desde joven le habían gustado esta clase de misterios y ahora de mayor seguía teniendo ese mismo brillo en los ojos que refleja su entusiasmo por resolverlos. Aunque ahora pequeñas arrugas se formaban alrededor de sus ojos y su pelo canoso demostraban el paso del tiempo y de aquellos días.

De un momento a otro Joseph paró en seco.

- ¿Podríais dejarnos a solas a Robert y a mí?

-Claro, iremos a la enfermería. —dijo Axalle mientras, junto con las dos jóvenes, salían por la puerta.

Tras las puertas cerrarse, Joseph tomó su silla y la colocó enfrente de donde estaba Robert. El segundo le miró extrañado.

- ¿Te han llegado los mismos informes que a mí?

Robert asintió dubitativo.

-Sí, esos sobre las apariciones demoníacas a plena luz del día.

-Y que no saben de dónde vienen.

-Que han aparecido brechas a lo largo del planeta...

-De dimensiones demoníacas desconocidas.

-Con criaturas jamás vistas.

-O al menos no de esta época.

-Robert, esos demonios dijeron que va a haber una guerra. De hecho, ese es otro punto, hablaban nuestra lengua.

- ¿Entonces esto que estamos viviendo es el preludio de ella? ¿Por qué solo a nosotros y no a ningún otro nefilim? No hay nada que pueda unir los ataques en Londres, Nueva York y Alacante.

La Revolución entre MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora