Prólogo

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Kate Fitzgerald no podía dormir.
No era por la impresiónate tormenta de esa noche, no eran los relámpagos ni los truenos.

Eran sus pensamientos los que no la dejaban conciliar el sueño.

Sollozaba al recordar cómo ese hombre la había tocado sin escrúpulos, y sin su consentimiento, en contra de su voluntad.

Todavía recordaba cómo se sentía, como por más que gritaba aquella vez, absolutamente nadie la escuchaba.

Se sentía sucia, se sentía perturbada, algo se rompió dentro de ella, y no era la misma de antes.

A sus 16 años y desde ese entonces no podía concebir que ningún hombre la tocara, ni el más mínimo cabello.

Las noches eran inconsolables.
Cuando estaba con su familia disimulaba su dolor, lo que estaba viviendo por dentro, todos esos sentimientos que, para su pesar, también eran alimentados por la mirada de preocupación de su familia.

Es que ¿cómo les decía que cada noche lloraba desde aquel suceso?, y que ningún psicólogo que la atendiera la iba a ayudar a superarlo, porque lo que tenía adentro nadie se lo iba a sacar.
Era algo con lo que viviría día a día, día tras día.

Kate vio cómo alguien en entraba a su cuarto después de tocar.

—Te escucho llorar desde mi cuarto Kate- le dijo Carlos Fernández, él era el hermano de su cuñada, que por cosas de la vida había llegado a vivir ahí, en su casa.

—Estoy bien, no te preocupes.

—¿Estás segura?- él se sentó en la cama, y la miró a los ojos.

Kate no pudo mentir más, comenzó a llorar otra vez tratando de esconderse con sus brazos. Carlos con un delicado toque le subió la barbilla.

—No llores más bonita, además, no tienes que hacerte la dura conmigo.

—Es que no lo saco de mi mente.

Carlos cerró los ojos de impotencia que sentía por lo que le había pasado.

—Es natural, algo así puede ser muy traumático.

Ella lo miró directo a los ojos.

—¿Quieres dormir conmigo?- Kate no sabía cómo habían salido esas palabras de su boca.
Su subconsciente la había traicionado.

Carlos no podía decirle que no a esos dulces ojos marrones.

Acto seguido le hizo un espacio en la cama para que se acostara junto a ella.

—Duerme Ángel, Estoy aquí. Ya nada te pasará.

Para sorpresa de Kate sus palabras habían sido lo suficientemente relajante para que se tranquilizara, pero más aún sorprendente era que él la tenía abrazada y a ella no le molestaba.

Su toque no le mortificaba, al contrario, la reconfortaba.

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