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Me desperté sin ánimos y juro que luché con mi cuerpo para que mi espalda se despegara de mi cómoda cama, sin embargo, fue muy tentadora la idea de quedarme unos minutos acostada revisando mi teléfono. Estaba decidida a ver un Kdrama que según había leído era muy bueno, pero el sonido de unas notificaciones interrumpió mi búsqueda.

Fruncí el ceño al ver que me llegaron mensajes de WhatsApp ya que la verdad no usaba mucho la app a menos de responder los mensajes que me enviaban mis padres.

Pero extrañamente me alegré al ver el nombre de la persona que me había escrito.

Dieguito: Estas molesta porque invité a mi hermano al cine, ¿cierto?

De inmediato le respondí.

Yo: ¿por qué estarlo?

Dieguito: Te lo recompensaré.

Yo: ¿Cómo? ¿Golpeando a tu hermano hasta que deje de ser tan estúpido?

Dieguito: Que agresiva eres. 😑

Solté una carcajada, pero mi felicidad se desvaneció cuando miré que también tenía un mensaje de un número desconocido.

Desconocido: Hola, Emily.

Yo: ¿Quién eres?

Desconocido: Soy Alaska. 😁

Yo: ¿Cómo conseguiste mi número?

Alaska: Amenacé a Diego para que me pasara tu número, espero que no moleste.

Yo: Tranquila, pelirroja.

Alaska: ¿Estas en tu casa?

Yo: sí, como siempre.

Alaska: ¡Genial! Diego y yo estaremos en tu casa en 20 minutos. Bye. ❤️

Sin poder evitarlo solté un suspiro e hice pucheros ya que mi día de relajación viendo Kdramas iba a terminar antes de empezar.

Me levanté de mi hermosa cama con pereza y caminé al baño para darme una ducha que me ayudara a bajar la flojera que cargaban mis hombros. Luego de eso elegí ropa a la azar para terminar haciéndome una coleta y aplanar los mechones rebeldes con un poco de gel para el cabello.

Ya lista abrí la cortina de mi ventana para que entrara algo de luz del medio día, pero me llevé una sorpresa en cuanto escuché esa voz.

—Buenos días —Saludó, con voz adormilada y ronca.

—Buenos días —le dije, actuando natural como si la noche anterior no lo corrí de mi casa.

Él me sonrió, pero desvié la mirada por unos segundos para luego obligarme a tener la valentía de posar mis ojos en los suyos.

Danilo estaba sentado en su cama, que se encontraba pegada a la pared de enfrente que daba a su ventana. Tenía el cabello despeinado y la mirada somnolienta. Ya no tenía ese aspecto a chico malo que se tiraba a cualquier cosa que se moviera y tuviera falda, por el contrario, parecía muy cansado, indefenso y como si hubiera estado durmiendo bajo un puente toda la noche.

—No sabía lo cerca que estábamos el uno del otro —dijo, sonriendo.

—¿C-cómo?

—No creas que estoy hablando de algo romántico —dijo, con una expresión neutral—. Hablo de nuestras habitaciones. Tú habitación queda enfrente de la mía, vecina.

Sonrisas que iluminan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora