ALICIA Y ALLEN

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No era amor, de ninguna manera podría serlo. Solo alguien ajeno a él podría interpretar aquellas ansias de hacer a Alicia suya como tal. Era absurdo, solo era obsesión lo que poseía.

Ganas de quitar un bien preciado a alguien más solo por capricho. Quería no solo la riqueza de la familia Kanda si no también deseaba la miseria del alma de estos, al menos la del hijo menor era la que mas añoraba.

¿Por qué? Solo por el absurdo hecho de que no soportaba aquella arrogante personalidad que poseía, quería sublevarlo y demostrarle que nadie era mejor que el, Tikky Mikk.

Por eso y por que la niña le parecía divertida quería tenerla para él.

Nada tan absurdo como amarle. Nada tan exquisito como arrebatárselo.

¿Lo veían? Capricho, eso era todo, capricho y egoísmo.

Así que recibir aquella triunfante mirada de parte del oriental le había hecho hervir la sangre. Si pudieran matar las miradas Kanda ya estaría muerto, claro, siempre y cuando este no lo matase primero.

El vino de su copa, antes de tan dulce sabor ahora se dispersaba por su paladar agriamente. Aquella mirada que le indicaba triunfantemente que "Alicia era suya" no le había gustado ni un poco.

Si creía que ella estaría siempre a su lado, estaba muy equivocado, ya se encargaría de demostrárselo.

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La velada era aburrida por si misma, Kanda había asistido expresamente a Shangai por razones laborales, exactamente, por un problema. No era nada personal, solo negocios.

Durante la velada Kanda platicaba con los accionistas y se inmiscuía en la platica de sus gerentes, con el fin de obtener alguna señal que le indicará el camino a la solución del problema que lo había traído.

Cualquier palabra imprudente, serviría para su fin. Solo esperaba que el alcohol actuara como suero en sus victimas y les obligará a soltar sus secretos a causa de este.

Allen lo comprendía o al menos trataba de fingir que se divertía entre absurdas platicas de las mujeres mayores, quienes no paraban de hablar de sus recientes adquicisiones, ya fuesen ropa, joyas, carros de lo que sea que pudiesen presumir, era tema de platica.

Su mirada plata no se despegaba un segundo de Kanda, no le perdía de vista. Aquella espalda ancha a la cual le había tomado "cariño" en la cama, de la cual podía sostenerse y clavar las uñas mientras Kanda estaba en su interior, en la cual podía recargar su frente y encontrar la paz bajo la piel de alguien tan huraño como Kanda.

Aquel cabello negro que rivalizaba con la noche mas oscura, sus ojos negros y profundos en los cuales podía perderse horas, días incluso. Kanda era elegante con aquella perfecta piel contrastando con el negro de sus ojos y cabello, se movía como un ágil depredador en busca de su presa entre los invitados.

Su mirada gélida tenía el poder de intimidar a alguien, aquellos ojos letales ponían en claro a cualquiera que cuando Kanda hablaba se debía prestar absoluta atención para no perder ni una sola palabra. Una mirada que se centro en él cuando sintió la mirada del albino.

El mundo pareció congelarse, ambos se miraron fijamente y las voces junto con la música paso a un tercer plano, como si de repente el sonido hubiese sido tragado. Kanda le miro fijamente.

El sonrió y Kanda continuo su camino.

Ya sabía que el oriental no le sonreiría, no era la clase de persona que mostraría esa clase de gestos tan a la ligera, estaba ya acostumbrado pero... sin duda le gustaría que alguna vez lo hiciese.

Office BoyWhere stories live. Discover now