Episodio Piloto

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GIA

Derrapo con el Renault robado intentando no llevarme por delante a dos ancianitas que salen de una frutería cargadas de bolsas.

Siempre que me pregunto cómo será mi vida cuando sea vieja, me recuerdo a mí misma que no voy a llegar a los cuarenta, así que comprar fruta y dejarme la espalda en el intento, no será uno de mis problemas.

Escucho las sirenas de la multitud de coches de policía que me persiguen y la adrenalina sigue aumentando, digamos que todavía va por el 60%.

—No entiendo el cabreo, solo ha sido una joyería pequeña —hablo para mí misma y tiro del freno de mano para doblar una esquina más.

El letrero de "Parking" dibuja una sonrisa en mi cara, miro por el espejo retrovisor y no veo los vehículos de la pasma todavía, así que bajo la velocidad, entro en el aparcamiento y busco un sitio libre en el extremo de una larga fila. Freno del todo y apago el motor, me agacho y espero a que la policía pase por delante de mí como unos pringados sin darse cuenta de dónde estoy.

—Inútiles. —Me carcajeo y vuelvo a levantarme cuando ya han pasado.

Me quito la peluca castaña de rizos y la sustituyo por una pelirroja más corta, cambio también las gafas de sol y termino de vestirme de pija ricachona antes de salir del coche con las dos bolsas; una llena de joyas y dinero, y la otra con algo de ropa y pelucas. Muchas pelucas.

Arranco las pegatinas de matriculas falsas que previamente había colocado delante y detrás, las hago una bola y las guardo en el abrigo largo que robé ayer en aquella tienda cuya dependienta no se enteraba ni por donde le soplaba el viento.

Avanzo por la calle con paso firme y seguro, sobre las botas de cordones que también me llevé prestadas sin intención de devolverlas, y le pido un cigarro al primer tío que pasa por delante de mí.

La policía sigue dando vueltas alrededor del parking, no puedo evitar sonreír por lo imbéciles que deben estar sintiéndose, y el del paquete de tabaco se piensa que le estoy sonriendo a él. Bueno, una alegría que se lleva esta mañana.

Entro en la estación de autobuses y paseo varios minutos, observando a la gente, las parejas que se besan con el bolso abierto a un costado del banco, tan idas por ese estúpido sentimiento que les une, que no se dan cuenta de lo vulnerables que son. Me coloco al lado de una cuyas bocas parecen pegadas con adhesivo, y miro a mi alrededor a la vez que introduzco la mano en el bolso de la chica. Por supuesto, tapándome a mí misma de la cámara que hay en la esquina de la tienda de gominolas.

Me alejo sin prisa alguna hasta sentarme en un lugar libre a unos metros de ellos, abro la cartera sin sacarla del bolsillo del abrigo y observo el billete de autobús que hay dentro.

—Edimburgo. —Leo en voz alta y me encojo de hombros—. Perfecto.

 Perfecto

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Dirty glamourDonde viven las historias. Descúbrelo ahora