Después de comer, Kilian durmió hasta las dos campanadas de las cinco y media y marchó al circo, a apenas diez minutos de su casa. Era la construcción más grande de toda Valdia, tanto era así que tenía capacidad suficiente para toda la ciudad. Consistía en un recinto ovalado, perfectamente simétrico, con una alargada arena de aproximadamente una hectárea rodeada de gradas cubiertas todas ellas por toldos plegables y un acústica magnífica. Allí se llevaban a cabo carreras principalmente, aunque también había todo tipo de competiciones deportivas, espectáculos e incluso duelos de magos. La arena tenía en el centro una estructura de madera desarmable de tres metros de alto llamado comúnmente tablón, alrededor del cual los caballos de las carreras corrían. Era sobre este mismo muro donde se realizaban las competiciones favoritas de los valdianos, los combates mágicos. Dos o cuatro magos, dependiendo de la categoría, se batían en duelo, no hasta la muerte, pero sí hasta la rendición de uno de ellos o hasta que uno de ellos cayera del muro. Siempre resultaba ser un auténtico espectáculo ver a dos buenos hechiceros combatir en el centro de la arena y siempre que podía ir, Kilian no dudaba en hacerlo.
En la puerta norte del circo, frente a las cabinas de apuestas y taquillas, había un largo banco de piedra en el que Kilian y sus amigos siempre se juntaban antes de entrar a las gradas. Así que se sentó a esperar. Al poco rato apareció Milo y más tarde Enzo.
Enzo era solo un año menor que él, aunque aparentaba ser más pequeño. Tenía la cara redonda, el pelo negro, siempre alborotado. Tenía los ojos oscuros y un millar de pecas repartidas por toda la cara. Era, con diferencia, el más débil y de menor estatura de los tres; y no poseía ni una gota de sangre mágica. Una vez estuvieron los tres reunidos, se apresuraron a entrar en el recinto, esperando coger un buen sitio, preferiblemente en la sombra.
Estaba mucho más vacío de lo que Kilian recordaba, pero le restó importancia. Se sentaron bastante cerca de la arena y esperaron el comienzo del espectáculo. Los dos rivales no tardaron en aparecer en escena, ambos rubios, altos, esbeltos, de rasgos afilados y orejas puntiagudas. Todos los presentes detuvieron sus asuntos, callaron y comenzaron a aplaudir y vitorearlos.
Cada uno de los contrincantes subió al tablón por un extremo. Se reunieron en el centro del mismo, se tomaron las manos y se desearon suerte, como marcaba la tradición. Se dieron entonces la espalda y caminaron de nuevo hasta ambos extremos. Un árbitro lo supervisaba todo desde la arena. Una vez los oponentes estuvieron en sus posiciones iniciales, el árbitro procedió a presentarlos. El primero de ellos llevaba una melena rubia recogida en una trenza que llegaba casi hasta la rabadilla. Se trataba de Roldán Juligan, uno de los hombres más ricos de todo el continente, al igual que toda su familia, dueña de la única red de portales mágicos de todo Dertia. El otro, Gustav Ferd era un completo desconocido para Kilian, pues venía desde la Costa de Furio, al otro extremo del continente, pero el árbitro aseguró que allí era temido por todos los magos combatientes.
Tras la breve presentación, se procedió a la cuenta atrás tras la que daría comienzo al combate. Kilian no podía aguantar sentado en la grada, no conseguía mantener el trasero pegado al asiento; había estado tres meses sin presenciar ni una mísera muestra de magia. Pero algo interrumpió al mediador cuando apenas quedaban dos segundos para el espectáculo. Un grupo de hombres de mediana edad ubicados en la misma fila que Kilian se había levantado y uno de ellos, un señor con un espeso bigote, calva brillante y barriga prominente, comenzó a gritar, captando la atención de todos los espectadores e incluso de los propios combatientes y el árbitro, que detuvo la cuenta atrás:
— ¡Valdianos! ¡Estamos hartos!— gritó el bigotudo con rabia —. ¡Esto a lo que muchos llamáis espectáculo solo es uno de los métodos de adoctrinamiento de los magos! ¡Demostraciones de la superioridad que creen tener! ¡Viniendo aquí solo conseguís que ese poder que parece inalcanzable lo siga siendo! ¡Os convencen de ello! ¡No podemos seguir permitiendo esto! ¡Ahí fuera hay gente muriéndose de hambre mientras esta gente nace, crece y muere rodeados de joyas y dinero sólo por agitar un palo! ¡Vosotros sois los que pagáis el trono de oro en el que se sientan los magos y os resignáis a comeros sus sobras, a trabajar en los oficios que ellos reniegan! ¡Si esto es justicia, que bajen los dioses y lo vean!
Un grupo de cinco guardias de seguridad comenzó a subir por las gradas hasta llegar hasta ellos.
— La magia no ha traído más que sufrimiento, inanición y pobreza a los que no la tienen corriendo por sus venas — comenzó a gritar otro de los hombres mucho más joven, con un tatuaje de una enorme rosa en el cuello—. Luchad por un futuro de igualdad, por un futuro en el que la sangre con la que nazcas no te haga poseedor de todo o de nada hasta el día de tu muerte. ¿Acaso no lo queréis? ¡No os resignéis a aceptar el curso de la historia! ¡Nosotros la escribimos! ¡Los mundanos somos más y si nos unimos, ganaremos; por que nuestra lucha es justa! ¡Nuestra causa es la propia justicia! ¡Uníos a nosotros! ¡Uníos a la Unión!
Los guardias comenzaron a golpearlos con porras hasta que pudieron sacarlos a rastras del circo. Nadie se atrevió a decir nada más; todo el público aguantó la respiración. Solo cuando aquellos hombres se hubieron marchado, un murmullo invadió el circo. Parecía que los únicos que no comentaban lo sucedido eran precisamente Kilian, Milo y Enzo.
El árbitro, una vez más, pidió silencio y se dispuso finalmente a dar comienzo al combate de magia, que se desarrolló con normalidad. Indudablemente, ambos oponentes eran grandes maestros de la magia. En cualquier otro momento, Kilian habría disfrutado de la competición, pero aquel día, no. Aquel día estuvo demasiado inmerso en sus pensamientos como para hacerlo, repitiendo en su cabeza una y otra vez el discurso lleno de ira de aquellos hombres.
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Las hadas no cuentan cuentos
FantasyEn una tierra donde la magia es una compleja realidad que corre por las venas de algunos afortunados, la tensión entre los defensores y los contrarios a la misma es cada vez mayor. El viento comienza a anunciar la llegada de una guerra inevitable...