La ciudad en silencio

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La gran metrópolis, la ciudad de la cordillera, la enorme ciudad de Coliganth había perecido en 1 noche, sin cadáveres o mensajeros, sin pedidos de ayuda o algún sobreviviente, sólo una estela de desesperación por aquellos que amargamente recuerdan los susurros que alguna vez soltó esa ciudad.Sólo uno que otro animal rondando las calles, ropa y bienes desperdigados por todo el suelo de los mercados y las plazas como si alguien simplemente hubiera tomado a la gente...sin motivo alguno.
El rey del día llegó en la tarde junto con su alquimista al día siguiente a este suceso, quedando completamente atónito por los hechos, luego de una revisión en las partes más grandes de la ciudad encontró un pequeño y particular detalle del que no se le había informado: Las coladeras estaban teñidas en tenue color negro y asqueroso aroma, preguntó al capitán encargado:¿sabe alguno de ustedes si ya se ha revisado el juego de ductos?

A esto negó con la cabeza, luego prosiguió:

"Ayúdenme con esto, busquen algún patrón. "

Tan sólo terminó de pronunciar su petición, el capitán dio la orden de buscar entre las calles cualquier rastro de éste curioso líquido fétido, encontrando así una enorme cantidad de este líquido en la superficie de las cañerías. Luego de este descubrimiento se dio la orden de levantar las coladeras a ver si se encontraba alguna pista... La desagradable y extraña sensación recorrió el cuerpo de todos al ver que entre los filtros de las cañerías se encontraban desperdigados cientos de dientes, cabellos y una que otra uña como si a toda la ciudad la hubiesen descuartizado y la escondieran ahí como una asquerosa y triste sorpresa.
El rey dio la orden de buscar en el cementerio de Coliganth para ver si encontraban alguna otra cosa dentro (el edificio se mantenía cerrado por cuestiones sanitarias desde casi siempre), procedieron con la orden y descubrieron un curioso dato, los cadáveres estaban rejuvenecidos casi como si hubiesen muerto ayer (algunos llevando años en sus recámaras) desconcertando así a los que abrieron los cuartos mortuarios. El alquimista del rey pensó
-tomar a los vivos y rejuvenecer a los muertos...¿esto es obra de un ser humano o de algo más?...- entonces alguno de sus hombres exclamó:
-Señor, debe ver esto.
Entonces el rey junto con su alquimista fueron a ver lo que se les indicó, era un cadáver el cuál había sido abierto recientemente por los soldados de la guardia real:
-encontramos esto en su interior- dijo mientras metía su brazo en el cadáver y sacaba un puñado de dientes, uñas y cabellos:
-Difénko - dijo el alquimista-, odio obviar las cosas pero esto no es normal, ningún loco consigue tirar una ciudad, desbaratar a la gente y desperdigarla así en todo el juego de conductos...esto no es obra de un ser humano señor...
- Lo sé Int'sgar, esto no es obra ni de un ejército Xabráquita o algún Tagyense... incluso dudaría de alguna clase de mago...
- ¿Qué quiere decir con eso?- dijo asustado el alquimista
-Esto es obra de algo más grande que nosotros... Un dios silenció ésta ciudad y no sólo eso... se llevó a los habitantes
-¿¡¿UN DIOS?!?- exclamó visiblemente asustado el alquimista- ESTO NO PUEDE SER, LETAITGA Y WORTAMITT NOS DEFIENDEN DESDE HACE SIGLOS.
- Lo hacen -dijo de repente una voz conocida-, pero hay cosas que simplemente no se pueden evitar.
Entonces los presentes en las recámaras mortuarias se voltearon a la entrada y encontraron al mago celestial en persona, el gran Dilakamyr de Ty'broat:
-Vaya hora de sorprendernos Dilakamyr, suenas como si supieses algo que nosotros no -dijo el rey con algo de confianza en su leal compañero:
-Está en lo correcto mi rey, hay reglas que los dioses deben cumplir si desean entrar a un planeta habitado por alguna deidad superior, en nuestro caso Letaitga cumple el papel de deidad
-¿qué diferencia hay entre un dios y una deidad?- dijo el alquimista con un tono algo confundido
-Es simple, un dios no tiene sobre qué ejercer su poder mientras que una deidad ya tiene sus dominios bien definidos, en este planeta Letaitga tiene la tierra y Wortamitt tiene las "mazmorras de fuego", teniendo ya sus dominios y como tal el título de deidad por consecuencia.
-¿podrías decirnos las leyes para entrar a un planeta?- dijo el rey con curiosidad
-"si un dios desease entrar a un planeta bajo dominio ajeno, deberá tener el permiso de los dominantes en él o igualdad de entre los que habitan esos dominios".
-... eso último...- dijo severamente perturbado el alquimista- ...no hay cadáveres.
 
Entonces la cara del rey palideció y el rostro de todos en la sala se tornaron rápidamente en una mueca de miedo: Los dioses habían tomado los cuerpos para usarlos como "marionetas" de carne, dando una extraña idea de lo que había pasado esa terrible noche.

-Debemos comunicarnos con la asamblea del árbol estrellado- dijo el alquimista
-Pero debemos ser precavidos, ahora que tienen forma, no sabemos quién escucha o quién nos ve.- dijo el rey con una seriedad y miedo notables
-Los dioses movieron sus piezas, ahora nos toca avanzar...-dijo Dilakamyr con cierta duda.

El rey y el pequeño alquimista decidieron entonces moverse a la ciudad de Gishtabrad ubicada en Gauffad para avisar desde ahí de la caída total de Coliganth ante fuerzas desconocidas y el mago fue hacía la puerta de Uzbáquitas para buscar al "Obispo escamoso", Fafnir Shuvratt, todo esto con el mismo fin: Detener una invasión externa hacía este planeta.

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