Capítulo 1: El instituto.

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El cielo estaba cubierto de nubarrones negros y el sonido de los relámpagos hacía temblar la tierra. Como era de esperar, la lluvia comenzó a caer esa tarde.

La joven observaba caer la lluvia desde la ventanilla del auto, le gustaba ver como las gotas chocaban contra el cristal y se volvían finos hilos de agua cristalina que se resbalaban lentamente. Le gustaba el panorama del bosque húmedo y de vivos tonos verdes ser azotado por la lluvia, ver como los colores del bosque se potenciaban, las hojas de los arboles danzar con el viento frío de la tormenta, el rebote de las gotas de lluvia en los árboles y en la tierra húmeda, era algo bello para ella. Sentía como el refrescante aroma de la lluvia se mezclaba con el aroma del bosque y llenaba sus pulmones.

Las ruedas del coche patinaban con el barro, aquel camino de tierra en medio del bosque tenía muchas curvas, subidas y bajadas. Sin contar que el camino atravesaba el prominente bosque y estaba completamente alejado de las ciudades del hombre, de hecho, ya estaban a miles de kilómetros del pueblo más cercano.

Pero a la chica que viajaba en ese auto parecía no importarle eso en lo más mínimo, al contrario, parecía disfrutar de la paz que le hacía sentir la soledad de aquel bosque. Podía sentir que pronto llegarían a destino, lo que hizo que su malhumor volviera y soltara un bufido en señal de enojo.

-Hoy hace un buen clima ¿Verdad señorita Rosalie?-. Pregunto con amabilidad el chofer del auto, tratando de disipar el enfado de su señorita.

- Realmente es un clima agradable, Maurice- Respondió con un tono firme y fluido- pero eso no va a hacer que mi mal humor se vaya-.

-Lamento oír eso señorita, la academia es un lugar realmente magnifico y majestuoso que seguramente usted adorara, se lo aseguro. Su padre asistió a esa academia cuando tenía su edad y realmente la paso de maravilla, además sus amigas también asistirán a la academia-. Sonrío cálidamente a Rosalie desde el espejo del retrovisor, sin dejar de prestar atención al camino.

- Así que tú ya existías cuando mi padre era joven- dijo pensativa la joven, alisándose la falda de su vestido azul marino- ¿Qué edad tienes Maurice? eso siempre me ha picado la curiosidad-.

Maurice dejo escapar una risita nerviosa ante la atrevida pregunta de su señorita, mientras ella lo observaba con sus grandes ojos avellana, que brillaban de curiosidad.

- Ya que es algo que siempre le ha intrigado no puedo negarme a responder, aunque no lo crea señorita Rosalie, soy un anciano de 9.000 años aproximadamente-. Respondió Maurice con una voz ronca, imitando a la de un anciano. El cielo grisáceo se reflejaba en las gafas oscuras de Maurice, que bajo ninguna circunstancia se las quitaba, resultaba muy extraño verlo sin ellas, ya eran como algo que formaba parte de él.

- Pues déjame decirte que para ser un anciano eres muy guapo Maurice, ojala me viera tan joven como tú cuando llegue a esa edad-. Dijo observando detenidamente el aspecto de Maurice, estudiando más detalladamente su apariencia.

Maurice siempre había tenido el mismo aspecto, Rosalie recordaba que siempre había lucido exactamente igual desde que lo había visto por primera vez cuando solo era una niña. El cabello azabache peinado hacia un costado con el flequillo cayéndole sobre la ceja derecha, la piel blanca y pálida, los pómulos bien definidos que le daban un tono juvenil y alegre a su rostro, y sus hermosos ojos dorados. La primera impresión que había tenido de Maurice era la de una persona alegre, siempre sonriente y amable, con sus radiantes ojos que brillaban como el sol, un brillo potente y cálido.

Rosalie adoraba pasar el tiempo con él, desde que su padre los había presentado aquella noche de verano en Italia, se habían vuelto inseparables. Desde que despertaba hasta que se dormía antes del amanecer, lo último y primero que veía era a Maurice con su rostro alegre deseándole buenas noches y buenos días.

Decesso [CANCELADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora