Capítulo 1

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Cuando el diablo se mezcla en los humanos para arruinar una existencia o trastornar un imperio, es muy extraño que no se halle inmediatamente a su alcance algún miserable al que no hay más que soplarle una maldad al oído para que se ponga seguidamente a la tarea.

Alejandro Dumas.

Lucía

Estoy ordenado las cajas de la mudanza con el estrés que eso implica. Estoy hecha un desastre: moño desecho y pijama cubierto de bolas. No he salido de casa en una semana. Tampoco lo necesito, tengo un estupendo mundo interior que me permite viajar a donde quiera. O eso me digo para no volverme loca. Entre el cambio de casa y la escritura no tengo tiempo ni para cortarme las uñas que, por cierto, están asquerosamente largas.

Ramón y yo nos hemos mudado hace poco en este apartamento. Al casarnos, decidimos que ninguno de nuestros pisos de soltero eran lo suficientemente buenos. Porque yo tengo demasiados libros y él tiene demasiados videojuegos. No sólo eso, sino que como todo buen matrimonio recién estrenado, queríamos encontrar nuestro nido de amor.

El nidito de amor resultó ser uno de los apartamentos más lujosos de La Moraleja, el barrio más pijo de Madrid. No me gusta ser excéntrica, pero la verdad es que me enamoré al instante de este lugar: tres habitaciones, un salón enorme, una cocina con barra americana... Todo muy minimalista, amplio y perfecto con muebles blancos y una tele de plasma de infarto. Lo mejor: el balcón. Desde el balcón puedo ver la estupenda y magnífica piscina comunitaria. Siempre pensé que las piscinas comunitarias tenían un aspecto pordiosero, pero aquella en particular era muy elegante. Sobre todo, porque desde que había llegado allí, no había visto a nadie en ella.

Aprovechaba la tranquilidad del balcón para escribir mi nueva novela: "Gritos injustos". Soy un poco tétrica y escribo novelas de terror. Pensé que me quedaría sola de por vida con este trabajo. Pero, afortunadamente, encontré el amor con un desquiciado policía aficionado a los casos más sanguinarios. Somos un buen equipo. Somos felices.

Miro la octava caja de cartón repleta de utensilios de cocina que nunca uso y doy un resoplido. Tengo suficiente, no lo aguanto más. Cojo mi portátil y me siento en la mesita del balcón. Por cierto, vivo en un tercer piso en un bloque de seis.

Le doy el play a mi droga: escribir. Son las 21:00.

"...el asesino cruzó el umbral de su habitación, ignorando el hedor a platos sucios y ropa acumulada en un rincón. Su objetivo era el viejecito con una herencia cuantiosa tras su muerte. Necesitaba ese dinero así que por eso se había hecho con un machete de treinta centímetros, dispuesto a clavarselo por la espalda. Lo vio sentado mirando el noticiero, tan tranquilo. No le dio tiempo a girarse... No le dio tiempo de encararlo y mirar los ojos de su verdugo. Le clavó el cuchillo entre el omóplato y la columna, llegando al corazón."

—¡Aaaaaaaah! —un grito salido del mismo infierno llega hasta mí, alejándome de la escena cúlmine de mi historia.

<<¿Pero qué? ¿Qué diantres?>>, me pregunto con el corazón en la boca. 

El clamor se había disuadido y yo me había quedado de pie, en alerta. Me había incorporado de la silla de un salto al oír ese espantoso grito. 

—¡Joder! —me digo a mí misma a pesar de que no suelo usar palabrotas—. Pagar tanto para que me den estos sustos de muerte... —refunfuño en voz baja, quitándole importancia al asunto. Seguro que no era más que algún vecino con actitudes grotescas.

Vuelvo a sentarme e intento recuperar el hilo de la historia. Me pongo histérica cuando lo pierdo y tardo media hora en recuperarlo, pero insisto en continuar hasta que oigo un goteo.

El Misterio de la letra &quot;M&quot;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora