Capítulo 3

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En el centro de la ciudad ... 

Romeo Montesco y sus galantes primos están en camino. Nada impedirá el reencuentro entre ellos y el destino. En un auto negro con ventanas oscuras se encuentran los enmascarados, los tres con la mente en algún otro lado. Distraídos. Todos los ojos se posan en Mercus en cuanto él se retira la máscara y saca un revólver del interior de su abrigo para cargarlo con balas que llevaba en el bolsillo derecho. Romeo y Benvolio intercambian miradas.

- ¿Mercus, por qué ? - cuestiona Romeo.

Mercus no muestra nerviosismo ni mucho menos; es más, él continúa introduciendo las balas con cuidado en el revolver.

- Primo, no pensarás hacer una locura - advierte Benvolio.

- Nos dirigimos a la boca del lobo - responde enseguida - Pienso que no soy el único que toma medidas preventivas.
- Yo no traigo ningún arma - se adelanta a decir Benvolio, pero los ojos de Mercus no se posan en él, sino en Romeo -... ¿Romeo?

Lentamente Romeo se abre el saco para dejar ver que no lleva ningún arma en el interior.
- No necesito un arma, Mercus - Romeo extiende su mano - y tú tampoco.

Mercus suspira y le concede en arma a su primo. Romeo la toma y la coloca a un costado del asiento, no sin antes descargarla. Las balas las coloca en un bolsillo del interior de su saco.

- Primos, vamos a un fiesta. Disfrutemos, por favor - pide Romeo suplicante, pero sin perder la elegancia que lo caracterizaba.

Mercus se vuelve a colocar la máscara, mientras que Benvolio sacude sus manos con nerviosismo. El auto se detiene frente a un gran edificio, y los tres caballeros bajan del vehículo para adentrarse rápidamente en él. No pueden ser vistos. No pueden ser descubiertos.

Ingresan al salón principal a través de un gran arco sostenido por dos enormes columnas. El salón luce hermoso; la fiesta, divertida. Mercus sonríe galantemente a todas la bellas damas del salón que se cruzan en su camino. Benvolio desvía la mirada con nerviosismo de los guardias de seguridad, los cuales ni se imaginan que los Montesco se encuentran presente. Por otro lado, Romeo busca con la mirada a Rose, mas no la encuentra. De pronto, no había nadie más en el salón, pues todo había desaparecido, solo se encontraban Romeo y ella, la dama de la pintura, la dama que poseía una mirada tan mágica que capturó en un instante el corazón del joven Montesco. Él no sabe su nombre pero conoce sus ojos. Esmeralda.

- ¿Quién es ella? - se pregunta a sí mismo, mientras que sonríe con timidez. Ella esboza una sonrisa con timidez lo que provoca que él suelte un largo y profundo suspiro. La deseaba.

En el gran salón: 

Julieta Capuleto lucía hermosa con la máscara, pues sus ojos verdes cual piedra preciosa resaltan a través de ella. El vestido largo se balanceaba de un lado a otro mientras ella caminaba a través del pasillo. Sus finos hombros guiaban la vista hacia un pequeño escote. Su piel blanca hacía juego con el vestido. Ella era sin duda muy bella ante los ojos de cualquier hombre.

La fiesta era pintoresca. La música era muy buena; la melodía, pegadiza. En el gran salón, jóvenes enmascarados bailaban al ritmo de la canción. Los ojos de Julieta se llenaban de dicha ante tan gozoso festejo.

- No lo puedo creer - Julieta bajó con mucho cuidado puesto que era la primera vez que usaba tacones. No obstante, parecía que ya estaba acostumbrada pues cada paso que daba relucía elegancia. Ella apenas tocaba el pasamano de la escalera principal, sus manos se veía tan delicadas que cualquier caballero en la sala se hubiera en duelo por sostenerla - Espero no caerme - masculló casi al final de las escaleras.

Entonces, una mano amiga se acercó a ella. Era Paris Conte quien se encontraba al final de las escaleras. Él, con un el rostro de un enamorado, extiende su mano hacia ella.

- Luces bellísima, Julieta - Paris emboza una sonrisa honesta.

- Paris, hola ¿Por que no llevas una mascara? - Julieta sonríe, pues no quería ser descortés.

