7-Ausente:

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El sol comenzaba a ocultarse y el atardecer se hacía evidente en el cielo, con sus colores rosa-anaranjado, cuando los chicos lograron al fin bajar al río. Allí se detuvieron a descansar, a tomar agua y a refrescarse un poco. Aquellos estaban eufóricos, llenos de esperanza. Si lograban cruzarlo, iban a salvarse, pensaban. El bosque silencioso, a unos metros a su espalda, ya no parecía tan siniestro como antes.

— No podemos cruzar por aquí —opinó Carolina, siempre práctica—, pero si caminamos hasta aquel lugar, podríamos pasar... Hay muchas piedras y no parece tan hondo.

Era una buena idea y todos estuvieron de acuerdo. Además, pasada ya la alegría se llegar al río, comenzaron a notar que pronto estaría oscuro, algo que los empezó a poner nerviosos. No podían atravesar la corriente en la oscuridad, por lo que debían apurarse. Entonces, se pusieron en marcha.

Estaban por llegar al lugar indicado por Carolina, cuando de pronto Elio comenzó a reírse a las carcajadas. Los demás se dieron media vuelta y lo miraron, desconcertados. ¿Qué le parecía tan gracioso?

— ¿Qué pasa? —preguntó Ezequiel con curiosidad.

No obstante el chico no le respondió, reía sin parar y luego comenzó a correr en círculos y a saltar. Sus acompañantes lo miraban estupefactos.

— ¿Qué demonios? —susurró Ezequiel.

— ¿Qué le pasa? Hay que cruzar —dijo Carolina, impaciente. Se dirigió a su hermano—. ¡Elio, vamos! ¡Pronto estará oscuro!

No le respondió, no parecía escucharla. De repente, el chico dio un gran salto hacia atrás, miró el bosque aterrorizado y dejó de reír. Sus compañeros se asustaron tanto cómo él. ¿Qué pasaba? Pensaron desconcertados. ¿Habría vuelto la gente del bosque? Los tres se acercaron hasta donde estaba Elio y miraron hacia los árboles.

— ¿Qué ocurre? —susurró Carolina, temblando entera. Estaba preparada, si alguien salía desde los árboles a atacarlos, correría hacia el agua. No importaba nada más.

— ¿Lo oyen? ¿Lo oyen? —preguntó Elio, con la mirada perdida en el bosque. En el horizonte, la oscuridad comenzaba a avanzar.

— ¿Oír qué? —preguntó perpleja Carolina. Ella no oía absolutamente nada.

Miró a Ezequiel, que negó con la cabeza. Él tampoco podía distinguir ningún sonido extraño pero comenzaba a ponerse muy nervioso.

— Mejor vamos —alcanzó a decir, sin embargo fue interrumpido.

— ¡¿Lo ven?! —chilló Elio con una voz aguda.

Todos ya estaban comenzando a sentir miedo.

— ¿Ver qué?

— Elio, no hay nada ahí —titubeó Delfina, alterada.

Ezequiel se acercó unos pasos al bosque, la oscuridad ya se estaba haciendo evidente. Quizá Elio los veía... y ellos no. ¡Pero si ahí no hay nada! Se decía continuamente. No comprendía nada.

Carolina siguió a su amigo con el mismo dilema en su mente y poco después lo hizo su hermana.

— Ahora sí... —manifestó Elio a sus espaldas, con un tono de voz muy diferente al que había empleado antes.

Los tres chicos se dieron la vuelta y vieron con profundo horror que llevaba el arma y los estaba apuntando con ella. Sus ojos parecían dilatados por la furia y su mirada perdida en la de ellos.

— Elio... ¿qué haces...? —preguntó Delfina, confundida.

— ¡Cállate!... ¡Todo esto es su culpa!... ¡Ustedes están con ellos! ¡Lo sé! ¡Me di cuenta, idiotas! —vociferó el chico mayor, el arma temblaba en su mano derecha. Por la comisura de su boca caía un hilito de saliva.

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