Capítulo V

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Los tres se habían quedado en silencio, ni siquiera en el exterior se escuchaba un alma, literalmente hablando. Las preguntas parecían ser cada vez más, todo tenía más incógnitas y los peligros se acrecentaban. ¿Qué les estaba ocultando aquel chico?

—Lo que sea y quién sea no es relevante en este momento. Yo no soy vuestro enemigo. Él está ahí fuera, buscando la piedra— Miró por un instante la ventana, a la lejanía y luego volvió la vista a las jóvenes— Y no tardará en dar con vosotras.

—¿Quién? ¿Los Nordranco?... Podrían ser ellos quienes la están buscando... — empezó a farfullar Marian para sí— Podrían haberse enterado de que mi familia tiene la piedra y ahora quieren hacerse con ella...

—Espera, Marian, ¿le creés? A mí todo esto no hace más que sonarme a sandeces.

—Pero tiene sentido, Nina. Piénsalo por un segundo. Sea lo que sea lo que está pasando quieren acabar con el reino y hacerse con la piedra — La princesa hablaba decidida. Los pelos de todo su cuerpo se habían erizado en el miedo y la adrenalina que le suponía la aventura que estaba a punto de acontecer— Sólo nosotras podemos evitar que Lunbrigh caiga en malas manos. Además, sí esté chico hubiera querido matarnos, ya lo habría hecho... Ya has visto lo que ha hecho antes.

Nina se quedó estupefacta, con cara de pocos amigos aún presente en el rostro. Alternaba la mirada entre la de su amiga y la del joven, desconfiada. Si bien puede que lo que decía Marian tal vez fuera cierto, el viaje sería peligroso, lleno de monstruos y criaturas, asuntos de riesgo poco aconsejables para una princesa. Si recordaba bien, las lágrimas de las brujas tenían que ser llevadas a los páramos para, una vez allí, pedir el deseo pero eso estaba al sur, el punto más alejado del reino. Además qué una extraña leyenda, de la cual no se acordaba en ese momento, asolaba ese territorio.

—¿Qué me dices, Nina?

La voz de la princesa le sacó de su trance. Marian estaba convencida de lo que decía, de que ya era tarde para volver al reino y de que sólo podían avanzar pero...

—¿Hablas en serio? Marian, casi morimos en este bosque ¡Y sólo llevamos un día! Será mejor que volvamos a palacio y lo hablemos con tú padre...

— ¡Ni hablar!—exclamó la de pelo negro, levantándose exaltada. Nina pegó un respingo por esa reacción- ¡No pienso volver a un palacio dónde no se toma en serio nada de lo que digo! ¡Ahí no soy más que una pieza que mi padre puede manipular a su antojo, decidiendolo todo! ¡Yo también soy capaz de hacer cosas!

El rostro de la princesa estaba rojo de rabia mientras que Nina se levantaba para intentar persuadirla, pero nada de lo que decía la rubia parecía convencer a su amiga.

El desconocido por su parte mantenía una distancia prudencial, observándolo todo con una ligera sonrisa. Sus ojos habían vuelto a cambiar de color pero ninguna de las dos chicas se había dado cuenta debido a la acalorada conversación que mantenían entre ellas. Cuando el chico habló, sus ojos ya eran azules.

— Se está haciendo de noche, supongo que estaréis cansadas. —su voz sonaba sería, mas se hizo oír en la habitación, interrumpiendo la conversación de sus invitadas —Está noche descansareis aquí y mañana estaréis fuera del bosque de las Almas. —Se dirigió a una de las puertas de la choza y abrió, mostrándoles el interior. Ellas se acercaron en silencio y entraron. El joven, cuando la princesa paso delante suya, pudo percibir la luz que emanaba de la piedra.
No pareció agradarle.

La habitación era pequeña aunque acogedora, dos camas, una a cada lado y una ventana entre ellas. Marian hizo una mueca, no tenía nada que ver con sus aposentos, pero después de la noche anterior, aquello era poco menos que el paraíso.

—Os dejo descansar— El chico iba a cerrar la puerta, pero se detuvo un segundo cuando la princesa de dirigió la palabra.

—Muchas gracias... Por todo.

Sonaba sincera, con el corazón en un puño. El joven tardó unos segundos en reaccionar y cerrar la puerta, dejándolas a solas, sin decir ni una sola palabra más.

Era la primera vez que Marian y Nina discutían tan acaloradamente de un tema y, en el silencio de aquella habitación, la sensación de mal estar no hacía otra cosa más que acrecentarse. Ninguna de las dos parecían saber que decir.

Las dos estaban convencidas de sus ideas y no querían volver a sacar el tema. Cada una se tumbó en una cama, sin mirarse siquiera. Marian se arropó hasta la nariz, dándole la espalda a Nina y así se mantuvo unos cuantos minutos.

—Marian, ¿Sigues despierta?

—Mh... Sí— respondió de mala gana— Oye, sí lo que quieres es seguir discutiendo que sepas que no me apetece...

—No quiero discutir, lista— el "lista" iba acompañado con tono de burla— Sólo quería disculparme por lo de antes, puede que allá sonado un poco agresiva, pero sólo estoy asustada. Me preocupa lo que te pueda pasar. Todo ha venido muy de golpe y no sé qué hacer... Pero, si estás tan segura que ir a los páramos o al menos alejarnos lo que podamos, nos va a servir para algo, pienso acompañarte hasta el fin del mundo.

Marian contuvo el aliento, sentía lo mismo que su amiga y que ella lo hubiera sacado a la luz era algo que la agradecía enormemente.

No pudo evitar saltar de su cama a la de Nina para abrazarla y llenarla de besos. Ella tampoco había dicho cosas muy bonitas a la rubia así que se disculpó también. Al rato de estar abrazadas y hablar, el cansancio se apoderó de ellas, haciéndolas entrar en un sueño profundo.

La noche era relativamente tranquila, nada parecía perturbar la paz que se respiraba en la cabaña. Demasiada paz.
Marian se removía en sueños, tenía una pesadilla; corría y corría, todo el camino estaba lleno de cadáveres y sangre y la sombra le seguía muy de cerca. La iba a coger. ¡Ya la tenía!

Tensó todo su cuerpo, siendo consciente de todo su ser. El corazón se le aceleraba a un ritmo inhumano hasta que de pronto, una mano se posó en su frente, acariciando su rostro. Marian suavizó el gesto, más tranquila, sin ser perturbada de su sueño, aunque consciente de la mano que se posaba sobre su cabeza. Una mano que no podía ser de Nina por lo grande que era. Marian estaba en un familiar estado de calma a pesar de eso.
Una calidez desconocida le envolvía.
En su mente el recuerdo de su madre de cuando dormían juntas y abrazadas, con la seguridad de que mientras ella estuviera, todo iría bien.

La mano se separó de Marian tras un susurro que fue indescifrable para ella, dejándola con esa sensación de nostalgia.
Se quedó dormida de nuevo, soñando tiempos mejores y con una calidez que jamás volvería.

El lado oscuro de la sombraWhere stories live. Discover now