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En el Norte la gente solía desaparecer, a veces sin dejar rastro alguno. Las personas solían buscarlos en vano. Al pasar del tiempo todos llegaban a la conclusión de que los militares y la traición tuvieron algo que ver, por lo que las búsquedas cesaban. Nadie quería tener nada que ver con los traidores.

Taemin y Minho se sorprendieron cuando regresaron y allí, en la puerta de su casa, un letrero ridículo anunciaba que salieron de viaje.

Minho sonríe, porque sabe que Kyuhyun tuvo que hacerlo para que nadie creyera que ellos eran traidores.

—De todos modos, sabrán que no nos fuimos de vacaciones —Taemin baja la mirada al mirar al alfa que dejó de ser ese espécimen que atraía la mirada de mucha gente, se notaba demacrado y la pesadumbre en sus ojos era casi palpable—. Lo siento.

El trabajo pesado al cual fue sometido, junto a una pésima alimentación que constaba de sopas casi sin verduras, de panes duros con pedazos de queso, no suplían ni un gramo de toda la energía que ellos utilizaban para excavar en las minas, para cargar el carbón en los vagones, incluso para soportar los derrumbes cada día durante casi un año.

Taemin no vuelve a disculparse, no sabe cómo abordar a un Minho que intentaba ser el mismo alfa que le cuida, que provee, pero a diferencia de antes, éste ni siquiera se voltea a mirarle.

Se queda mirando sin ver el programa en el televisor, repasando nuevamente todas las formas posibles en las que piensa que podría decirle que dejara de ignorarle, que quizá esa relación sí podría tener futuro.

Baja la mirada ante la presencia del alfa que se había llevado a Minho, ante ese dominio que jamás antes sintió tan despiadadamente aplastante.

—Cómo llegaste? —inquiere sentándose en el viejo sillón de lo que podía considerar la recepción de aquel lugar—. Habla omega.

Si antes hubo sentido el desprecio de la gente hacia los omegas, sentirlo por parte de este alfa era como si propio padre y madre estuvieran rechazándole. Era doloroso y humillante.

¿Pero a qué había ido allí?

—Sólo cerré los ojos y supe dónde estaba —no es creíble, que alguien con semejante dominio existiera—, le dije al taxista por dónde ir y llegué.

El silencio es horrible, no más que ese instinto rabioso que desprende el alfa.

—No servirá de nada, que hayas llegado no evitará su castigo por traidor. Pero nos evitaste la molestia de buscarte para que tengas el mismo destino que tu estúpido alfa.

La voz serena del alfa le enferma, porque habla como si no estuviera hablando de la vida de un ser humano. ¿Qué hacer?

—Es culpa mía —el esfuerzo por levantar la mirada casi agota todas sus energías—. Él está aquí por mí, yo maté a mi mejor amigo en defensa propia —su cuerpo tiembla y no puede evitar que sus ojos se llenasen de lágrimas—. Minho me vinculó para ayudarme, pero estoy harto de escapar porque la maldita justicia está vendida —no puede evitar caer de rodillas, pero sosteniendo la mirada del alfa que parece tomarle en serio, que huele a amenaza de que sí sigue maldiciendo podría ser lo último, pero ¿qué más daba?— ¡soy yo quien tiró del gatillo, soy yo quien debe cumplir el castigo, máteme si es lo que quiere, pero déjelo ir!

Finalmente siente las lágrimas rodar por sus mejillas, cansado de arrastrar la culpa y de meter a Minho en sus problemas, de lastimarlo tanto como pudo durante ese tiempo.

Culpable IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora