Capítulo VIII: Soledad

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No me había sentido bien en un tiempo, Bruno solía darse cuenta y me hacia compañía.

La casa había quedado vacía desde que la familia de Rita se había instalado en la nueva casa

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La casa había quedado vacía desde que la familia de Rita se había instalado en la nueva casa.
Sentía de nuevo el vacío de hace años atrás, con la diferencia de que ahora no estaba totalmente sola.

Mi fuerza me estaba dejando, no entendía que ocurría conmigo, apenas llevaba tres años con Bruno, no me podía enfermar de pronto.

Decidí irme a chequear con un médico, le mencioné mis síntomas y su cara cambió bruscamente.

—Me preocupan los síntomas que acabas de mencionar, me gustaría hacerle un par de pruebas para descartar cualquier cosa.

—De acuerdo.

Me preocupaba un poco la reacción del médico, por lo que accedí a hacerme dichos análisis.

Ya solo debía esperar a los resultados.

Pasé a una tienda y compré un par de cosas para Bruno, normalmente lo llevo conmigo pero hoy no tenía energías como para luchar con él cuando se desvía del camino.

Cuando llegué a casa Bruño se tiró sobre mí y me hizo caer.

—Ya volví Bruno —dije desorientada en el suelo, a lo que Bruno comenzó a lamer mi cara como nunca—.

Me sentía cada vez más débil por lo que alcancé a alimentar a Bruno y me acoste como pude.

Desperté al otro día igual de cansada, no podía moverme, cualquier movimiento era una tortura para mí, mis extremidades estaban adormecidas.
Sólo noté que Bruno estaba sobre mi cama, a mi lado, el comprendía que estaba mal, seguro hasta sabia que enfermedad tenía.

Bruno despertó, se veía preocupado, se levantó de la cama y salió corriendo de la pieza. Posteriormente me trajo una caja de cereales, naturalmente se le habían caído muchos en el camino, pero entendía lo que quería hacer por mí.
Los llevó hasta mi lado para que yo tratara de comer algo.

—Eres el mejor —murmuré y mis ojos se cerraron—.

Había perdido la conciencia.

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