Academia de Vikingos

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Después de que mi hermana me dejara en paz, comenzó a llover. Sobre la medianoche mi padre llegó e irrumpió en mi habitación chillando diezmil cosas de las cuales solo comprendí una: mi hermana le había contado mi supuesta "desobediencia", la muy... que sí, que mi padre me recitó todo un sermón y me obligó a levantarme temprano para hacer, los dioses sabrán que cosa, que obviamente no escuché, porque me daba igual, aunque él no pareció captar la idea.

Me fuí a dormir en el momento en que mi padre cerraba la puerta con un golpe sordo.

Soñé con mi madre y con mi hermano. Vaya, que novedad.

Corríamos por el bosque entre las llamas. Mi madre nos llevaba de la mano a Grim y a mi y mi padre llevaba en brazos a Gerda, que en ese momento tenía meses.

Gerda lloraba y Grim y yo nos mirábamos confundidos, llevábamos un rato corriendo cuando una bestia que no conseguí identificar me estampó contra un árbol.

-¡No!- chilló mi padre. Cuando me incorporé, dolorida, pude ver que un dragón se alejaba de nosotros cargando con mi madre y mi hermano en sus brazos, volando hacia la oscuridad de la noche.

Siete años más tarde, no los hemos vuelto a ver, y no volvimos a mencionar esa triste historia nunca más, o por lo menos, nunca delante de mi padre.

Me desperté sobresaltada, un golpe en la puerta llamó mi atención. -Sigrid.- Me dijo mi padre con voz ronca.- Despierta. Es hora de que empieces tu entrenamiento.

No lo entendí a la primera. Intenté hacer memoria y al final logré recordar. La conversación que tuvimos la noche anterior trataba de empezar mi "entrenamiento como vikinga". Mi padre consideraba que había llegado mi momento de hacer algo útil.

Yo siempre bromeaba con Hipo sobre el tema, pero parecía todo tan lejano, que de verdad núnca vi el momento de empezar.

Miré por la ventana. Serían sobre las seis de la mañana. El aire frío me hizo reaccionar.

Me vestí con lo de siempre, me lavé la cara y me recogí los mechones de delante con trenzas y lo dejé suelto por detrás. Le colé un pedazo de papel por debajo de la puerta de mi hermana. "Me he ido. Tienes galletas en la despensa, petarda"

-Mira, ven aquí.- Me llamó Papá cuando cruzaba el salón. Señalaba una falda típica de las mujeres guerreras de la aldea. -¿Te gusta?- Dijo torpemente -Era de tu madre.-

La miré con más detalle. Estaba hecha de cuero y tenía apliques de metal en forma de pinchos y tachuelas. Bonita e imponente. Rápidamente los recuerdos llenaron mis pensamientos.- Tiene un cinturón que se puede ajustar a tu medida.

- Gracias papá.- Me dedicó una sonrisa triste. Supongo que en el fondo no es tan gruñón. Le devolví la sonrisa.

Me la puse lo más rápido que pude y salimos de casa. Caminamos por la aldea. No había muchas personas en las calles. Los más trabajadores abrían ya sus tiendas y algunas ovejas merodeaban entre los carros de frutas y verduras.

He de confesar, que estaba nerviosa. Preferiría no llamarme antisocial, pero es cierto que no solía relacionarme demasiado con los demás chicos de mi edad, salvo con Hipo. Me preguntaba si él también estaría nervioso con el entrenamiento.

-Vale, tranquila, no pasa nada. Ya hemos llegado. No pienses en el ridículo que seguro que vas a hacer. Céntrate- pensé. Estábamos parados frente a unas grandes puertas de madera con apliques metálicos.

-Es una puerta muy bonita ¿Verdad Sigrid? Pero... ¿No pensarás quedarte toda la mañana mirándola?- me dijo Bocón desde el interior.

-Cla... claro que no- dije tímidamente- adiós padre- y me despedí disimuladamente moviendo la mano.

Como entreno a mi DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora