Philip.
Al abrir los ojos lo único que veía eran los colores del entorno, pero era como si estos estuviesen consumidos por llamas y se vieran difuminados. Al principio pensé que había muerto e ido a parar al infierno, pero luego recordé todas aquellas veces que Uriah me decía que el infierno era frío, y no tiene nada de cálido o colores tan vivos como los que tengo el placer de ver. Así es como llegué a la conclusión de que estaba, probablemente, soñando, y qué sueño tan agradable si allí pude ver a las personas que más amaba en el universo, si hasta estaba el pequeño schnauzer del color de la pimienta corriendo hacia él con la lengua fuera de la boca y los cabellos del lomo brillando plateados debido a la luz del atardecer.
Solo decir que ahí todo era perfecto sería una mentira, nada es perfecto, puede que al principio lo parezca pero con el tiempo te vas dando cuenta de todas aquellas fisuras que tiene la perfección haciendo que la misma no pueda ser llamada como tal. Me tomó 3 segundos darme cuenta de esto, y comenzó cuando Aughi, mi perro anteriormente nombrado, se hundió en el suelo, casi como si este la hubiera devorado, lo mismo paso con todo lo que estuviera a mi alrededor. Es entonces cuando un pitido llenó mis oídos, vibrando cada más fuerte, tan fuerte que me taladraba el cerebro al punto de no poder soportarlo más, a esto se le sumaron fuertes sollozos, y el incesante sonido de las agujas del reloj, como si el tiempo se estuviera acabando, y de alguna forma así era. Es ahí cuando lágrimas calientes se hicieron paso por mis mejillas, lagrimas de desesperación, pavor, angustia...terror. Terror por no saber qué pasaba, por no poder despertar de esta horrenda pesadilla. Terror de no volver.
Entonces grité. Fuerte.