1. Noche de Halloween.

192 17 3
                                    

                                                                              1.

                                                           NOCHE DE HALLOWEEN.

La niebla inundaba toda la ciudad.

Los adultos parecían molestos, los adolescentes entusiasmados y los niños asustados. La noche de Halloween siempre parecía causar efectos en las personas que habitaban Wein Deer, aunque eso es algo normal después de la leyenda urbana que circula por todos los alrededores sobre este lugar.

A mí me la contaron cuando tan solo era una niña, creo recordar que tenía seis años de edad. Esa corta historia me dejó traumatizada un largo periodo de tiempo, haciendo que mirase a cada persona que me encontraba por la calle con miedo y desconfianza.

Ahora, once años después, ese tema me es indiferente.

Subí la cremallera de mi chaquetón verde militar hasta arriba sin dejar siquiera visible el cuello. El frío que hacía era inhumano, y mis ganas de llegar a casa, tumbarme en el sofá con una manta sobre el cuerpo y comer unas palomitas mientras veo una gran cantidad de películas de terror también lo eran.

Miré el cielo grisáceo, no faltaba mucho para que anocheciera. Volví a mirar al frente cuando mi hombro se chocó con el de otra persona.

─Lo siento ─me disculpé con la señora de cabellos rojizos que tenía delante.

─No pasa nada, cariño ─sonrió. ─Es mejor que te vayas a casa ya, hoy es la gran noche ─ continuó.

Le devolví la sonrisa y asentí con la cabeza antes de despedirme. Si algo bueno tenía esta ciudad eran las personas ancianas y los niños, siempre tan amables y dulces. Los adultos eran unos bordes, y los adolescentes unos asquerosos que se piensan que por estar en esa etapa de la vida son capaces de excusar todos los problemas que causan.

Y lo más irónico de todo es que yo también estoy en esa etapa.

Cuando llegué a casa y me puse el pijama polar de renos ─que me habían regalado mis abuelos el año pasado─, me preparé un bol de palomitas y seguí absolutamente todos y cada uno de los pasos que ya nombré antes.

Mis padres no tardarían en llegar. Lo más probable es que en cuanto entraran por la puerta y me viesen tumbada en el sofá se acoplaran. Y no es que me moleste, al contrario. Me encanta.

Me puse a ver una película muy extraña que daba más risa que miedo. Fui a cambiar de canal cuando la televisión se apagó sola. Intenté encenderla unas cuantas veces, pero nada. La televisión se había revelado tres años después de su primera llegada a casa.

─Genial ─dije con tirantez.

Miré el reloj y vi que marcaban las once menos cuarto. Mis padres tendrían que haber llegado a las nueve y media. Cogí el teléfono móvil y marqué el número de mi madre. Nada. Marqué el de mi padre. Nada.

Esperé un poco más, pero en cuanto dieron las once de la noche me cogí el chaquetón y me puse unos pantalones vaqueros y unas botas granates antes de salir de casa. La oficina de mis padres no estaba lejos.

Miré las calles vacías y noté un hormigueo en el estómago. El día en que mis padres me contaron la leyenda también me explicaron que hacía muchísimo tiempo la gente se disfrazaba e iba pidiendo caramelos por las casas, y si alguien no se los daba cogían huevos y se los tiraban a las ventanas y puertas. Me pareció divertido en aquel entonces. Y ahora también.

Dangerous girl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora