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Esa noche la hubo imaginado pasando en su cama, cálido y tranquilo, sin embargo, está sentado en el piso frío de una celda sucia, maloliente y oscura, sin poder pegar el ojo, en un estado de alerta que le dice que, sí se equivoca, podrían acabar con su vida.

Intenta respirar profundo, cuenta un par de veces para calmarse y que Taemin no sintiera que estaba resignándose a ese destino que firmó cuando decidió ayudarle... por amor.

Era un iluso, Jinki se lo había dicho y no un par de veces, sino que miles.

Jinki...

Pensó en su mejor amigo, en ese cachorro del que le contó hacía ya tantos meses atrás que ya debió haber nacido, en todo el trabajo que cargó en sus hombros y en lo agradecido que está porque ahora defiende a su madre y a la madre de Taemin de ser acusadas de ser cómplices del escape de dos fugitivos.

No sabe cuántas horas pasaron, si hasta son un par de días en los que apenas recibe un par de sándwiches y agua, pero no recibe mantas para protegerse del frío, ni un colchón donde echarse a descansar.

Sería esa su tortura.

Ojalá Taemin pudiera salvarse, ojalá todo lo que hicieron sirviera de algo.

El sonido de voces le sobresalta, y no puede ni ponerse en pie, porque es ese mismo alfa de dominio tan alto el que ingresa en la celda, le toma del brazo y le obliga a sentarse en una silla que un par de soldados meten rápidamente en la pequeña y mugrosa celda.

—¿Hablarás? —pregunta él sentándose de frente, dejándole mirar el rostro viejo con expresión pedante— ¿o necesitas algo de motivación?

—Mi omega —pregunta Minho esperando que estuviera a salvo, porque después de todo él pagaría el castigo por ambos.

—Está a salvo por el momento.

Quizá si les contaba el por qué llegaron ahí, quizá si explicaba podría salir con vida de allí.

Quizá...

—Pero si no cooperas, a pocos les importará saber el paradero de un par de traidores del Norte.

Y ahí está, eso que temió, eso que ese alfa dice como si nada, tan seguro de que cumplirá su palabra, al punto de que no tiene que emplear estúpidas amenazas que sólo le harán quedar en ridículo.

—No somos informantes —inicia y el alfa mira como estudiándole—. Somos buenos ciudadanos, no cometimos ni siquiera una infracción de tránsito.

—No es lo que quiero escuchar.

Minho no está maniatado, pero no es necesario porque hay un par de militares armados allí, uno que le apunta con un revolver presto a la orden y el otro que se adelanta ante la orden del alfa, atestándole un golpe certero en el plexo solar, dejándole sin oxígeno.

—Tongchang-ri, ¿te suena?

No tiene tiempo ni de pensar en la respuesta cuando el mismo soldado incrusta una de sus manos debajo de sus costillas, elevándolas, sintiendo cómo empujaba con sus dedos hacia su hígado. El dolor le hace gritar y estirar los pies, porque de repente el otro soldado le sujeta de las manos y las ata en el respaldar de esa vieja silla.

Y es cuando entiende que el alfa no quiere confesiones reales.

Lo torturarían de todas maneras.

—¡Responde! —exige el alfa y el soldado deja de torturarle.

—No, señor —responde bajito, intentando ingresar oxígeno en sus pulmones.

Culpable IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora