Capítulo 4: Rodando.

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Pasaron un par de semanas desde mi graduación y aunque no podía deshacer la idea de ir a esa tienda del mall para ver si podría trabajar ahí, miraba a mi madre y no lograba sacarme de la cabeza su manera de reaccionar ante esa idea, lo cual me desalentaba, pero no me quitaba la intriga de saber que había sucedido con ellos.

Finalmente decidí que me tomaría 3 meses exactos antes de buscar trabajo formalmente, había logrado ahorrar algo de dinero, el cual bien distribuido podría rendir por todo ese tiemoo para poder salir y descansar, pensar bien en que querría hacer con mi vida de aquí en más, y si finalmente tomaría la palabra de Carlos, decidí buscar mi bicicleta que había estado guardando polvo en el cuarto de mi casa desde que tenía 15 años, fui entonces al fondo del patio donde estaba el cuarto con todos esos cachureos que mi padre ama, al final de una rumba de libros estaba colgada aún mi antigua bicicleta de montaña, me tomo un buen tiempo el poder sacarla de donde estaba ya que con cada paso que daba eran rumbas de libros, adornos y cajas que caían, finalmente para cuando llegue a ella y la pude sacar del lugar donde estaba colgando, me di cuenta que necesitaría algo más que una desempolvada, la saque al jardín y comencé por desarmarla enteramente, ni siquiera recordaba bien de que color era, limpié meticulosamente cada pieza y mientras lo hacia comencé a recordar por qué la había abandonado tanto tiempo.

Recuerdo que tenia 15 años y salíamos junto con mis vecinos a andar en bici, aunque por aquel entonces poco media el peligro, no existían cascos ni medidas de seguridad alguna, solo regía el:

—Te apuesto a que no eres capaz de saltar por aquí Andrés.

—¡Pues claro que si! Solo observar me.

Y con mirada temeraria saltaba esos 30 centímetros de tierra los cuales me convertían en el mejor biker de la ciudad, eso en mi mente al menos, esos 2 segundos en el aire me hacían sentir invencible.

Fue así que en uno de los tantos paseos al cerro tuvimos la genial idea con mis amigos de seguir a un grupo de chicos que practicaban mas profesionalmente el MTB, fue divertido bajar a toda velocidad cerro abajo entre arboles y quebradas, hasta que en un segundo, todo se fue a negro… para cuando abrí mis ojos estaba tendido de espalda, todo daba vueltas, recuerdo que vi a alguien a mi lado quién me hablaba, no entendía muy bien que me decía, solo veía que todo daba vueltas, y de improviso comencé a ver como todo se teñía de rojo, era como si me cayeran encima cientos de hilos de sangre, en eso la voz del desconocido comenzaba a hacerse mas clara.

—Amigo no te muevas, estás muy mal herido— veía algo de espanto en su rostro mientras me miraba y yo aún incapaz de incorporarme solo atinaba a preguntar 

—¿Y mi bicicleta? ¿Donde está mi bicicleta?

—Tranquilo amigo, tu bici esta ilesa, no podemos decir lo mismo de ti, por fa no te muevas que ya viene la ambulancia por ti, tus amigos fueron por ella. 

—¿Ambulancia? ¿Para que demonios quieres una ambulancia? Solo pásenme mi bici para irme a mi casa— cuando trate de incorporarme todo comenzó a girar nuevamente, luego, coloqué mi mano en mi cara, note una sensación tibia, miro mi mano y estaba empapada en sangre, fue ahí cuando empecé a tener noción de lo mal que estaba.

—¿Estoy muy mal?— pregunte asustado y al borde del llanto.

—Amigo tu tranquilo, que ya con que estes vivo después de volar como lo hiciste ya es ganancia— me dijo ya con una sonrisa en la cara al verme mas consciente.

En ese momento vi la ambulancia que se acercaba a donde estaba recostado, los paramédicos comenzaron a revisarme y hacerme preguntas, yo solo sabía dos cosas: primero, estaba muy mareado, y segundo, mi vista estaba algo rara,  podía ver la sangre cubriendo mi vista, o eso creía. 

De camino al hospital, le pedía al paramédico me limpiara los ojos y el accedió, vertió algo de liquido sobre mi cara, y aunque podía ver algo mejor, note que algo parecido a un hilo salía desde su mano derecha.

—¿Que traes amarrado a la mano?— le pregunte

—¿A la mano?— me dijo mirándose la mano. —Nada, ¿Por qué?

—¿Como nada? Puedo ver que traer algo colgando de tu mano— le dije muy seguro.

—Quizás estas algo confundido con el porrazo, no tengo nada en la mano, ¿ves? Le diremos al doctor que quizás algo te paso que estas confundido. 

—Como nada, claro que esta ahí— extendí mi mano para tomar aquel hilo semejante a una lana, de un rojo carmesí, pero cuando la fui a tomar, esta desaparecido en mis manos, al alejar la mano esta nuevamente apareció, como por efecto de magia. —¿Alucinaciones? ¿Tan fuerte me di en la cabeza?— pensé. 

Solo me recosté pensando en que todo acabara luego, en eso recordé a mis padres y como me regañarían por flor de porrazo que me di.

Cuando me bajaron de la ambulancia aún estaba muy mareado como para caminar, por cuanto me trajeron una silla de ruedas para llevarme a pabellón.

El paramédico me llevo hasta una sala de espera, y me dejo ahí sentado, colocó una gaza sobre mi rostro y me dijo: 

—Sostén esto ahí, para que no sigas sangrando. Ya vienen por ti para hacerte curaciones y tus padres vienen de camino. 

Y ahí estaba yo, magullado, mareado y adolorido, comencé a mirar a mi alrededor y me di cuenta de que todos traían colgando ese extraño hilo rojo de sus manos derecha, algunas personas era como si estuviesen unidas cada una a un extremo del hilo, otras en cambio caían al piso y se iban desvaneciendo a la distancia tras unos pocos metros, era rarísimo lo que veían mis ojos pero hasta ese momento lo atribuía al porrazo que me di y al hecho de estar aún un tanto mareado.

En eso entro en la sala de espera una mujer con una barriga que me llamo mucho la atención por lo grande que era, perfectamente redonda, se notaba que la criatura que venía ahí estaba pronta a salir al mundo, cuando me vio no pudo evitar mirarme con cara de repulsión ante tal cantidad de sangre que traía encima.

—¿Estás bien? ¿Que te paso chiquillo? — me preguntó con un rostro preocupado.

—¡Super bien!— respondí raudo— son cosas que pasan cuando uno sale a andar en bici en lugares nuevos— digo tratando de esbozar una sonrisa para no preocupara.— Que grande su barriga señora, ¿cuanto tiene?— le pregunte para desviar la conversación.

—Solo me queda una semana, ya esta por salir la Javierita, por suerte será una niñita para que no ande haciendo locuras como tu— me dijo sonriendo y ya más despreocupada.

—No subestime las locuras de las niñas señora— le respondí, soltando una sonrisa.

En eso sentí algo extraño, un palpito y un calor que emanaba ya no desde mi rostro, sino desde mi mano, y recordé la sensación de la sangre emanando desde mi cara cuando recién desperté, miré mi mano pensando  que podía estar herido sin embargo solo pude apreciar el hilo que salía desde mi mano en dirección a esa mujer que acababa de conocer. 

En eso llego mi padre, corrió donde estaba yo. 

—¿Estás bien hijo? Por Dios, como quedaste, ¿te atendieron ya?

—Hola papá, tranquilo que no es tan terrible como se ve, estoy bien, solo un poco mareado aún. 

En eso llego una enfermera a buscarme. 

—¿Andrés? Te voy a llevar a que te revise el doctor, ¿usted es el padre?— tomando mi silla para llevarme. 

—Si, soy su padre. 

—No se preocupe, lo traeremos como nuevo, solo espere aquí.

—Adiós señora, adiós Javierita, espero salga todo bien señora— le dije a aquella mujer que acababa de conocer pero que por algún extraño motivo me hacia sentir extraño. Mi hilo conforme me alejaba de ella comenzaba a desvanecerse… no podía saber lo que me depararía el destino.

El chico que veía los hilos rojosWhere stories live. Discover now