- Quería que me reconocieras - Paris mira a Julieta fijamente a los ojos, lo cual al inicio la incomoda un poco.

Al querer rehuir a los ojos de Paris, Julieta posa la mirada en la mano del galante joven quien seguía esperando la mano de su amada. Ella entonces decide tomar su mano y brindarle una oportunidad, ya que se lo había prometido a su madre. Sin embargo, en su corazón, ella sabía que él no era el indicado. Siempre había pensado que cuando vea al amor de su vida su corazón daría un vuelco, al igual que su estomago. Eso no había ocurrido. Ambos, de la mano, se dirigen al centro del salón.

- ¿Deseas algo para beber?

- ¿Un refresco?

- Enseguida - Y con eso, la mano de Paris se alejo de la de Julieta.

Nuevamente, Julieta observa maravillada su alrededor. Su sonrisa deslumbraba a los caballeros; su figura generaba envidia entre las damas; y sus ojos... Sus ojos se encontraban con otros. En la entrada del gran salón, tres jóvenes enmascarados se veían magníficos y sonreían galantes. El del medio, no puede evitar mirar a Julieta con sus profundos y oscuros ojos. Aquellos ojos oscuros cual noche perseguían con desesperación el verde brillante de Julieta. Ella, sin pensarlo, correspondió aquella mirada con una sonrisa.   

Romeo olvida la existencia de Rosalyne, a quien creyó su primer amor, ya que el sentimiento que lo consumió al ver a aquella dama misteriosa borró por completo cualquier otro deseo y anhelo que en su corazón habitaba. Todo giraba en torno a ella -¿Quién es? - se pregunta. Las miradas hablan por si mismas y comienzan a relatar la historia del amor más grande que el mundo está a punto de conocer.

- Su bebida, mi lady - Como una espada afilada, Paris Conte corta la conexión que había entre ambos jóvenes, se interpone entre ambos. Él se acerca a la hermosa Julieta ofreciéndole un refresco de cerezo, no dejaba de mirar sus labios. - Espero que endulce su corazón y que así acepte bailar - el joven Conte toma la mano de Julieta.

Romeo frunce el seño.

- Por favor aleje esa mano y úsela para orar - Refunfuña Romeo - Deje que la bella dama elija por su cuenta.

Benvolio pasa la mano de arriba a abajo frente a los ojos de Romeo tratando de captar su atención. Este no reacciona a primeras, pero luego sale del trance con un torpe parpadeo; en su rostro, se forma una gran sonrisa de ilusión.

- Su nombre, Ben.

- ¿De qué hablas? - Benvolio sigue la mirada de Romeo hasta toparse con la galante figura de Julieta Capuleto. Sus entrañas se estremecen pues reconoce a la joven. - Primo, no es buena idea.

- ¿Quién es la dama cuya mano enaltece ese caballero? - Romeo mira a su primo con determinación - Deseo saberlo.

Benvolio pone los ojos en blanco y busca auxilio entre la multitud danzante esperando ver a su primo Mercus; en lugar de eso, a quién encuentra es a la primorosa Rosalyne Capuleto.

- ¿No es Rosaline? ¡Se ve hermosa! ¡Mírala! - Exclama Ben intentando llamar la atención de su primo .

Romeo desvía la mirada hacia Rosaline solo unos segundos - Sí, es ella - Después vuelve la atención a su dama misteriosa.

- ¿No querías ir a cortejarla? - pregunta Benvolio confundido.

- ¿Cortejarla? - Romeo suelta una pequeña carcajada -Tengo que decir con toda honestidad que no debo cortejarla más. Ve tú, primo. Habla con ella.

Romeo era audaz, debía acercarse a aquella enmascarada de una manera romántica y original. Sobornó al sonidista para que la siguiente canción sea la oportuna.

Del otro lado del salón, Julieta aún se encuentra en los brazos de Paris; desgraciadamente, ella había sucumbido ante sus encantos y había aceptado bailar con él. Romeo los observa y traga saliva con pesadez esperando que el plan que está ideando dé resultado. Solo tenia que esperar que termine la canción.

Pasaron unos minutos cuando llegó el silencio, todo el mundo dejó de bailar; entonces, antes de que la multitud tomara asiento, una canción pegadiza de buen ritmo recorrió el lugar.

- Es hora - Dice Romeo.

Romeo y Julieta // Besos que matanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora