Episodio 4

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GIA

El sexo con Dallas ha estado bien, lo admito, pero no voy a dejar que eso me nuble. Tengo que hablar con la perra de su novia para averiguar lo que sabe de mí antes de que me venda a la policía. Nunca he matado a nadie pero, como dije, el fin siempre justifica los medios. Y si debo eliminarla para seguir siendo libre, no dudaré en apretar el gatillo.

Lo primero que hago cuando me levanto es tomarme un analgésico para el dolor de cabeza, darme una ducha y ponerme una peluca rubia y larga. Me visto con unos pantalones negros y la sudadera deportiva, y salgo con la bolsa de joyas hacia el lugar en el que mi contacto en Londres me ha citado con su contacto aquí, en Edimburgo. A pesar de que me fío de él, en realidad no confío en nada —y eso me ha mantenido con vida hasta ahora—, así que, obviamente, voy armada.

—¿Eres Venus? —Un hombre se me acerca sin mirarme y me llama por el nombre falso que uso de vez en cuando. Intento no salirme de los planetas o las constelaciones para que no se me olviden.

—Sí, en la bolsa está todo.

—¿Cómo sé que hay todo lo que mi contacto me ha asegurado?

—Dame la mitad del dinero ahora, entra en ese bar de ahí enfrente y ve al baño, revísalo y entrégame el resto cuando salgas. No me moveré de aquí. —Paso la hoja de la revista que estoy fingiendo leer y lo miro de reojo—. Y no intentes jugármela, cielo, no es una buena idea.

—Ahora vuelvo —dice tras dejar un sobre a mi lado en el banco.

Observo por encima de las gafas de sol cómo entra donde le he dicho y, cinco minutos después, regresa con calma para no llamar la atención. Deja otro sobre a mi lado sin detenerse y desaparece por un callejón. Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie me observa y, entonces, meto los dos sobre en mi mochila y los abro para asegurarme de que contienen las setenta mil libras acordadas.

—Qué maravilla —murmuro conteniéndome para no sacar los billetes y olerlos.

Si sumo esto a lo que me llevé en efectivo, tengo para una buena temporada sin meterme en problemas. Aunque algunas veces son los problemas los que me buscan a mí. Lo juro.

Me coloco la mochila en los hombros y paseo distraída mientras me fumo un cigarro y echo un vistazo a la zona vieja de Edimburgo, donde planeo establecerme durante una temporada. Me gusta el clima, la fiesta ya he podido comprobar que es cojonuda y, bueno, los chicos no están nada mal.

No me resisto a entrar en una boutique vintage y gastarme unas merecidas mil quinientas libras en ropa y bisutería. Debería ponerme a buscar un apartamento para alquilar, pero para esa mierda siempre me piden contrato de trabajo y, sinceramente, no atraco y me juego la vida para después tener que trabajar. No sé si me explico.

—Buenas tardes —saludo al recepcionista del hotel en el que me alojo con la bolsa de comida china colgando del brazo.

—Buenas, ¿puedo ayudarte en algo?

—En unas cuantas cositas —comento más para mí que para él a la vez que lo observo con más atención.

—¿Disculpa? —dice con una sonrisa divertida en el rostro.

—Perdona, he sido demasiado descarada, ¿verdad? —Paso la lengua por mis labios a modo de prueba.

La lengua en los labios es la prueba de fuego, esa que nunca falla. Si los mira, es tuyo.

—No te preocupes —contesta mientras, efectivamente, sus ojos se desvían unos centímetros más abajo de los míos.

—¿Cómo te llamas? —Dejo la bolsa sobre el mostrador y apoyo los codos en él.

Dirty glamourDonde viven las historias. Descúbrelo ahora