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El sábado en la mañana me tocó reemplazar a mamá en el local donde trabaja, dejándola descansar en casa. Le preparé el desayuno y el lienzo donde ella suele pintar antes de caminar al local. Como es de esperarse, aquí en la pastelería solo un cliente recurrente se presentó.

Este hombre mayor se acerca al mostrador, con un porte y una estatura tan alta que me hace sentir intimidada; de rizos y barba color negra. Algo en él me pareció muy curioso: Ya dentro del local se limita a pasear la vista a los dos lados con un pequeño tic en la comisura de su labio, luego mira hacia todos los rincones del local, como si buscara algo.

Estaban varias empleadas dudando si salir a atender, ninguna quiso y terminaron por mandarme a mí. No tardo en limpiar mis manos en el delantal que cubre mi falda y salgo a atenderlo.

—¿Se le ofrece algo, señor? —pregunto. Él levanta la mirada con ansias, relajándose al verme a mí salir por la puerta—. Buenos días.

—Ah... Buenos días. —Me saluda, asustándome internamente por el grave timbre de voz con el que habla. Pasa unos segundos en silencio, viendo los panes tras la vitrina del mostrador y traga saliva—. Eh, perdona por la pregunta, pero... ¿Qué...? ¿Qué ocurrió con la señorita Pendle?

—¡Ah, sí! Mi madre no ha podido presentarse, señor. Así que seré su reemplazo por hoy. —Él levanta sus cejas bajo su ondulado fleco sobre su frente, como si se sorprendiera de que la señorita Allison Pendle tenga una hija—. ¿Puedo servirle en algo?

Insisto, colocándome los guantes para no contaminar ningún pan o lo que sea que pida... Si acaso vino para llevar algo o solo a preguntar por mi mamá. ¿Y por qué pregunta por mi madre? Esto es un poco raro. Él cierra sus ojos y aprieta la mandíbula para luego animarse a ver al frente con una expresión de neutralidad.

—Deme... —Piensa otro largo rato hasta posar la mirada en una receta que mamá adora preparar—. Un pastelito de chocolate.

Algo me dice que no venía aquí a comprar.

Ya después de haberme despedido de mis compañeras vuelvo a casa con temor de andar por las calles a altas horas, y cuando por fin llegó a casa encuentro a mamá pintando en la sala. Es bonito verla con su jardinero manchado de esos acrílicos viejos otra vez. Si bien no está muy alegre, puedo jurar que está sonriendo más al pintar el paisaje que abandonó hace más de tres años.
Y canta como un ángel, extrañaba oír su voz.

—¿Cómo te fue, corazón? —pregunta en una de esas.

—Fue un día... curioso —contesto, fijando mi vista en ella después de dejar mi abrigo en un clavo cercano—. Alguien preguntó por ti hoy.

Repentinamente frena la pincelada y se detiene a verme.

—¿Cómo era? —Yo afino los labios, fingiendo no saber recordar. ¿Por qué tan curiosa por su apariencia?—. No me dejes con la intriga. ¿Quién era?

—Pues, muy alto, con barba... parecía un vagabundo. —Estrecho los parpados, arrugando la mirada. En realidad, no, solo bromeo.

Ella queda muda por unos segundos y con la mirada perdida en el suelo. Y como si algo hiciera un click en su mente, su risa no se hizo esperar. Puedo verla, está roja como el color de su jardinero.

—Y parece que sí lo conoces.

—Tal vez —murmura volviendo a su trabajo, tratando de calmar sus carcajadas.

Relajo mi expresión al oírla; hace meses no la veo reír así. Nada más acabo la conversación allí, riendo junto a ella mientras voy a la cocina y recojo los diarios para volver con mi madre. Y antes de que pueda volver para preguntar quién es ese hombre, golpean la ventana a un lado de mí. Ya estaba a punto de olvidar que me vería con cierta persona, de no ser porque escucho su voz fuera de casa.

𝑃𝑅𝐼𝑆𝐼𝑂́𝑁 [Bendy and the Ink Machine x reader]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora