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El olor al celo del omega es tan fuerte, casi puede jurar que entre sus piernas está húmedo, lubricando para recibirle en su interior, ese olor inunda cada sentido y casi (casi) rebasa su autocontrol, pero prefiere apretar sus crecidas uñas contra las palmas de sus manos para dejar de pensar en lo que podría estar haciéndole al omega que instintivamente ruega que le haga un par de cachorros.

Minho despierta cuando siente el dolor real de la herida que dejaron sus uñas en las palmas de sus manos, latiendo y ardiendo por la reciente curación y la sutura, viéndose despertar en la enfermería.

Y cuando se mira en el espejo del baño, puede notar que sus oportunidades de sobrevivir al trabajo de minería por ocho meses más, se fueron por el caño. Casi cinco días sin comer, tan sólo rebanadas de pan y sorbos de agua, y soportando a base de fuerza de voluntad el tener que pasar ese celo a tan solo un par de metros del omega que se retorcía y en algunos momentos le rogaba que lo tomase; habían hecho estragos en su físico.

Las ojeras eran negras, las mejillas se le habían hundido un poco, y tenía sus manos vendadas, y una horrible frustración que podía sentir arder en su interior. Dado de baja médica por un par de días, y un par de aspirinas, está descansando en una camilla de la enfermería que parece un viejo almacén. Ojalá esas aspirinas y ese par de días lo renovaran y dejaran como nuevo.

En su mente procesa como insuficiente esa disculpa del omega por esa llamada que ocasionó todo, esa disculpa que soltó en cuanto él llegó a esas habitaciones reservadas para que los omegas pasasen su celo con sus parejas. Había pasado tanto tiempo desde que los castigaron, qué, cuatro meses y más, y su instinto alfa sólo se sintió feliz de poder verlo, de poder oler la familiaridad, de poder reconocer su hogar y sus momentos felices en su mirada.

Dios. Cuánto engaño.

Su instinto alfa es tan feliz de tenerle, sin importar nada más. No importaba que fuera todo una mentira y fuera tan solo la ilusión del vínculo que tenían.

No le culpa, no a Taemin. Se culpa a sí mismo por ser tan débil y por haber buscado toda forma de que el omega no se sintiera solo durante esa nueva vida en el Norte, y había pagado con creces el intentar hacerle feliz con una simple llamada.

No era culpa de nadie más que de sí mismo. Él había prometido recibir el castigo por él, y ahora estaba cumpliendo. Su enojo no tenía razón de ser, tan sólo porque el mismo Taemin estaba trabajando rodeado de alfas, y a veces puede sentir que vive cada día en tensión y con miedo de ser asaltado por cualquiera. Es lo único por lo que se arrepiente, de ser tan débil y no poder protegerle ni poder cumplir su palabra como debía.

Suspira y tan sólo con los dedos intenta refrescarse el rostro. No tenía sentido pensar en nada más, ni siquiera en el futuro, porque quizá el alto mando olvidaría el tiempo de su sentencia y ese año terminaría convirtiéndose en su cadena perpetua.

¿De qué serviría vivir de esperanzas?

La enfermera, una beta (con la que cruzó un par de palabras cuando llevaba gente herida a su consultorio y ella solía obsequiarle un par de dulces de contrabando), ingresa y le mira frunciendo el ceño al ver que en su intento de lavarse el rostro se moja las vendas.

—Un poco más de cuidado, Choi, porque tienes un día más de baja, después a nadie le importará si tus heridas se vuelven a abrir, mientras trabajes.

Ella tiene razón. Mucha gente había perecido por cosas menores, infecciones mal curadas, hasta por simples resfríos, todo por estar mal alimentados. Y es que ahí la comida era escasa, sobre todo para los condenados a muerte.

Culpable IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora