Prólogo

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La tarde se torna melancólica y sigo sin entender qué hice mal, en qué fallé. ¿Acaso mi amor no bastó? ¿No fue suficiente? Lo di todo, absolutamente ¡Todo!

Sin premeditación, sin importar qué carajos dijera el mundo e incluso, el universo entero; porque para mí siempre fue más importante ése amor que sentía y lo que ilusamente creí, a ti te hacía sentir.

Sí, lo coloco en tela de juicio. Considero que, si realmente te lo hubiese hecho sentir, no te habrías ido; menos de la manera tan cobarde que lo hiciste: sin explicación y de manera inconclusa.

Cariño, quien ama no abandona y me duele derrochar veneno, cuando tú sólo me diste amor y comprensión en su momento; pero dime... ¿Qué hago con mi corazón herido y mi alma fragmentada en millares? Si ni siquiera te tengo para que unas las partes con tus pulgares, así como lo hiciste incontables veces sin importar ser tú o no el autor de esas heridas.

Contigo aprendí amar, creo que eso lo sabías ya. No fuiste mi primer beso, pero sí la primera persona que besé sin besar y aún así, sentí sus labios recorrer los míos de manera sutil y pasional, como nunca antes alguien lo hizo y como honestamente dudo permitir que alguien más lo haga; porque eso me recordaría más a ti de una manera dolorosa e incluso frustrante, al querer que sean tus labios esos que así me besan, mientras que son otros que irrumpen en mí de una manera exquisita, pero no tuya, mi amor.

Me he perdido en otros labios, otras pieles y mis intentos han traído como frutos, lágrimas que rebozan mis ojos sin tregua; que van transitando desde el alcohol hasta sustancias más fuertes, buscando perderme para encontrarte.

Necesito tu formula, esa que permite olvidar o al menos disipar el dolor.

¿Cómo seguir con mi vida si no estás tú? Eras mi vida, mi alma. Quien dibujaba con creyón blanco, éste lienzo negro que siempre he sido. Sé que no fui, soy y seguramente, jamás seré la mejor; pero cariño, yo por ti lo daba todo y sin importarme nada. Para mí, siempre fuimos tú y yo: nosotros.

Nuestro amor se manchó con tantas despedidas,
esas siempre concluían con un «eres mía».

Nuestro amor se debilitó con tus agravios,
esos que tanto me hicieron daño.

Nuestro amor se convirtió en eso que tanto temí,
una seda blanca mal teñida de carmesí.

Nuestro amor,
ése que al inicio fue de dos
o por lo menos,
así usted lo demostró;
pero sucedió que la llama se apagó
y fueron sus manos las que maniobró el extintor,
trayendo como consecuencia estelas consecutivas de dolor.

Los Días Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora