ÉGOGLA VI

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Sorprendido Sileno en una gruta por los zagales Cromis y Mnasilo, a quienes se agrega la náyade Egle, y obligado a decir versos, les cuenta el origen del mundo conforme a la doctrina de Epicuro y recuerda varias fábulas de la antigüedad.

SILENO
Mi musa se estrenó en el verso siracusano y no se avergonzó de habitar en las selvas. Cuando iba a cantar los reyes y las batallas, Apolo me tiro de la oreja y, reprendiéndome, me dijo: "Títiro, atienda el pastor a apacentar un lucido rebaño y cante versos humildes; por eso ahora cultivaré la poesía campestre al son del blando caramillo, ya que te sobrarán, ¡oh Varo!, quienes aspiren a decir tus loores y cantar las tristes guerras. Canto lo que me manda Apolo; con todo, si alguno leyere estos versos y se prendare de ellos, verá que a ti, ¡oh Varo!, te cantan nuestros tamariscos y todas nuestras selvas; porque ninguna página es mas grata a Febo que aquella en que está escrito el nombre de Varo.
Proseguid, ¡oh Piérides! Los mancebos Cromis y Mnasilo vieron un día a Sileno dormido en una cueva, hinchadas, como siempre, las venas con el vino que había bebido la víspera. Las guirnaldas caídas de su cabeza yacían esparcidas en torno y de su mano pendía un pesado cántaro con el asa desgastada. Tíranse sobre él y le atan con sus mismas guirnaldas, resentidos con el viejo porque muchas veces los había engañado prometiéndoles versos. Agrégase a los tímidos mozos como compañera y les viene en ayuda Egle, la mas hermosa de las Náyades, y apenas abre los ojos, le pinta la frente y las sienes con rojas moras. Él, riéndose de la burla: "¿Por que me habéis atado? -les dice-. Desatadme, muchachos; basta que se vea que habéis podido atarme. Oíd los versos que deseáis que os cante: para vosotros, los versos; para ésta reserve otra merced." Y al mismo tiempo empieza a cantar. Vieras entonces danzar a compás los faunos y las fieras y mecer sus copas las ásperas encinas. No se alborozan tanto las rocas del Parnaso con los cantos de Febo, ni el Ródope ni el Ismaro se maravillan tanto con los de Orfeo.
Porque canto cómo estaban confundidos en el inmenso vacío los elementos de las tierras, del aire, del mar y del líquido fuego; cómo estos primeros elementos dieron principio a todas las cosas y al mundo mismo, tierno todavía; cómo empezó a endurecerse el suelo y empezaron a separarse los ríos del mar y a tomar poco a poco sus formas los objetos. Ya las tierras se asombran de ver brillar el nuevo sol, ya de ver caer las lluvias de lo alto, disipándose las nubes, ya de ver que empiezan a brotar las selvas y de que vayan escasos brutos por los montes desconocidos. Después canto las piedras que arrojara Pirra, y el reinado de Saturno, y las aves del Cáucaso, y el robo de Prometeo. Añade a estas cosas la historia de Hilas, abandonado en las aguas, a quien llamaban los marineros cuando en toda la playa resonaba: ¡Hilas, Hilas! Y canta a Pasífae enamorada de un toro blanco como la nieve, a Pasífae feliz si nunca hubiera habido ganados. ¡oh virgen desventurada! ¿Qué locura se apoderó de ti? Las hijas de Preto llenaron los campos de falsos mugidos, pero ninguna siguió tan torpes ayuntamientos con los ganados, aunque temían el arado para su cuello, y algunas veces se tocaban la lisa frente, creyendo hallar astas en ella. ¡Ah virgen desventurada!, ahora andas errante por los montes, y él, tendido su níveo costado sobre el blando jacinto, rumia pálidas hierbas a la sombra de una negra encina o sigue a alguna vaca en un gran rebaño. ¡Cerrad, oh Ninfas, cerrad ya, oh Ninfas Dicteas, las entradas de los bosques! Acaso verán mis ojos algunas errantes pisadas del toro amado; acaso tambìén, atraído por la verde hierba o siguiendo a los ganados, algunas vacas le conduzcan a los establos gortinios. Luego canta a la doncella prendada de las manzanas del jardín de las Hespérides; luego rodea a las hermanas de Faetón con el musgo de una amarga corteza y las levanta de la tierra convertidas en erguidos álamos. Canta, además, a Galo, errante junto a los ríos del Permeso, y cómo una de las nueve hermanas le condujo a los montes Aonios, y cómo en su presencia se levantó todo el coro de Febo, y cómo el pastor Lino, ceñido el cabello de flores y amargo apio, le dijo en divinos versos: "Recibe este caramillo que te dan las Musas y que dieron antes al anciano de Ascra, con el cual solía atraerse de los montes, cantando, los ásperos fresnos. Con él dirás el origen del bosque Grineo, para que no haya así ninguno de que más se precie Apolo." ¡Diré que canto a Escila, hija de Niso, de quien es fama que rodeaban su blanco vientre monstruos labradores, que fatigó las naves de Ulises, y en el profundo abismo hizo que despedazasen, ¡ay!, los perros marinos a sus trémulos nautas, y que canto también los miembros transformados de Tereo? ¿Cuáles manjares, cuáles dones dispusiera para él Filomela? ¡Cómo tendió su vuelo hacia los desiertos y cómo antes revoloteaba el infeliz por encima de su propio techo?
Todas aquellas cosas que en otro tiempo oyó cantar a Apolo el feliz Eurotas, y el dios enseñó a los laureles, cantó Sileno; los valles, conmovidos, las llevan hasta los astros. Al fin mandó recoger las ovejas en los rediles y contarlas, y con pesar del cielo, se levantó la estrella de Venus.

Eneida, Bucólicas y GeórgicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora