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— Odio mi trabajo...—murmuró Diego, causando que yo riera por milésima vez.

— Estoy de acuerdo contigo, lentes —apoyó Alaska.

Diego le regaló una mirada de reproche. Él odiaba que lo llamaran lentes y por esa misma razón lo seguíamos llamando así.

Pelirroja y lentes—esos eran sus apodos—, trabajaban en una cafetería a unas cuadras cerca de mi casa. No llevaban mucho tiempo con ese empleo, sin embargo, ya parecía que tenían una vida entera ahí.

Me contaron que hace un par de semanas Alaska se empeñó en comprarse un nuevo teléfono así que necesitaba conseguir el dinero. Entonces convenció a Diego para que la ayudara con eso. Alaska tenia la idea de trabajar en la cafetería o vender fotos de los pies de Diego por internet.

Debo admitir que la idea de traficar fotos de los pies de lentes no era tan descabellada.

— No veo sonrisas, vamos las sonrisas —les dije, mientras estaba a gusto sentada en una mesa de madera con mi bebida de oreos con crema en frente y Ocean eyes de Billie Eilish de fondo.

Me dediqué a observar el lugar mientras ellos atendían a los clientes con su mejor cara de aburrimiento. El lugar tenía un estilo moderno, muy Aesthetic la verdad. Te hacía querer sacarte una foto y postearlo en Instagram e incluso hacer varios trend para tiktok. Sus paredes estaban decoradas con luces led y adornos llamativos, los colores resaltaban, pero a pesar de que el lugar era tan llamativo y alocado también era un espacio perfecto para sentarte a leer un buen libro, pasar el rato con tus amigos o simplemente quedarte a pensar. Me gustaba ese lugar.

Alaska se sentó junto a mí y me regaló una mirada llena de agotamiento. Ella llevaba su uniforme que consistía en una camisa negra de botones y una falda del mismo color con un delantal rojo en la cintura.

Tenía algunos mechones sueltos y con varias gotas de sudor en la frente. Se veía fatal.

—¿Mucho trabajo­? —pregunté.

Ella asintió.

—Sí, hoy ha sido un día movido —dijo y rodó los ojos—. Ash, ya quiero irme a casa.

— Muy bonito, yo trabajo y la niña que me convenció a trabajar descansa plácidamente. —Diego apareció con los brazos cruzados.

— Gruñón —ella murmuró, mientras se levantaba a regañadientes.

— Infantil —él atacó.

Solté una risita. Desde que los conocía había descubierto que su forma favorita para expresarse era atacándose el uno con el otro.

—Mejor cállate, lentes.

—No creo que este trabajo sea tan difícil —les dije en modo de risa y me encogí de hombros para restarle importancia.

Ambos se giraron a mi dirección, regalándome una de esas miradas que te dicen, ¿te has fumado algo?

— ¿Qué? Emily, no durarías ni una semana —me dijo Diego.

Alcé una ceja.

— ¿Por qué lo dices? — cuestioné.

— La jefa es muy molesta, algunas veces puede ser amable, pero la mayoría es muy gruñona —explicó Alaska.

Me levanté de mi silla y los miré con el ceño fruncido.

— ¿Creen que no voy a poder trabajar aquí? — pregunté.

Alaska abrió la boca para hablar, pero Diego lo hizo primero.

— Solo es... nunca has trabajado. Siempre estas encerrada en tu habitación porque te da miedo salir al mundo, creo que es mejor que sigas siendo como eres, sinceramente no creo que puedas trabajar, Emily. La vida se come a las personas como tú.

Sonrisas que iluminan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora