Capítulo 2

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La mañana del día de la fiesta ...

La mañana del día del baile. París Conte se encuentra en la comisaría. El señor Capuleto no puede evitar sonreír ante las noticias que recibía.

- Me alegra saber cuanto te importa mi hija
- Ella es muy hermosa
- Y muy lista - El capitán se pone de pie y se acerca al joven - Una mujer debe ser apreciada por su interior, Paris.
- Para mí, no hay nadie como Julieta, señor.

Ambos se miraron a los ojos. Se encontraban a solas en la oficina del capitán de policías, pues se trataba de una conversación privada.

- Julieta es mi única hija. Es el hermoso centro de mi existir, lo sabes. - el jefe de policías posó su mano sobre el hombro de Paris - Gánate su corazón de manera honesta. Yo te apoyaré.

El joven Paris embozo una resplandeciente sonrisa y se puso de pie quedando frente a frente al capitán Capuleto.

- Mi hija asistirá esta noche a un baile de máscaras. El evento tomará lugar en nuestra residencia.
- Asistiré encantado. - París le extiende la mano al capitán.
- Serás bienvenido. - agrega el Capitán Capuleto, y sostiene la mano con firmeza.

Pronto caría la noche y Paris se encontraba ansioso con respecto al evento. Muchas preguntas divagaban por su cabeza, una en especial : ¿Mi amor será correspondido? El amor puede ser algo muy aterrador cuando no se tiene certeza. Es lo que ocurría con Paris, quien no dejaba de pensar en la bella Julieta. No obstante, el respaldo del capitán le brindaba seguridad. Esta noche iniciaría el cortejo.

Un par de horas antes del baile ...

Julieta se encontraba en su habitación, traía el pelo suelto. Un ligero rubor se notaba en sus mejillas; en sus labios, brillo. Ella sostenía su máscara frente al espejo. El vestido era hermoso; y las zapatillas incomodas.

- Julieta - la señora Capuleto se encontraba bajo el marco de la puerta. Sus ojos brillaban.
- ¿Madre?
- Ya eres una mujer
- Acabo de cumplir 16 años, madre
- Lo sé, conozco a mi hija

En ese instante, la abuela de Julieta ingresó a la habitación. Su nombre era Bruna, pero a Julieta le agradaba llamarle Nana.
- ¡Dios mío! - exclamó la anciana con asombro al ver a la joven - Pareciera que solo fue ayer cuando te cargaba en mi regazo.

Corrieron lagrimas de los ojos de la anciana.
- Mamá, por favor - la señora Capuleto puso los ojos en blanco.
- Fue la bebé más hermosa que haya visto
- Nana, es suficiente - la joven puso una sonrisa.
- Si vivo para verte casada seré muy feliz, Julieta
- Ese es el tema del que quería hablarle - La señora Capuleto se acerca a su hija, mientras que un silencio abrumador se apodera de la recamara - Hija, ya eres mayor. No deseo más dicha para ti que encuentres al hombre correcto: Paris.
- ¡¿Paris Conte?! - la vieja abuela abrió los ojos de par en par.
- Dime, hija ¿Qué piensas de él?
- A-Apenas lo conozco - responde Julieta.
- Él asistirá está noche. Estudia sus ojos, reconocerás sus sentimientos en ellos, sabrás si son puros y verdaderos.

Paris Conte posee gran fortuna. Sus padres eran ambos políticos reconocidos, y amigos cercanos de la familia Capuleto. Desde que Julieta era pequeña, su madre y la de él habían planeado que fueran pareja e incluso habían trazado el camino que debían tomar ambos para que ambas familias estén unidas. Sin embargo, los sentimientos de la joven no eran claros. Ella había tenido la oportunidad de conocerlo en algunos eventos, a los cuales había sido forzada a asistir. En otras palabras, solo converso con él por temor a caer presa del aburrimiento. En esta velada, no obstante, la situación sería distinta. Ya no sería por obligación.

Julieta se pregunta si podría llegar a amar a Paris.

En la casa Montesco...

- No seas gallina, Ben
- No lo soy - Replica Benvolio, quien se rehusaba a colocarse la máscara. - Solo... no pienso que sea buena idea escabullirnos a ese edifico. La mitad de la familia Capuleto reside allí.
- Ese es el punto - aclara Mercus Montesco - Nuestro primo desea encontrarse con Rosalyne, perteneciente a la familia Capuleto ¿Qué mejor lugar para una velada romántica que un baile?
- Romeo, es una locura - Benvolio, esperanzado, se acerca a Romeo - Ruego por que cambies de opinión.

El joven Montesco se da la vuelta, y acomodándose su corbata, deja ver su elegante traje oscuro.
- Es solo una fiesta, Ben - Romeo toma de los hombros a su primo. - Somos jóvenes. Es normal que asistamos a algunas.
- Casi nunca asistimos a este tipo de reuniones, sin embargo. - Reconoce Mercus - ¿Mi tío no lo consideraría sospechoso?

Se escuchó un suspiro.
- Chicos - la voz de Romeo se oía profunda - La verdad, temo por las consecuencias escritas si continuamos con esta cita . Así que, entraremos, veremos a todas las damas y cuando terminemos, nos vamos.
- No nos retiraremos sin verte bailar - Dice Mercus embozando una sonrisa.
- Yo no, Mercus, pues mis pies son de plomo. Tú, por otro lado, posees unos zapatos para bailar y unos pies que le hacen juego.

Mercus acepta el cumplido con un ademán de orgullo. Después, todas las miradas se dirigen a Benvolio.

- Esta bien - Benvolio da un paso al frente con sus muy delgadas piernas. - Pero no los retaremos, porque temo que nos reten.
- Nos perderemos en la multitud sin decir nada, querido primo. - promete Romeo.
- ¿Sin decir nada? - Benvolio esboza una sonrisa - Romeo, siempre hablas de más.

En la sala de estar se escuchan las carcajadas de tres apuestos enmascarados, los cuales asistirán a un baile. Los tres jóvenes Montesco se dirigen a la salida cuando Romeo se detiene. Él se da la vuelta, a lo que ambos primos fruncen el seño.

- Anoche tuve un sueño.
- Igual que yo - admite Mercus con sarcasmo y poniendo los ojos en blanco.
- ¿Y de qué trataba? - pregunta Romeo.
- Los soñadores están en...
- La cama donde todos sueñan - Romeo interrumpe a su primo.

Mercus empieza a sonreír.

- Entonces la reina Isabel estuvo contigo. Ella es la matrona de las hadas del sueño. Su cuerpo es tan menudo, cual piedra de Agatha, cual anillo de un regidor. Seres diminutos la llevan sobre la nariz de los durmientes. Su carro es una cáscara vacía de avellana, y así ella galopa noche tras noche por la mente de los amantes, quienes sueñan con el amor; por las rodillas de los sirvientes, quienes sueñan con reverencias; por los dedos de los abogados, quienes sueñan con honorarios; por los labios de las damas, quienes sueñan con un beso de amor.

Mercus, en tono de mofa, habla con romanticismo y se acerca a darle a su primo un beso en la mejilla.

- Basta, Mercus. Suficiente. - Romeo aleja a su primo entre carcajadas y enojo. - No dices nada.

- Es cierto. Pues de sueños hablo. Son hijos del cerebro ocioso y nacen de la vana fantasía. Tan pobres de sustancia como el aire y tan inconsistentes como el viento.

- Si seguimos hablando se hará tarde. - Benvolio toma a ambos primos de los hombros, y con un leve empujón los dirige a la salida.

En la mente de Romeo rimbombaba su sueño: la imagen de aquella dama que pintó en su cuadro. Una dama de ojos esmeralda.

Romeo y Julieta // Besos que matanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora